MÚSICA EN EL JARDÍN DE LA EDAD MEDIA

Los acontecimientos de las últimas semanas han propiciado la proliferación de un espíritu sombrío. La presencia constante de la amenaza de la enfermedad, sumada a las medidas de excepción que se han impuesto para intentar atajarla, sugiere de manera natural la percepción de la propia debilidad y, con ella, una mirada hacia tiempos pretéritos que en el imaginario colectivo guardan similitudes con nuestro entorno convulso. No es extraño entonces el singular revival que ha experimentado recientemente en la prensa la Edad Media, escenario fértil en plagas devastadoras y catástrofes bélicas y hasta ecológicas. Si además de la muerte generalizada pensamos en cuál podría ser el sonido de aquella época poco complaciente con los hombres, no es difícil evocar aquel siniestro apunte del historiador Huizinga: las carracas que acompañaban las comitivas fúnebres y las campanas que convocaban a reunirse para la difusión de las peores noticias constituían la banda sonora de esta edad paradójicamente impávida.
Pero en la Edad Media no solo había oscuridad y guerras y apestados. También había jardines y sus flores. Y dentro de las flores, cobró especialísimo protagonismo la rosa, brote de simbolismo extraordinario, muy próximo a tres esenciales elementos: el amor, el deseo y, por supuesto, el miedo. La historia de la rosa, de la rosa simbólica, es una historia oscilante, pendular y compleja: la rosa ha conocido la adoración, ha conocido el aborrecimiento, ha conocido el olvido y ha conocido la sacralización. Si hubiera de compararse con un personaje de carne y hueso, sería algo así como una Helena de Troya: temida aunque hermosa, sincera y ladina, princesa y puta, cautivadora y cautiva, suscitadora de amores y odios, bandera de guerras (Guerra de las Dos Rosas), cantada («una rosa es una rosa es una rosa») y denostada (Ángel González la llamaba «menti-rosa»). 
Puede decirse que la rosa entra en el mundo civilizado occidental, quiero decir, de modo «lógico», intelectualmente sopesado, de la mano de los griegos. Homero menciona una rosa plebeya, silvestre, de tan solo cinco hojas, que tiene una función medicinal: la producción del óleo con el que Afrodita unge el cuerpo de Héctor en la Ilíada. El afecto de Afrodita por la rosa fue inmediatamente compartido por todas las divinidades, y en el valle de Frigia crearon un jardín que quedó al cargo del Rey Midas, un vergel donde solo crecían rosales exquisitos, custodiado por una verja de oro. Ya en estos principios mitológicos se aprecian algunos asuntos que posteriormente repuntarán en la Edad Media, aunque reelaborados, como son el vínculo de la rosa con la mujer, con el amor venusino, con la pureza (en la persona de la doncella rescatada) y con el jardín amurallado.
Si en Roma la rosa había adquirido el esplendor máximo de su paganidad, el Cristianismo se encargó de arrebatárselo. Prudencio calificó a la rosa de planta espiritualmente venenosa. El Cristianismo Primitivo, poco dado a los placeres ni a la celebración de lo terreno, favoreció el retroceso de una flor que evocaba la vitalidad mundana. El advenimiento de los bárbaros hizo el resto: nada quedó en pie de la gloriosa cultura romana, todo fue destruido, y si cayeron poderosas instituciones y ciudades, mucho menos podían resistir los modestos cultivos y las flores. Era el comienzo de la Edad Media. La cultura grecorromana y las rosas hubieron de refugiarse en el mismo lugar: los monasterios. De algún modo, la rosa abandona su existencia bacanal y retorna a su origen de tesoro recoleto custodiado entre paredes. Como el hijo pródigo, regresa avergonzada al jardín, al hortus conclusus, que por un lado evoca el frustrante sentimiento del Edén Perdido; por otro, constituye una realización idílica del paradigma cristiano en que la Virgen suele aparecer en un jardín cercado sentada sobre un lecho de rosas, con un pequeño Jesús entre los brazos que toca un instrumento musical; y, por último, en una cuasi herética combinación de ambos, suele ser el escenario en que, entre arquitecturas ambiguas, fuentes rumorosas, especias excitantes, árboles exóticos y rosas fragantes, se resalta la pureza de María como inocencia paradójicamente apasionada, como bomba espiritualmente sexual. La música y el jardín, y dentro del jardín las rosas, pronto entrelazarán una profunda y provechosa amistad. Como muestra de la importancia del hortus conclusus, puede recordarse esa hermosa pieza perteneciente al gótico tardío (siglo XV), cuyo autor es el español Rodrigo de Ceballos, que lleva precisamente este título y que es una musicalización de un fragmento del Cantar de los Cantares. La confusa ambigüedad reinante en el jardín cercado, con la rosa como símbolo de amor puro pero intenso y la vinculación de la Virgen María con un extraño protocolo amoroso queda a su vez bien representada en la música de uno de los grandes maestros del Ars Subtilior, Elzear Genet, también conocido como Carpentras; se trata de «Haec est illa dulcis rosa. Salve», bello motete a cinco voces, donde se realiza un elogio cortés de la belleza mariana. (Ambas piezas pueden encontrarse en el disco La rosa, el lirio y el arándano. Jardines medievales, a cargo del Orlando Consort, bellamente editado en formato libro-disco por HM).


Cuando las turbulencias fueron amainando y los bárbaros fueron desbastándose, se empezó a pensar en vivir un poco más civilizadamente. Será Carlomagno quien recupere el esplendor de la vida cortesana en sus residencias de Ingelheim y Aquisgrán e incluso, sorpréndanse, imponga por decreto el cultivo de la rosa en su Capitulare de Villis vel Curtis Imperii. A partir de aquí la suerte de la rosa comienza a remontar. Las damas la adoran y de la adoración de la mujer a la asociación femínea con la flor y de ambas con el amor, siempre en el entorno del jardín, solo media un paso. Curiosamente, en esta transformación ideológica de la flor hay un elemento nuevo y fundamental: la música. Erwin Panofsky apunta que es frecuente en el arte medieval la representación de jardines en que una mujer toca el laúd o huele una rosa. Las damas en los bailes tocan su cabeza con arreglos de rosas, en las danzas de los siglos XII y XIII las parejas llevan en las manos ramos de rosas que se intercambian al compás de flautas y dulzainas. Frente a las canciones de inspiración popular o goliardesca, en que la rosa tiene connotaciones lúdicamente eróticas («Una joven portaba una túnica roja; si la acaricio,  la túnica se estremece; una joven se me mostraba como una pequeña rosa, con su rostro radiante y su boca una flor»), la literatura más culta se impregnaba también de este espíritu y reelaboraba estos temas en obras que acogían las corrientes líricas del amor cortés, que se desarrollaban siempre en el ámbito del huerto (del huerto cerrado, amurallado), cuyo objetivo esencial era la conquista de la Dama-Rosa, para lo cual se recurría a todo tipo de argucias, las musicales incluidas. Como muestra del papel crucial de la rosa en el amor cortés puede traerse a colación una hermosísima composición de John Dunstable, la ballata «O rosa bella», que conocerá recomposiciones posteriores y que se expresa en los términos siguientes: «Oh, rosa bella, dulce alma mía, no me dejes morir por esta cortesía. Tan triste como estoy, podría morir tras servirte con perfección y lealtad. Oh, dios del amor, qué doloroso es amar; ve cómo muero por este pacto amoroso. Auxíliame en mi enfermedad: corazón de mi ser, no permitas que muera». (Esta versión, que se sitúa en los más audaces inicios de la interpretación de la música antigua, allá por el año 1983, se encuentra en Mi verry joy, precioso disco del Medieval Ensemble of London, encabezado por Peter y Timothy Davies, registrado en el sello L'Oiseau Lyre).


Es evidente que en este contexto no podemos dejar de citar el Roman de la Rose, donde el jardín es lugar y metáfora, y el amante es jardinero, raptor y músico. El Roman de la Rose fue escrito hacia 1225 por Guillaume de Lorris  y continuado por Jean de Meun en la segunda mitad del siglo XIII. La parte redactada por Guillaume de Lorris es ante todo un «arte de amar», con forma alegórica. Pero en realidad el éxito de la obra se debe a la extensísima continuación de Jean de Meun, que refleja un momento crucial de la Historia occidental: los ideales corteses se habían hundido, la sociedad feudal empezaba a debilitarse y la crisis se extendía a todos los ámbitos. Jean de Meun, erudito, estoico y neoplatónico, y uno de los autores satíricos más crueles de su época, aprovecha para denostar el concepto de la Dama-Rosa como mera fuente de placer y la adecuada recolocación del amor en el contexto de la procreación; para ello se sirve de descripciones misóginas, agresivas y a veces procaces —como el episodio final, con la grosera desfloración de la Rosa—, que en realidad constituyen una profunda crítica a las costumbres relajadas del estamento nobiliario de su tiempo y una denuncia de la gran hipocresía que encerraba la cacareada delicadeza del amor cortés, el cual no suponía sino «un freno para el desenfreno».
De la indiscutible celebridad y propagación del Roman de la Rose, texto de influjo ovidiano que fue fundamental para la historia de Europa, se hicieron eco de forma inmediata músicos de la talla de Guillaume de Machaut y Solage, también Jacques de Cysoing o Brunel de Tours, amén de numerosos compositores de los que solo nos ha quedado la música pero no sus nombres. Todos ellos, en plena época gótica, rescataron episodios especialmente significativos de la obra («En el vergel de las rosas», «Beso precioso», «Yo os suplico dulce rosa»...) en un viaje trovero apasionante entre las producciones del Ars Nova y del Ars Subtilior. En este sentido, me permito recomendar el disco Le Roman de la Rose, del conjunto Per-Sonat, encabezado por Sabine Lutzenberger, que incluye una carola —danza popular citada en el Roman— y una bella canción de Guillaume de Machaut que describe el amor que la Rosa prendió como una flecha en el ojo y el corazón del caballero. Entre los diez mandatos del Amor que proporciona el Roman de la Rose se encuentra, y no por casualidad, el de cantar, tocar instrumentos y bailar con gracia. En el Episodio de Pigmalión se enumera la variedad de instrumentos con que se podía intentar atraer el favor de la dama, aun no siempre con éxito.


Con la rosa ya instalada en el hortus conclusus —aunque ya hemos visto que de conclusus, poco—, y desde sus evocaciones más sagradas, se tenderá un puente hacia la más intachable feminidad y el amor más puro: María, invocada como Rosa Mystica, Rosa Fragans, Rosa Rubens, Rosa Novella. Como Madre, María, la Rosa entre las Rosas, es capaz de conjurar el mal, la muerte, de donde es frecuente que la rosa en cuanto flor se use en su asociación mariana para ahuyentar la desgracia y el terror. En los tiempos de las sucesivas pestes europeas —ya inmersos en el siglo XIV, en pleno apogeo del miedo— los pétalos de rosa se usaban como amuletos y para intentar purificar las ropas, lamentablemente en vano, de los afectados por la enfermedad. (Este concepto de María se puede escuchar en el disco Rosa das Rosas. Il simbolo della Rosa nel Medioevo, a cargo del ensemble Chominciamento di Gioia, en el sello III Milenio).


La Rosa Diosa del Amor Espiritual no conseguiría, sin embargo, neutralizar la visión más estrictamente placentera que de la flor tenían otros poetas coetáneos, cuya estela, por lo demás, otros continuaron. No olvidemos aquel malicioso romance anónimo que reza, con clara alusión a la rosa como pérdida de la virginidad: «Yo m'iba, mi madre / las rosas coger. / Hallé mis amores / dentro en el vergel. / Dentro del rosal / matarme'an.» En los jardines amorosos de la Edad Media había mucha ropa que lavar y la música, como se ha visto, nos ha legado sobrado testimonio.

Adiós, muchachos (26.10.2008)

Han transcurrido ya muchas semanas desde aquel agosto de 2005 en que este viaje comenzó. Y siento quizá que ha llegado el momento de abrir la puerta y despedirse. Incluso la multiplicación de los panes y los peces debe tener un final... o el milagro dejará de serlo. Quienes por aquí han pasado seguirán siendo compañeros de aventuras.
Por el momento migro hacia otra casa. Allí serán todos bienvenidos. Mientras hago las maletas y me marcho suavemente, procurando no hacer ruido, les dejo en buena compañía.
Hasta siempre.




Lo prometido es deuda...

Prometí que escribiría más exhaustivamente sobre la exposición de Adriano en el Museo Británico. Quienes estén interesados pueden leer mi promesa aquí.
Ave.

Crestas y vaguadas, 04.10.08

El gran historiador del arte y de las ideas Erwin Panofsky escribió allá por los años 60 del pasado siglo un libro irrepetible llamado Renacimiento y renacimientos en el arte occidental. La cosa iba de que, si bien todos estamos al tanto de la existencia y caracteres de ese periodo de esplendor que se ha dado en llamar Renacimiento, existen además otros periodos, más o menos sistemáticos a lo largo de la Historia, a los que también cabe apelar con ese nombre, siquiera con minúscula (por ejemplo, el renacimiento carolingio del año 1000). A la par que esta teoría, o en realidad sustentándola, argumenta Panofsky que nuestra Historia es como una cinta que describe ondulaciones –crestas y vaguadas– que determinan de modo ineludible la brillantez o zafiedad respectivamente de los diferentes periodos cronológicos que atraviesa el Hombre en su carrera (ya sea con Bonos del Estado o en la compaña de la Puri), de forma que a una etapa de magnificencia cultural antecede necesariamente una ciénaga intelectual.
Y todo esto me viene a la cabeza cuando pienso en el paso por el Teatro de Falla de Cádiz en esta semana de ese grupo británico de… individuos (músicos no son, artistas tampoco, en todo caso acróbatas) llamado Stomp –gráfica onomatopeya–, al parecer avalados por un éxito arrollador cosechado en lugares múltiples del mundo, que les han granjeado no sé cuántos millones de espectadores. El espectáculo de Stomp es plenamente contemporáneo. Quiero decir que encaja en la estética y en las necesidades intelectuales (o más bien en la carencia de ellas) propias del Hombre de hoy. Lo que por parte de Stomp es, no sé si inteligente, pero sí decididamente avispado. Ahora bien, lo que a mí me incomoda sobremanera es detenerme a pensar que unos individuos que sólo hacen ruido –un ruido infernal, por cierto– durante más de una hora, valiéndose de todo tipo de trebejos, despojos y cachivaches derelictos, puedan arrastrar el aplauso de los espectadores del modo en que lo hacen. El espectáculo de Stomp es intencionadamente chirriante, residual, de vertedero. A tono con los tiempos, repito. Pero no se me vaya a entender mal. La culpa no es de Stomp, sino de esta maldita vaguada en la que chapoteamos torpemente. Si Mozart desde su cima levantara la cabeza... y viera esto:

Sonatina de Otoño, 21.09.08

Hoy empieza el otoño (o al menos así nos lo enseñaban hace años, cuando la educación era medianamente digna, que ahora las estaciones sobrevienen cuando les da la gana) y con él empieza el “nuevo curso”, como dicen algunos afectados reporteros de la cosa… nuevo curso que trae aparejado lo de siempre: la chapuza nacional, o sea; que esta no entiende de modas ni modernidades.
No se sabe si profes y ordenanzas regresaron trastornados de sus jolidais en Reikiavijk o en Estepona, pero lo cierto es que a la hora de examinar a los chicos septembrinos de la Selectividad que nada selecciona, han repartido dos exámenes –el propio de septiembre y el ya realizado en junio– en la prueba correspondiente a la asignatura de Matemáticas Aplicadas a las Ciencias Sociales. Ya tenemos el lío padre. Los beneficiados en la distribución no quieren oír hablar de la repetición de las pruebas y los perjudicados claman justicia. Lo normal. Al final quedará todo en agua de borrajas, pues mucho es el esfuerzo para cosa tan nimia: la legalidad, la responsabilidad y las buenas prácticas en este país importan un figo, y por otra parte tampoco los chicos merecen tanto desvelo, que el informe PISA ya les ha dejado a la altura del betún con examen “repe” o no.
La noticia ha sido profusamente comentada en la edición digital del Diario de Cádiz. Y ahí, en los comentarios de los lectores –que es en lo que las ediciones digitales aventajan a la tradicional prensa en papel–, puede uno desde hacerse cruces hasta explicarse el porqué de tanto despropósito. La mayor parte son comentarios de alumnos: para que luego se diga que no leen periódicos, mis angelitos. Pero… con unas faltas ortográficas y expresivas de cortar la respiración: ‘a’ del verbo haber sin h, ‘asines’ por doquier (sin duda étimo latino de ese orejudo espécimen hoy conocido como ‘burro’), sintaxis ininteligible…
Los muchachos se indignan con toda su precariedad lingüística ante la posibilidad de que lo acontecido reduzca sus opciones al concurrir a una carrera universitaria específica. No deberían preocuparse: cualquier lugar en el que caigan los padecerá por imperativo legal. Cosas de lo políticamente correcto, del “progresa adecuadamente” y de la ceguera general. La sonatina de otoño que cada año se renueva…

Un andaluz en Londres, 16.09.08

Acabo de regresar de la capital británica, de un viaje de trabajo (de trabajo placentero) en que he logrado arañar tiempo para asistir a uno de los conciertos de los Proms y a la magna exposición que sobre el emperador Adriano se exhibe en el British Museum. Tenía relativa curiosidad por ver cómo tratarían los ingleses la figura del emperador de origen andaluz –Adriano, nacido en realidad en Roma, era de familia con decidida raigambre bética–, uno de los emperadores más respetados y polifacéticos de la historia latina… y uno de los pocos emperadores, por lo demás, que murió de muerte natural, ajeno a dagas y venenos. La exposición arranca y muere en la literatura: desde las célebres Memorias de Adriano de Yourcenar, cuyo manuscrito se exhibe en una vitrina como un objeto más de culto (reconocimiento que se me antoja absolutamente merecido) hasta los reflexivos versos Animula, vagula, blandula… atribuidos al emperador, flota en todo el montaje un homenaje a las palabras, también a las de los escritores clásicos, que sirven de guía en las diferentes secciones de la exposición comisariada por el conservador Thorsten Opper.
Guerrero. Soñador. Visionario. Son los tres adjetivos con que se sintetiza en la muestra el quehacer y el vivir de Adriano. Y en todos ellos, y en la propia existencia del emperador, sus raíces andaluzas tuvieron un peso decisivo. Así al menos parece entenderlo el comisario, que subraya la ascendencia surhispánica de Trajano, predecesor y padre adoptivo de Adriano, e igualmente las raíces parentales de este último, cuya familia no sólo dotó al Senado con varios miembros, sino que además estos mismos y otros similares comenzaron a conformar una nueva elite senatorial bien distinta a la imperante hasta el momento. Los productos mediterráneos, y en particular el aceite, proporcionaron una vida muelle a los béticos y sobre todo a las familias que dominaban el entorno. Esa molicie permitió, a su vez, la excéntrica vida de Adriano –el primer emperador barbado, dicho sea de paso–, sus viajes y su gusto por lo griego, su tendencia a la literatura, la filosofía, la belleza… en combinación con un imparable cursus honorum y una mano firme en que se aunaron la violencia más implacable y la ternura homosexual más desbordada: los mil rostros de un andaluz inmortal.
Prometo más detalles...

Bestiarium Palatii II, 02.09.08

Tras la clausura de la última jornada fistivalera, me veo en la necesidad de compartir aquí la detección de un par de especies nuevas:

Nalgae inquietae
Dícese del espectador que, incapaz de estarse quietecito en la butaca, se mueve continuamente y sin cesar a lo largo de todo un concierto o representación, dificultando con ello la visión del desdichado que se encuentra a su espalda. Existe una variante peculiar, en que el movimiento sólo se produce en el tercio superior del cuerpo: se trata del Caput Oscilantisimum, cuya cabeza pendulea de un extremo a otro de la butaca, obligando sincronizadamente a hacer lo mismo a quien se halla detrás; es esta, por tanto, variante peligrosa por su capacidad de contagio.

Telephonans perpetuus
Trátase del individuo que no puede prescindir de su móvil durante un espectáculo. Cabe documentar dos subespecies: aquel que permite que el aparato suene por razones inexplicables, a pesar de los avisos de magafonía, y que se corresponde con el Telephonans Stultus Ruidosus; y el Telephonans Stultus Fotofilicus, adicto a la luz que emana de la pantalla del móvil, que consulta y enciende cada diez minutos de espectáculo.

Por lo demás, he descubierto ayer mismo una variante de la Scalatrix Intrepidans mencionada en la Lección Primera. Se trata de la Deslizatrix Sutilis Contorsionans, que en esta ocasión no trepa por encima de las barras de separación, sino que hábilmente y con exhibición sin par se desliza por debajo de las mismas.

Lección de Zoología: Bestiarium Palatii, 28.08.08

A continuación esbozaremos un pequeño muestrario de los especímenes asistentes a los actos fistivaleros celebrados en el Gran Palacio Musical y sus aledaños. Conste que el presente bestiario es una selección de los ejemplares detectados por esta modesta investigadora en su particular trabajo de campo. Tal vez la lista pueda completarse con más especies por parte de otros investigadores más esforzados que la que suscribe. Todo sea por el bien de la ciencia. Así pues:

Toseturus terminalis gravisEn general, apelativo aplicado a todos aquellos que sufren y sufrirán per saecula saeculorum ataques de tos fulminantes entre movimientos sinfónicos o en los momentos clave de una obra de teatro, neutralizando los sonidos provenientes del escenario. Si el sujeto persiste en su agonía de forma desconsiderada, puede llegar a alcanzar la categoría insidiosa de Gonadotocus carraspei, espécimen que los ignaros designan con cacofónico término vulgaris (algo similar a “tocapelotas tosedor”).

Scalatrix intrepidansDícese de la asistente a los espectáculos fistivaleros que, acuciada por el hambre nocturna, se precipita antes de la conclusión del espectáculo por encima de las barras de separación de butacas, escalándolas, en lugar de utilizar los pasillos conducentes de forma humana y natural hacia la salida. No es infrecuente que la contorsionista sea dama de edad avanzada.

Roncati duobusTrátase de los matrimonios bien avenidos que, ante el aburrimiento suscitado por determinados espectáculos fistivaleros, suelen abandonarse al unísono y armónicamente en brazos de Morfeo.

Exterminator divanorum palatiiVariatio peligrosa e individual de la especie anterior. Úsase en el caso de sujetos que, abatidos por los estertores del sueño ante una sinfonía de Bruckner, caen sobre la butaca delantera desvencijando al tiempo la propia, incluso en repetidas ocasiones. Caso extremo y único documentado en el FIS 2007.

Abanicanda menopausa sinpausa
Dícese de la supuesta dama que por causa de su calidaria aetas tiene una concepción solidaria del aire de su abanico, extendiendo su alcance y el ruido en él empleado a las butacas contiguas. Habitualmente no conoce la fatiga.

Palmatorius impenitentisEspécimen inclinado de forma inevitable a la incontinentia ovationis, oseasé: aplauso desmesurado con independencia de la calidad del espectáculo presenciado, y con frecuencia a destiempo (en mitad de una sinfonía, antes de concluir el cantante un aria, et coetera). No es extraño que padezca esa terrible enfermedad llamada auricula in sphintere (vulg.: oreja en el ojete) que puede aquejar también a algunos críticos.

Momificatus Sanctiemeterii-Tuta-VitaeComo su propio nombre sugiere, se trata de individuos panteónicos que ocupan la misma butaca palaciega desde los tiempos en que estaban aceptablemente vivos (ab urbe condita). Conocidos coloquialmente como STV (de Santander de Toda la Vida, o sea).

Instructor momiarum et aliarum herbarum
Trátase de aquel ignorántulo que, habiendo leído las notas del programa de mano previamente a la representación o concierto correspondiente, se dedica a explicárselas en pequeñas y supuestamente sabias dosis a otras especies menos aventajadas en la lectura, entre las que suelen contarse los Momificati STV citados con anterioridad o cualquier otro género de confiados y sufridos oyentes.

Criticus semperdigestus biberiusqueDícese del esforzado crítico que hace gala de estómago agradecido e inclinación natural hacia el consumo indiscriminado de líquidos espirituosos. Todo ello suele cristalizar en la redacción de críticas exageradamente complacientes.

Garrulus melocriticusComo variante del anterior, aparece este espécimen aún más peligroso por su manifiesta ignorancia. Su estulticia le induce a creer que un pianista puede interpretar él solito un concierto para piano y orquesta, o bien espera sin decencia la interpretación por una orquesta de una polonesa chopiniana. Con frecuencia inserta haches en lugares inadecuados: verbigratia, Elgar queda transformado en Helgar.

Monachus superbius infinitusSiguiendo la vieja consigna luterana –“monachatus non est pietas”–, existen religiosos que, más atentos a los placeres mundanos que a sus votos, dan rienda suelta a sus variados apetitos y a su soberbia, para encubrir los cuales suelen apelar a la organización y dirección de eventos musicales infinitamente consuetudinarios. Es esta una especie peligrosa por cuanto resulta específicamente difícil apartarla del ejercicio de semejantes gozos y consiguientes disimulos.

El horror, 25.08.08

El horror, ese ente tortuoso que invocaba Walter Kurtz justo antes de morir en El Corazón de las Tinieblas, puede arrastrar al ser humano a las conductas liminares más insospechadas. Ante el horror, los códigos éticos más y mejor instaurados se desmoronan, lo relevante y lo irrelevante se trastocan, lo inimaginable se torna posible. Aún recuerdo, hace ya bastantes años, en un vídeo sobre la liberación de Auswitch, la impresión que me causó ver a una de las famélicas supervivientes, todavía harapienta, en el campo y en mitad del desorden de la liberación, arreglándose el pelo ante un pequeño espejo, quizá consciente vagamente de que estaba siendo filmada en un instante trascendental para la posteridad. Coquetería pavorosa, femíneo instinto desubicado. Cosas del horror.
Por desgracia, los conflictos bélicos suelen propiciar que la brújula humana extravíe su norte en mitad de un horror que escapa a las reglas, precisamente, de lo humano. También las grandes catástrofes, en que la muerte –esa enorme tragedia individual que ha alentado en las páginas de novelas y ensayos durante siglos y siglos– pierde su carácter distintivo para convertirse en un suceso casi banal, promueven los más extraños comportamientos. Tras el espantoso suceso de Barajas, en medio aún del desconcierto y del desconocimiento y de los interrogantes y del dolor, algunos supervivientes del horror empiezan a mostrar secuelas de un anormal desequilibrio, favorecido sin duda por lo extremo de las circunstancias. Peter Stafenides, sueco, médico de profesión, esposo de una de las escasas supervivientes del desastre, ha anunciado sin remilgos no sólo la venta al mejor postor de la primera entrevista que conceda su mujer cuando se encuentre fuera de peligro, sino la confirmación efectiva del trato con los periódicos Aftonbladet y Verdens Gang. Ambos medios, supuestamente prestos al carroñeo pero al tiempo aquejados de un pudor políticamente correcto, se han apresurado a negar la transacción. Mientras, Stefanides, que insiste en la realidad del trato, ya está previendo públicamente qué hacer con la suma, ajeno a los dictados comúnmente aceptados de la ética. Sus razones tendrá. El horror, con seguridad, está entre ellas.

Paharraco, 23.08.08

No es por insistir... pero miren cómo evoluciona nuestro querido paharraco gaditano. A este paso, la garricura deberá sustituirse por la amputación de miembros gangrenados...