Gallinas en Moscú, 08.06.08

Los alumnos del Conservatorio Manuel de Falla de Cádiz han regresado al fin a casa –con sus instrumentos de cuerda bajo el brazo– después de vivir una de esas excitantes historias de aeropuertos con que las autoridades y responsables de seguridad en el entorno aéreo se encargan de amargar el viaje al más pintado –si me apuran, hasta al mismísimo Miguel de la Quadra Salcedo–; siempre, naturalmente, por nuestro propio bien, como una toma de aceite de ricino. Es más que probable que a los chicos gaditanos que se fueron a Moscú con la ilusión de haber sido invitados por el Conservatorio Chaikovski no se les va a olvidar la experiencia. Hay que matizar, no obstante, que la odisea vivida en el aeropuerto moscovita –cualquiera que este fuese, de los cinco que allí funcionan– exige una reflexión serena; no debe confundirse una legislación absolutamente protectora de todo lo relacionado con el arte –y quién en su juicio podría dudar, sino en esta culta España nuestra, de que un instrumento musical es arte– con una normativa aeroportuaria absurda o un trato denigrante específico.
A mí en particular se me antoja loable que se vigile la posibilidad de traficar con instrumentos musicales. Regresada como estoy de un viaje por Italia en que pude contemplar en la Accademia florentina una selección de bellísimos Amati, Stradivarius y otras maravillas semejantes, entiendo perfectamente que este asunto debe ser objeto de cuidadosa atención. Lo que ocurre es que España la cultura y la música importan menos aún que un figo, y el tratamiento que reciben música y músicos por parte de nuestras instituciones es tan estulto y lamentable que se encuentra normal llegar con un violín a Rusia –donde, a contrario, la consideración hacia las artes es extrema– como Paco Martínez Soria a Madrid con una gallina en el cesto.
La diferencia estriba en que a estos chicos les echaron el alto con lógica en el aeropuerto de Moscú por no llevar en regla los papeles de sus instrumentos –responsabilidad, por supuesto, no de los estudiantes, sino de quienes organizaron el viaje– y a mí en Madrid Barajas me paró los pies un Einstein de seguridad empeñado en que mi perfume Rive Gauche de Yves Saint Laurent (qepd) era un arma de destrucción masiva. Pero es que los del Este son muy raros.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No conocía el episodio. Pero, efectivamente, a pesar del absurdo y la arbitrariedad que a veces rigen las normas de seguridad aeroportuarias, lo de controlar el tráfico de instrumentos musicales suena razonable.

Por asociación de ideas, dos post que te recomiendo, de tono completamente diferente entre sí:

- Una escena de una niña y unos músicos que viví precisamente en Moscú:
http://carlosjaviergalan.blogspot.com/2008/01/la-nia-y-los-msicos.html

- Y otro sobre la seguridad en los aeropuertos que, a ti -peligrosa terrorista que seguramente pretendías secuestrar el avión amenazando al piloto con tu perfume- quizá te suene familiar:
http://carlosjaviergalan.blogspot.com/2008/02/seguridad-en-los-aeropuertos.html

Anónimo dijo...

Querido Carlos:
Creo que sobre la seguridad aeroportuaria nunca despotricaré lo bastante para lograr poner en evidencia su estulta arbitrariedad y su carencia de fundamento. Pero, como bien sabes, nuestros destinos se encuentran gobernados por imbécilos e imbécilas contra los que es muy difícil luchar, cuánto más tener éxito: la estupidez no entiende de razones.
Besos.