Elektra en sombra, 27.02.08

En esta semana ha tenido lugar en Santander una muy interesante iniciativa cultural que, desgraciadamente, ha pasado bastante inadvertida. Me refiero a la retransmisión en directo vía satélite en las salas de Cinesa y desde el Liceu barcelonés de la ópera Elektra, de Richard Strauss. Hablar de Elektra es hablar de uno de los momentos más importantes de la historia de la ópera, lo mismo por su extraordinario libreto, firmado por Hugo de Hofmannsthal, que por la música en sí. Richard Strauss se jugó su nombre en 1909 al proponer una obra que rozaba lo atonal, con una orquestación de más de cien instrumentos (las críticas del momento bromearon con la posibilidad de incluir una horda de animales salvajes en el foso) que apabullaba a los cantantes más bragados. Hoy, noventa y nueve años más tarde, sabemos que Strauss se jugó su nombre, sí, y salió más que victorioso de la apuesta.
La retransmisión de la ópera fue impecable, y eso que asistí con serias reservas al respecto. La calidad visual, la sincronización entre imagen y sonido, la coherencia de los subtítulos… todo ello inmejorable. En lo que se refiere al espectáculo en sí, cabe resaltar la buena concepción del montaje de Guy Joosten y la espléndida interpretación, lo mismo vocal que dramática, del elenco, con especial brillo de una inconmensurable Deborah Polaski (Elektra), seguida de cerca por Ann-Marie Backlund (Crisótemis) y por la ya veterana Eva Marton (Clitemnestra). El precio de las butacas, absolutamente irrisorio (14 euros), dio oportunidad de contemplar un espectáculo de primera categoría desde una perspectiva privilegiada, eludiendo los 180 euros que suponen el precio de las entradas “first-class” en el Liceu.
La parte triste del cuento vino cuando pude constatar que en la correspondiente sala de Cinesa donde aquella maravilla ocurría, una sala con capacidad para 200 personas, apenas estábamos presentes unas 25. ¿Dónde estaban los aficionados a la ópera que se baten en duelo por una entrada para un espectáculo muchas veces mediocre en el FIS? ¿Dónde estaban quienes este verano pagarán 150 euros por una butaca para ver al correoso José Cura disfrazado de Sansón –o tal vez de Dalila– y que además, como nos descuidemos, quizá nos llame malolientes, insulto que dedicó a los espectadores del Teatro Real que en su Il Trovatore de 2000 le recriminaron su mal hacer?
Es verdad que el evento Elektra no se publicitó de forma apabullante, en lo que parece un imperdonable fallo de la organización. Pero la noticia como tal apareció, y estoy segura de que la leyeron al menos 200 personas. Una lástima que una iniciativa tan magnífica haya quedado sepultada entre las sombras, y probablemente en tal penumbra haya lastrado su continuidad.

El spam de Quique el Alfarero, 24.02.08

Acaba de llegar a Cádiz la última entrega de Quique el Alfarero. No voy a detenerme a desgranar lo obvio: que los mastuerzos de Potter son tan gruesos como precaria su calidad, y que las películas de turno son más leñosas aún que los libros (según cuentan sufridos padres con hijos en edad de merecer). Que se vendan libros malos no es novedad; es más, se está produciendo un curioso particular: mientras en la librería nos asaltan títulos infectos con creciente alevosía, la cultura de rango se refugia en los quioscos; una va a comprar el diario y se encuentra ante la testa a Platón en tapa dura, un cedé de Biber o una película de Herzog. Y a precio de risa. Pero a lo que iba: sabemos que la mala literatura prolifera. Bien está. Cada uno pasta lo que su intelecto le reclama, y eso es difícil de cambiar: al señor que le gustan las pelis porno es difícil que “le ponga” La rodilla de Claire, y eso no lo arregla ninguna campaña gubernamental. Lo que a mí me molesta, señoras y señores, es el spam (propaganda basura, ya saben), con la agravante de acoso.
La que suscribe puede resistirse a los cánticos de Quique, pero… soy víctima en la prensa, en la radio, en la tele, en la librería –¡incluso en el selecto quiosco!– de una campaña vociferante e impía. Así que, aunque no leo “las cositas” de Quique, sé que va a haber una lucha entre él y un malo llamado Voldemort y que a Quique le ayuda Dumblemore (me marearía con tales nombres si no me recordaran al amigo Condemor). Sé también que la mamá de Quique no mandará al infante a la Universidad; cierto que la Uni está muy malita, y lo único que faltaba es que llegara el niño con el torno a modelar cerebros.
Intuyo que estas palabras me granjearán el odio de la secta de los alfareros, pero quiero que crean que yo nunca escribiría, como Harold Bloom hizo en 2000, un artículo llamado “¿Pueden equivocarse 35 millones de compradores de libros? Sí”. Quiero que sepan que nada tendría contra las hechicerías del buen Quique si no fuese por su spam masivo e insufrible. Quiero que entiendan que si Quique me cae gordo es por pesado. Seguro que muchos papás, que sufren en silencio sus secuelas como se sufren las hemorroides, me agradecen esta breve invectiva contra la almorrana Potter.

Todos iguales, 17.02.08

Se nos acabó el tópico. El incombustible humorista Miguel Gila sostenía que los norteamericanos perdieron la guerra de Vietnam porque, viendo a todos los charlies iguales, los buenos (o sea, los de las barras y estrellas) siempre mataban al mismo. La explicación siempre se me antojó más que plausible. Han tenido que pasar cuarenta años para que los europeos sepamos diferenciar a unos orientales de otros, pero al fin lo hemos logrado, y parece que el honor nos corresponde, a España y por demás a Andalucía: en esta semana un chino de nombre C.Y. fue detenido tras una espectacular persecución “que no fue más allá de unas decenas de metros” (según reza la noticia: se ve que el chino era de pata corta, o quizá el adoquinado gaditano le machacó el astrágalo) después de intentar en vano suplantar a otro chino, llamado X.J., en la realización del examen del carné de conducir en Cádiz. Al parecer, el funcionario correspondiente de la gaditana Jefatura Provincial de Tráfico debió de percatarse de que la inclinación de los ojos no era la misma en el examinando que en el chino que estaba fotografiado en el NIE de turno. El detenido vive en Córdoba, o sea que se hizo unos cuantos kilómetros para resolverle la prueba a su colega amarillo. A lo mejor hasta aparcó su propio vehículo delante del lugar de examen, para mayor recochineo.
Lo más gracioso del asunto es que la suplantación se ha llevado a cabo con éxito en otros lugares de España (o eso se piensa), de modo que la Guardia Civil sostiene que pudiera tratarse ¡¡de una red organizada a nivel nacional!! Imagínense lo espeluznante de la situación: una red organizada para que todos los chinos residentes en España se saquen por la jeta el carné de conducir. Lo que no se especifica es si el que los suplanta es siempre el mismo, como el vietnamita de Gila: o sea, el chino de Córdoba (menudo fenómeno, por cierto), o si en cambio se trata simplemente de unos chinos que se aprovechan del hecho de parecerse a otros chinos, como viene ocurriendo desde que el mundo es mundo.
De momento, los chinos ya regentan la mayoría de restaurantes Nefast Food y las tiendas Todo a Zen. Con el tiempo, y unos pocos ubicuos como el de Córdoba, serán los nuevos profes de nuestras autoescuelas.

Estadísticas, 10.02.08

Las páginas de Cultura de los periódicos empiezan a resultar peligrosas para la salud. No hay apenas día en que no nos asustemos, en que no leamos una noticia sonrojante, en que no perdamos los papeles. Andalucía vuelve a dar la campanada, situándose entre las comunidades españolas con menos afecto a los libros, sean estos de la naturaleza que sean, que tampoco se trata de ponernos finos. Aquello que decía Alonso –Dámaso: especifico por si acaso– de que “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)” se ha trasladado al sur peninsular, donde unos cuantos bípedos usurpan el nombre de humanos –con vida inteligente, o sea– más en potencia que en acto. Al final, va a ser cierto que las estadísticas, pérfidas como ellas solas, se empeñan en sacarnos los colores, pues es sabido que sobremanera se ocupan de lo que falta, nunca de lo que sobra. Ya hace bien poco vinieron los del PISA con sus numeritos a ponernos pingando, diciendo que los alumnos andaluces están a la cola de todas las colas en lo que a viveza intelectual se refiere. Si juntamos el hambre con las ganas de comer, acaba saliendo lo que sale: que por aquí no damos pie con bola en lo que a las letras se refiere.
Ante semejante panorama, no deja de enaltecer los corazones la última promesa electoral de Manuel Chaves: la posibilidad de que en las Escuelas de Idiomas andaluzas se enseñe el catalá, el euskara y el galego –si el PSOE gana las elecciones, por supuesto–, algo que sin duda va a redimirnos de los problemas (in)culturales propios de nuestra comunidad autónoma. Ya me imagino a las masas arremolinadas a las puertas de las precarias EOI –que hoy por hoy a duras penas dan abasto–, renegando del inglés y el francés y arrojándose en brazos del salchichón de Vic y la sardana (o el txangurro o el ribeiro, cada cual ad libitum). Nadie podría poner en duda que tal medida es de una necesidad insoslayable, aunque no sepamos por qué. Se me ocurre que, tal vez, al figurar los catalanes y los vascos siempre los primeros en las estadísticas –como tienen mucha “tela”, seguro que las amañan–, quizá estudiándoles la lengua se le pegue algo a Andalucía. Por probar que no quede. Todo sea por salir más guapos en los números.

La máquina de sueños, 03.02.08

La crónica de su anunciada muerte es un leit-motiv con el que se nos viene amenazando desde ya varios, muchos años, pero lo cierto es que es difícil acabar con la vida del invento. Desde aquel temerario tren de los hermanos Lumière que parecía abalanzarse desde la pantalla hacia el patio de butacas, provocando la horrorizada estampida del público asistente al estreno de “la cosa”, allá por 1895, ha transcurrido ya más de una centuria, y el cinematógrafo, esa inagotable máquina de sueños, sigue gozando de una más que aceptable salud.
Es cierto que la magia del cine –del cine a oscuras, el de sala, el de pantalla grande–, se ve por momentos cercada. Los motivos son sobradamente conocidos: la presión de las majors que imponen a las salas productos de nacionalidad y presupuestos determinados, el auge del dvd y los equipos domésticos de reproducción, la existencia de otras alternativas de entretenimiento frente a la antigua hegemonía cinematográfica… y me atrevería a decir que la degeneración una forma de arte más presa cada vez de la superficialidad. A ello se suma el supuesto menoscabo que ocasiona la copia ilegal de películas (y digo supuesto por los bajos porcentajes de esta práctica y porque, en definitiva, las más de las veces que se copia una película se hace por no haber tenido acceso a ella en sala o alquiler) y las quejas generalizadas en torno a la subida de los precios de las localidades (aunque, curiosamente, nadie refuta los precios del éxtasis, los cubatas o las entradas del fútbol, lucrativas actividades propias del fin de semana –dicho sea sin ánimo de comparar…–).
Los lamentos ad hoc se reiteran sistemáticamente en diferentes lugares de nuestro país (en este sentido Cádiz no es una excepción), siempre al comienzo o al final del año, y vienen a vestir con previsible sábana a ese fantasma que recorre nuestras salas de proyección sin acabar de convencernos de los estertores de la impagable máquina de sueños… estertores cuyo origen, en todo caso, y a mi juicio, debieran más bien auscultarse en la proliferación de americanadas de explosión y puñetazo (sobre las “obsexiones” españolas de protección oficial mejor no hablar) o en el hedor de los megacontenedores de palomitas plastificadas. Pero ni por esas lograrán echarnos de la luna de Méliès.

Qultura con Q, 30.01.08

Una vez más, la Asociación Qultura da muestras de su buen hacer y de su preocupación por la interrelación entre las diferentes manifestaciones del arte en la ciudad de Cádiz. Muchos somos ya los ciudadanos y amantes de la cultura que hemos tenido oportunidad de asistir a varios de los conciertos, conferencias o iniciativas en general propiciadas desde esta Asociación, con unos niveles de calidad cuidados y muchas veces admirables. Teniendo en cuenta lo difícil que resulta en estos pagos sacar adelante cualquier proyecto de índole cultural, y asimismo la habitual carencia de presupuestos que financien con dignidad una serie de actividades que, la mayor parte de las veces, ofrecen “únicamente” una contrapartida de bienestar espiritual –lo cual es mucho, aunque no sea este el parecer de los intereses crematísticos predominantes–, el entusiasmo y los resultados que suelen presentársenos desde Qultura no deberían pasar inadvertidos.
En esta ocasión, y con la vista puesta en el realce de algunas de las piezas más llamativas o valiosas del Museo de Cádiz, se ha propuesto que sea la literatura, y en particular la mirada poética, la que ofrezca su peculiar visión de dichas piezas en la singular voz de algunos de nuestros poetas más relevantes. Pablo García Baena y Pilar Paz Pasamar intervendrán en febrero y marzo respectivamente, en tanto que en este martes pasado correspondió al pluripremiado Antonio Gamoneda reflexionar sobre el hermoso collar fenicio de oro y cornalinas que atesora el Museo.
La inclusión de Antonio Gamoneda en este ciclo de visiones me parece sumamente acertada, por no decir un lujo. Aparte de tratarse de uno de los poetas más galardonados, con toda justicia, en los últimos años (lo que por fortuna ha logrado que Gamoneda abandone su etiqueta de “poeta secreto” –según célebre expresión de Valéry– o modesto “poeta provinciano” –como de sí mismo afirma en El cuerpo de los símbolos–), su percepción simbólica de la realidad hacía de él uno de los candidatos idóneos para acercarse a la solemne belleza del collar fenicio. Un nuevo éxito, pues, de Asociación Qultura, de cuya sensibilidad seguiremos esperando enriquecedoras aportaciones en el futuro.