Ciudadanos de Babel, 03.01.07

En estos días ha llegado a las pantallas españolas una película que induce a la reconciliación con la cosa cinematográfica –e incluso con alguna de las estrellas más rutilantes y saciantes del star system–, y con ella la oportunidad de poder asistir a una sala de cine “comercial” sin la consabida sensación posterior de desaliento y dinero desperdiciado. Me refiero a Babel, la tercera y última entrega de la trilogía alumbrada por el extraordinario tándem Guillermo Arriaga/Alejandro González Iñárritu, que comenzó con Amores perros en 2000 y continuó con 21 gramos en 2003.
El desembarco de Babel en nuestros cines se ha producido, a mi modo de ver, en momento muy propicio; no sólo –y sobre todo, claro está- por su temática, sino también por las fechas del estreno. Para la que suscribe, que le dedicó la tarde del 31 de diciembre a la trama babélica, la salida del cine resultó demoledora y todavía la jornada del 1 de enero fue más que reflexiva por la misma causa. Pues qué moral, se pensará. Pero precisamente ahí es donde radica el valor de la cinta dirigida por González Iñárritu: en la necesidad que se siente de plantearnos el curso de nuestros pasos, y en la necesidad de planteárnoslo en el comienzo mismo de un nuevo año. Muy simbólico, quizá, e incluso demasiado idílico para tener visos de factibilidad. Como casi todas las cosas que de verdad valen la pena. En este contexto, entenderán, las imágenes multiplicadas por doquier en múltiples receptores españoles de la draculesca a la par que castiza capa de Ramonín García dictando el ritmo de las uvas junto al gesto de La Cava desencajado por el frío –no La Cava del romance, sino la medio desnuda Anna de Sant Sadurní d’Elorrio- me parecieron no sólo espectros de trasnochada ultratumba sino agresiones contra el sentido de la dignidad y humanidad más elementales. Pero volvamos a Babel, no vaya a ponerme apocalíptica.
El asunto de la película, para quien no lo sepa o no lo haya adivinado, va de incomunicación: en la pareja, entre padres e hijos, entre países, entre razas, entre el norte y el sur. Un tema –el de la incomunicación– muy recurrente últimamente: por algo será. Un barrido muy completo y atinado ya lo había realizado en 2000 Michael Haneke en su película Código desconocido, y sobre él ha vuelto el director alemán en su inquietante Caché, en este mismo año; en la misma línea se ha expresado también muy recientemente Paul Haggis en su laureada Crash (2004). Iñárritu, sin embargo, llega más lejos: no sólo explora los meandros de la incomunicación en situaciones límite que Haneke no ha contemplado –tampoco era la ocasión–, haciéndolo además en un tono menos dulzón e inconexo que el empleado por Haggis; Iñárritu da un paso más para poner al desnudo las paranoias de la civilización occidental, las más “insignificantes” y también las más graves: desde el culto desmesurado al placer o a la aceptación gregaria, pasando por el odio exacerbado al otro, hasta el terrorismo como fórmula propicia de manipulación política. De este modo, la carencia de afectos, el egoísmo, el miedo o la insolidaridad que todo cuerpo bien alimentado de Occidente puede padecer en algún momento de su vida actúan como cóctel explosivo llegada la circunstancia adecuada, lo mismo hacia sus semejantes que hacia los que están “al otro lado”. Pero por si todo esto no era suficiente… Iñárritu y Arriaga nos hablan, además, de la fragilidad: ese débil hilo que a todos nos entregan al nacer y que en cualquier momento puede enredarse o romperse y trastocarnos la existencia de modo irreparable.
Un escritor amigo, Alejandro Gándara, ya definió la película como un puñetazo en el estómago. No caeré en la tentación de destripar aquí la cinta. Les sugiero que reciban directamente el golpe, aunque sea sentados, y en una sala con calefacción.

2 comentarios:

Rukaegos dijo...

Por si la razón de peso que es la propia dirección de Iñárritu y el recuerdo vivo del dolor inteligente provocado por sus anteriores películas, que te haya despertado tamañas pasiones a ti, oh Musa, hace prácticamente obligatoria la asistencia a Babel (que imaginarás ya tenía en cartera). Probablemente vaya el sábado con mi rubio favorito. Ya te contaré.

Por cierto, Ramonín y la Lagartiburu también a mí me provocan ciertas náuseas en pequeñas diócesis (tipo Burgo de Osma).

Anónimo dijo...

Harás bien (en lo de ir al cine y en lo del rubio), mi querido R. Del (en)capado y la lagarta... qué decir. Quousque tandem...?