Agujeros y leontinas, 20.04.08

La (mala) fama atribuye a los españoles el vicio de la impuntualidad. Llegamos tarde a las citas y al trabajo, no cumplimos como Dios manda un horario. Sin embargo, hay en nuestro país excepciones para el orgullo, capaces de desmontar tal tópico ante el mundo y, sobre todo, ante nosotros mismos –en definitiva es lo que importa–. Y para quien no se lo crea, dos ejemplos que le fundirían los plomos al más maledicente: la Navidad… y el Doce. Siempre me he preguntado cómo es posible –y soportable- que la orgía de turrones y luces navideñas nos machaque sin piedad las meninges desde el mismísimo octubre con pertinacia y premura sorprendentes. La Navidad llega a España mucho antes que a cualquier otro lugar del planeta, cuando ni siquiera los Reyes han ensillado los camellos. Pero lo del Doce… ha batido su propia marca. Porque según mi calendario, aunque faltan aún cuatro años para la cosa –dejando a un lado la deseable antelación que evite las chapuzas, otro de nuestros pecadillos nacionales–, la publicidad empieza ya a bombardearnos implacablemente; tanto es así que el fervor propagandístico no se ha detenido siquiera ante los edificios oficialmente declarados como patrimonio protegido o bienes de interés cultural, que se han visto agujereados como quesos vulgares con no otro afán –imagino– que el de prevenir nuestro olvido.
De modo que unas cuantas banderolas conmemorativas del Bicentenario ondean ya hace semanas en nuestra memoria y en nuestro casco histórico, aunque nos dicen que se van a retirar rápidamente, ante la polémica suscitada por el deterioro infligido al patrimonio de la ciudad. Más vale que no trascienda el nombre del operario de gatillo fácil que, entusiasta del Black&Decker, ha taladrado medio Cádiz, porque a lo peor le dan garrote al más puro estilo XIX; un cabeza de turco siempre alivia los problemas. Más absurdo parece el anuncio simultáneo de que en el verano van a volver a colocar los cartelillos: ¿aprovecharán los mismos agujeros o harán otros?
En cualquier caso, lo más chusco es que pensando en 2012 no reparamos en lo que pasa en 2008. No afirmaré que sea ese el malévolo propósito de la campaña pero entre tanto, como hace poco dijera Quignard… quién sabe lo que en el día de hoy nos deparará el futuro.

Ventanas, 12.04.08

Hace dos días, en Menorca, una mujer saltaba al vacío desde la ventana de un tercer piso empujada por el terror a su pareja. Pocas imágenes más gráficas que esta. Sabemos cotidianamente de asesinatos y golpes, de vejaciones físicas y psíquicas con que muchas mujeres arrostran un simulacro de vida que se asemeja en realidad mucho más a la muerte. Pero esa mujer de 26 años, por supuesto no más víctima que el resto de sus compañeras de horror, se me antoja en su caída el símbolo que debiera sublevarnos ante un tema al que no se concede aún la debida importancia: el terrorismo doméstico.
La mujer de Menorca no ha sido la única. En lo que va de año, se han arrojado por la ventana sendas mujeres en Valencia, Oviedo, Zaragoza y Málaga; todas ellas prefiriendo la muerte al maltrato. Esas cinco víctimas claman contra quienes piensan que este tema cansa, contra quienes creen que estas mujeres tienen lo que se buscan, contra quienes piensan que denunciar a los hombres es acosarlos, contra los machitos que se hacen las víctimas ante meras desavenencias de pareja, contra los jueces cavernarios que obstaculizan la Ley contra la Violencia de Género para que las malas bestias sigan campando por sus fueros.
Javier Arenas anuncia que su grupo presentará una propuesta de seguridad personalizada para mujeres maltratadas. Bien parece, aunque sería idóneo que tales proyectos no adquirieran tinte político, sino que sirvieran para hacer frente común contra una lacra deleznable. Es probable que la propuesta se frustre en una ciega colisión de partidos como la que nos abochorna en otros ámbitos, por no hablar de las voces que ya se han levantado contra los gastos que ocasionarían tales medidas; como si en esta España nuestra no se dilapidaran recursos en fastos y estupideces vergonzantes. Nuestros representantes prefieren meterse el dedo en el ojo en lugar de buscar soluciones en conjunto para los problemas que nos acucian. Así semos.
Mientras sigan arrojándose mujeres por las ventanas no deben cesar las protestas, las medidas legales, el escándalo social, el diálogo político. No mientras las ventanas sigan siendo la única esperanza para tantas mujeres de descansar en paz, aun a costa de dejarse el cuerpo hecho pedazos en el suelo.

Sahara, 06.04.08

Hace poco más de un mes, el 27 de febrero de 1976, se cumplió el 32 aniversario de la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática en un territorio que, de algún modo, sigue bajo la responsabilidad ética de España, por más que España se pase por las corvas toda ética. Desde hace ya 32 años se alienta la indigencia del pueblo saharaui con absoluto desparpajo, desde todos y cada uno de los gobiernos de España que han venido sucediéndose desde aquel postrer estertor franquista por el que se confinó a los saharauis en la más descarnada hostilidad del desierto del Sahara, la Hamada argelina. Por lo demás, es sabido –aunque internacionalmente se mire hacia otro sitio– que los saharauis son represaliados por la policía marroquí en las ciudades ocupadas del Sahara Occidental mientras el Gobierno Español no se acaba de animar a cumplir con lo estipulado por el Derecho Internacional en materia de descolonización, algo que bien se reclama para otros Estados de reconocido peso específico… y económico –verbigracia, el israelí. Para rematar la oprobiosa situación, la comunidad internacional viene sometiendo a los refugiados en los campos de Tinduf a todo tipo de privaciones, incluyendo las alimenticias básicas: los envíos con ayuda humanitaria disminuyen porque quienes duermen en hoteles de cinco estrellas y tragan a todo papo y elucubran sin recato en los foros al efecto creen que es más sano en el desierto un ligero picoteo que una copiosa comilona, aparte de que, como pude leerle a un observador bien enterado en estos temas –mi amigo F. Llorente–, alguna “luminaria” ha decidido que son 96.000 los saharauis refugiados en los campos, en lugar de los casi 200.000 reales. Dividir los recursos a la mitad estimula el espíritu solidario y el sentido de la continencia, quién lo duda.
En semejante clima de abusos, leemos que un centenar de saharauis guardan ordenada cola –no pierdan este esclarecedor detalle– ante la Oficina de Extranjería de Cádiz para pedir la nacionalidad española, apelando a la existencia real de antepasados, en algunos casos muy cercanos –padres, abuelos– que eran españoles antes de que España abandonara al Sahara a su suerte. La Subdelegación de Gobierno califica de “absurda ficción” la pretensión de estos saharauis y se queda tan campante, mientras en este país no se duda en meter a espuertas a todo el que lo solicite, venga de donde venga. La ley para la obtención de la nacionalidad española es muy clara al respecto: todos los extranjeros nacidos fuera de España pero de padre, madre, abuelo o abuela españoles de origen, pueden solicitar la nacionalidad con un año de residencia legal. Qué estrictas son las leyes para algunos, qué laxas para otros. Y qué poca la vergüenza histórica, ahora que la memoria ídem está tan de moda.

Límites... de la cultura, 03.04.08

El pasado martes se inauguró en la Sala Mouro del Faro de Cabo Mayor la exposición Límites, una propuesta que, con origen en el pasado otoño, congregó entonces a lo largo de varias jornadas a la poesía, la literatura y la fotografía en torno a un hilo temático común, como es el de los lindes en el territorio de la creación, y que en esta particular muestra del Faro reúne aquellos trabajos alumbrados y desarrollados en noviembre. La exposición se completa con un espléndido catálogo, diseñado con sobrio y exquisito gusto por el asimismo comisario de la exposición, Jesús Alberto Pérez Castaños. Nada de esto, en verdad, sería específicamente reseñable en un entorno en que predominaran las iniciativas culturales bien organizadas, con la debida consideración a los artistas y al público, llevadas a buen término y convenientemente arropadas en recursos y difusión. Bien al contrario, no es extraño por estos lares –también por muchos otros– que se piense que las iniciativas culturales constituyen una penosa obligación que hay que cumplir para lavar la imagen, y que por ello lo que conviene es mirar el céntimo de euro y hasta el espacio en que se celebran, porque, en definitiva, ya se sabe que la cultura es cosa de pocos y cosa, además, poco rentable. Y así piensan, en efecto, quienes no saben ver más allá de sí, quienes ignoran que la cultura en otros países está moviendo cantidades económicas apabullantes que suponen un elevado tanto por ciento de su PIB, quienes no tienen la menor idea de que la cultura es capaz de generar muchos puestos de trabajo, quienes no pueden concebir que la cultura es un regalo perdurable que requiere de cuidado a largo plazo en lugar de migajas y desplantes inmediatos, quienes ni siquiera se imaginan que hay grandes ciudades que viven de y gracias a la cultura.
De modo que cuando en nuestro Santander tiene lugar un acontecimiento cultural bien tratado, el asunto se convierte inexcusablemente en noticia. Límites ha sido una de esas ocasiones, auspiciadas, todo hay que decirlo, por la celebración de los 75 años de la Autoridad Portuaria, institución con una larga y encomiable trayectoria vinculada al patrocinio del arte, la música y la literatura; trayectoria que es de esperar, por el bien de la cultura de Cantabria, que no decaiga. Si al interés de la Autoridad Portuaria se une el entusiasmo de quienes tienen probada capacidad de proponer proyectos y sacarlos adelante, e igualmente la entrega de quienes participan y asisten, pues nos encontramos con un proyecto como Límites. Esperemos que haya más, con el fin de que la maltrecha “Atenas del Norte”, como en un tiempo quiso titularse esta ciudad, pueda mirar hacia delante con su propio nombre y el de las personas que la hacen posible. Para los descreídos, traigo hasta aquí la atinada sentencia de Plutarco: cultura es lo que permanece cuando todo lo demás se olvida. Ahí queda eso.