Bufones contra bárbaros, 20.12.06

Voy a contarles una historia vivida muy recientemente en una bella y próspera ciudad del norte de España, aunque más pudiera parecer ambientada en una mísera población de la Edad Media. Hace escasos días me preparé para ir al teatro, y me puse para ello la ropa menos vistosa y más lavable de mi armario. Ya había convenido con el amigo que había de acompañarme en que ambos haríamos lo mismo, por si acaso se producían agresiones o nos arrojaban cosas. Cuando nos aproximamos al teatro –con bastante antelación, según habíamos acordado también por prudencia–, aparcamos un tanto alejados, por temor de no poder coger posteriormente el coche. En la puerta del teatro se congregaba ya –todavía a una hora para el comienzo del espectáculo– una masa de individuos vociferantes. El ambiente en los días previos había estado muy caldeado en y por la prensa local, que había dado pasto a excesos declarativos que nunca debieron encontrar acomodo en páginas dedicadas a la información y el respeto. En realidad, la representación se había desplazado ya desde su escenario previsto en la programación hacia uno no habitual, probablemente en previsión de represalias. Una de las instituciones organizadoras –una entidad de ahorro y, en particular, la que más dinero había aportado al asunto– se desvinculó públicamente de “la cosa”, diciendo para gusto del respetable algo que era incierto: que no había intervenido para nada en la programación del espectáculo (sé por otras fuentes que, unos días antes, varios sacerdotes habían pasado por una de las oficinas de la entidad y habían amenazado con retirar los fondos de la totalidad de sus parroquias si la representación no se suspendía). Los periódicos se habían hecho inexplicablemente eco de las convocatorias a la concentración en el día de la representación, realizadas por el Obispado y, lo que es peor, por Falange Española. Razones para tener miedo no faltaban.
Por fortuna, mi amigo y yo nos colamos por un acceso lateral del recinto, con lo que nos evitamos el mal trago, aunque de camino a la sala se oían los gritos, los insultos, los pitos. Otros tuvieron menos suerte: el Consejero de Economía fue zarandeado cuando llegó al lugar. Por razones de seguridad –que eran de inseguridad para los que aguardábamos fuera– no se abrieron las puertas de la sala hasta cinco minutos antes de la representación. Una vez dentro, algunos aspirantes a espectadores fueron cacheados (aunque es cierto que al artista ya le habían puesto una bomba en su camerino de un teatro de Madrid, un cero para la organización: era a quienes vociferaban a quienes había que cachear). Por fin, ya sentados y tranquilos, aconteció aquello tan terrible que las hordas de bien de toda la vida de nuestro país intentaban evitarnos: el espectáculo de Leo Bassi, La Revelación.
He de confesar que a la obra de Bassi me encaminaba con prejuicios no precisamente positivos, inducidos por intervenciones televisivas no muy afortunadas del cómico italiano. Habrá quien diga que ya son ganas de someterse a todo lo descrito por ver una obra y un actor por los que a priori no se siente mucha estima. Sin embargo, me parece indigno acatar los dictados de los violentos, y por otro lado, nadie en su juicio dejará de admitir que para evaluar algo es preciso, al menos, conocerlo.
Y he aquí que La Revelación se convirtió en una sorpresa, no sólo para mí, sino para muchos de los que allí estábamos, más presentes por la curiosidad y la defensa moral de la libertad de expresión que por la admiración hacia la obra del italiano. La Revelación resultó ser finalmente un espectáculo divertido pero, sobre todo, reflexivo; un espectáculo reivindicativo de los derechos más elementales del ser humano (respeto a la mujer, respeto a las libertades) y que repasó algunos de los problemas más candentes de la actualidad (la inmigración, la ecología, las políticas de ocupación, los conflictos bélicos) a partir de la revisión de los dogmas más asentados en la civilización cristiana, pero también en la islámica o la oriental. La Revelación entonces no fue un alegato anticatólico ni antirreligioso, sino un toque de atención hacia las atrocidades cometidas por el Hombre desde el comienzo de los tiempos hasta hoy, y una apelación a la fuerza de la razón –referenciada por las imágenes proyectadas de Sócrates, Hipacia, Voltaire, Kant, Montaigne o Descartes, entre otros– y al poder de la Naturaleza como entorno purificador contra el abuso y la opresión.
En definitiva: una bufonada sin duda más juiciosa que los gritos desaforados de los que desde fuera increpaban a los que estábamos adentro. La ignorancia es madre del atrevimiento. También de la barbarie.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un par de apreciaciones. Las puertas de entrada al edificio fueron abiertas 40 minutos antes de comenzar la representación, si bien el acceso directo a la sala se produjo, efectivamente, poco antes de comenzar aquella. Por tu comentario parece que el público tuvo que esperar en la calle, algo que no es cierto.
Por otra parte, el registro de mochilas o bolsas fue una decisión que tomaron los servicios de seguridad de la Universidad junto a la policía, en previsión de que pudiera infiltrarse algún espectador con intenciones malévolas o, simplemente, con ansias reventadoras. Es algo que ya ha pasado en otras ocasiones. En este caso parecía improbable que así ocurriera puesto que las entradas estaban prácticamente agotadas antes de que todo este asunto se convirtiera en un "crack" mediático. Pero, también es cierto, que al cambiarse el espacio de representación pudiera darse la circunstancia de que existieran entradas que cambiasen de manos.
Todo esto, repito, fue responsabilidad de los servicios y fuerzas de seguridad que, bajo mi punto de vista, obraron con el máximo celo y, por tanto, considero injusto que nos endoses un cero a la organización.
Un abrazo Ana
Paco

Anónimo dijo...

Querido Paco: gracias, en primer lugar, por tu lectura. En segundo lugar, no negarás que es cierto que la espera -la larga espera, una hora para algunos- en la calle se prolongó innecesariamente. Si se trataba de garantizar la seguridad no sólo del "bufón" Bassi, sino de todos los asistentes, tal vez hubiera sido más sensato permitir a los espectadores penetrar antes en el recinto propiamente dicho e incluso proceder así más cómoda y despaciosamente a su registro. La permanencia afuera, además de suponer una descortesía y una incomodidad, propiciaba que alguno/s de los bárbaros se llegaran hasta donde nos encontrábamos -no era nada difícil, y aún me pregunto cómo ninguno lo hizo- y nos hubieran agredido o insultado, dado que la protección allí afuera no parecía muy presente. Por lo demás, los retrasos en el acceso al recinto, primero, y a la sala, después -junto a la ausencia de butacas numeradas por el cambio de escenario y al rumor propagado por uno de los agentes de seguridad, que anunció que 40 personas verían el espectáculo de pie-, facilitaron igualmente una serie de incomodidades añadidas, como que los espectadores no entraran, sino que se abalanzaran literalmente sobre las puertas respectivas, sufriéndose en ello pisotones y alharacas varias: algo no muy propio de un espectáculo civilizado. Y todo ello, querido Paco, por obra de una "no muy buena" organización -si prefieres el matiz. Por lo demás, espero que entiendas que el post es un artículo de prensa que por fuerza debe ser breve y no permite la entrada en matices ni detalles, igual que entiendo que organizar un espectáculo con todas las dificultades que han rodeado a éste no es precisamente sencillo; de un caso y otro se derivan, naturalmente, errores e imprecisiones. Aprovecho, no obstante, para expresar una vez más mi felicitación a los representantes universitarios en esta ocasión, e incluso a ti mismo por la programación de un espectáculo tal vez polémico pero ciertamente digno.
Un beso.

Luis López dijo...

Bassi no se encuentra entre mis favoritos en lo que a obras de teatro se refiere, no obstante de haber estado en Santander me hubiera sometido a los bárbaros. Es una lástima que en una sociedad tan aperurista como es la española tengamos que sonrojarnos por actos tan lamentables. Viví algo parecido hace bastantes años en Burgos con la representación de unos brasileños (no recuerdo el nombre)que aparecían desnudos.
Gracias por tu post.

Anónimo dijo...

No sé si nuestra sociedad será tan aperturista como aparenta. Tal vez actos como estos nos pongan en la verdadera pista de que nos queda mucho aún por recorrer. Gracias a ti por tu comentario.