Elocuencia y política, 18.07.07

En su excelente tratado Orator exponía Cicerón los distintos estilos en que al hombre político le cabía dirigirse a su auditorio. Cicerón distinguía básicamente tres modalidades de elocuencia, dando por hecho que el político era elocuente en cualquiera de sus formas –no nos sorprendamos: es obvio que Cicerón murió hace ya varios siglos–; a saber: el aticismo o estilo sencillo (que se correspondería con una exposición precisa y tendente a asuntos de escaso vuelo), el asianismo o estilo elevado (que recurre al alambicamiento de los recursos y puede aturdir al público en su exceso) y el estilo intermedio o moderado (alejado de los peligros de los dos anteriores, aunque apto sólo para asuntos de importancia media). Aparte de la teoría de los tres estilos, señala Cicerón cuál era la “escenografía” esencial de un buen discurso (inventio, dispositio, elocutio, memoria y actio) y así mismo su estructura más perfecta (exordio, narratio, divisio, confirmatio, recapitulatio y perorata).
Con gusto me extendería mucho más sobre este lindo tratadito de oratoria, cuya enjundia es indudable, pero es desgracia obligada limitarse a recomendar encarecidamente su lectura y ocuparse de otros menesteres. Extrañará tal vez a los lectores la digresión ciceroniana, pero estamos en días de renovación de carteras ministeriales, de tomas de posesión, de reconfiguración de gobiernos estatales y regionales, y resulta inevitable pensar en el de Arpino cuando la elocuencia de nuestra clase política se ha desplegado con absoluta lozanía, para disfrute del arte que, agazapado en nuestras almas, aguarda la mano de nieve que sepa acariciarlo. Veamos si, como en el juego de la rana, somos capaces de encajar algunas muestras en el estilo discursivo correspondiente.
No se dirá que no respira un aticismo impecable y absoluto en la irrefutable sentencia de Jordi Sevilla: “Para ser ministro, sólo hace falta que te nombren. Para dejar de serlo, sólo hace falta que te cesen”. Sorprendente. Sí señor. Fascinante la transparencia de este aserto en que brilla sobre todo la inventio.
Por el contrario, muestra evidente de asianismo es la imagen de María Antonia Trujillo, cuando afirma que Zapatero “me entregó una carta de navegación, aunque empecé sin barco y” –esto es peor– “sin astillero para construirlo. En la travesía encontré piratas, corsarios y bárbaros que han estado siempre ahí”. Vaya por Dios. Curiosa versión de la Isla de los Famosos. ¿Habría también mosquitos tigre? Y acaba la interfecta citando un poema de Santiago Castelo, La casa que tenía empedrado el suelo: ?? Aquí ha habido introducción evidente de variatio, aunque no es recurso contemplado en la oratoria. Por lo demás, me permito citar lo que apunta Cicerón respecto al asianismo: “En efecto, quien no puede decir nada proporcionada, definida, ordenada y agudamente, si comienza poniéndole fuego al asunto no estando preparados los oídos, parece que está loco entre cuerdos”. Pues eso.
Otro asiánico confeso parece Bernat Soria cuando manifiesta, no sin cierto halo de misterio, que “mi destino no es el Ministerio de Sanidad y Consumo”. Ante la cara de estupor que sin duda se le pintó a Zapatero, especificó Soria en deslumbrante metáfora que su destino “es el viaje, el trayecto que quiero recorrer para llegar a Ítaca”. ¿De modo que acaba de entrar y ya se quiere marchar de vacaciones? Influido sin duda por aquello de que no existe un camino para llegar a la paz, sino que la paz es el camino, y echándole unas gotas de Kavafis traído por la coronilla, Soria ha pergeñado uno de los discursos más imaginativos de las últimas décadas. Aguardemos las futuras excrecencias de su venturoso cálamo.
Y qué decir del más literario de todos que, no obstante, también conoce los secretos del arte de la música… César Antonio Molina sostiene: “He tocado todos los instrumentos de la orquesta de la cultura, soy en mí mismo una orquesta”. En este caso no sabría decir si nos encontramos ante un estilo moderado… con visos de comedia; la actio del hombre orquesta tiene aquí un papel fundamental. Esperemos que el flautín o los platillos de Molina acierten a sacar al Ministerio de Cultura del atolladero en que se encuentra.
¿Quién dijo que la retórica de nuestros políticos se hallaba en baja? Y no desesperemos, que de tales intelectos obtendremos satisfacciones oratorias aún mayores. Tiempo al tiempo.

2 comentarios:

Jorgewic dijo...

Ana, amor, aunque con un poco de retraso, aquí estoy el primero a la hora de los exorcismos. Todo sea para bien.

Mira que tienes moral : pararte a escuchar a nuestra clase política, tch, tch, un día vas a coger algo y verás tú luego cuando te pregunten en urgencias. Pasar de Cicerón a esta patulea de mentecatos con cargo debe ser duro, te lo aviso, más para las meninges que para los oídos, que también sufren lo suyo, no creas. Claro que yo, a quien el señor otorgó la gracia de la distracción perenne y un nervio auditivo pelín atrofiado, lo tengo fácil. Con los periódicos la cuestión es más peliaguda, lo reconozco, pero el truco está en tomarselo como un preludio del sudoku : se coge el rotulador rojo y se abre una página de "Nacional" al azar, y hasta que no se cogen diez tonterías, gazapos, anacolutos, estupideces de partido y redundancias de verdulera no se puede pasar al chiste de Forges y el Roto. No insultaré tu inteligencia contándote cuán simple es cazar esos diez bollos preñaos del aborregamiento patrio, porque hay veces que me pongo límite de tiempo para darle más vidilla al asunto. En este sentido, el Acebes y Pepín Blanco son impagables, los periodistas deben estar encantados con ellos, llevan la miseria de la noticia con todos sus aditamientos ya empastada en la jeta para que no tenga que sufrir ni la cámara. Vaya dos patas para un banco.

A cualquier español le pones una gorra de plato en la cabeza y no hay dios que le aguante. Hazte una idea cuando se les da toda una cartera...
Besos

Anónimo dijo...

Cielete: qué contestarte para no redundar... Lo malo de las estupideces de la sinclase política es que se inmiscuyen en nuestra vida sin pedir premiso, son como liendres que primero te contagian y que luego no salen ni con jabón chimbo. Ya sabes que uno no busca la desgracia, sino que la desgracia te encuentra. Pues eso... Beso con oídos afligidos.