Cambio climático, 08.07.07

En estos días, por desgracia, está específicamente de moda el asunto del cambio climático. Y digo “por desgracia” no tanto –aunque también– por lo penoso del asunto en sí, como por las tajadas que muchos se están sacando a costa de “la cosa”, incluso –y esto sí que es sorprendente– dentro del ámbito de la cultura.
Me he pasado una semana oyendo hablar del “sonado” concierto –Live Earth– que se iba a celebrar alrededor de todo el mundo “para luchar contra el cambio climático”: ¡¡!! No me negarán que la propuesta no tiene su gracia: como si con las baladas entonadas por veinte fulanos alrededor del mundo se fueran a arreglar las cosas –que dicho sea de paso, están muy, pero que muy chungas. A lo peor es que los artistas invitados han cantado tan mal que va a empezar a llover a mares. Lo cierto es que la noble formulación de la causa ha congregado a cientos de miles de corazones concienciados –o sea, cientos de miles de compradores de entradas para los espectáculos, seamos prácticos– desde Tokio hasta Río de Janeiro; cientos de miles de personas que se han dejado un montón de dólares (por hablar en la moneda del imperio) que supuestamente servirán… para reducir gases contaminantes. Eso al menos es lo que nos cuenta Al Gore, que es quien ha impulsado todo el montaje. Estemos atentos, que con toda esa “pasta” recaudada deberíamos ver, no más allá de seis meses, cómo se nos solucionan los problemas medioambientales y el aire se despeja. En el peor de los casos, si seguimos tan ahumados como hasta ahora –lo más previsible, me temo–, ya sólo nos quedará preguntarnos si las resmas de billetes se las tragó el agujero de la capa de ozono –ese que, por cierto, se está cerrando él solito, según aseguran los expertos en estos temas.
Lo de Al Gore per se también tiene su tela. Mientras ocupó una vicepresidencia desde la que era factible adoptar medidas preventivas o resolutivas, no sólo no movió un dedo en tal sentido, sino que además se dedicó a firmar el tristemente célebre Plan Colombia, que estimula la fumigación indiscriminada con herbicidas tóxicos de múltiples cultivos legales y núcleos de población de Colombia y que además supuestamente desvía fondos para colectivos paramilitares de índole fascista. Sin embargo, una vez botado de su espinoso cargo, Gore cae del caballo cual Saulo y se dedica a dar conferencias por todo el mundo para descubrirnos la pólvora: es decir, explicarnos que nos estamos cargando el planeta (algo de lo que nadie se había percatado), y de paso cobrar buen parné por abrirnos los ojos. Todo empezó haciendo una peli y dando unas charlas, pero burla burlando, ya le han concedido dos Oscar y el Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional (los del Príncipe de Asturias últimamente están poco inspirados) y tiene una agenda de morirse (no sé por qué sospecho que Gore imparte más conferencias que yo y hasta se las pagan mejor), sin contar con que cada puerta institucional a la que llama se le abre de par en par sin rechistar.
Ya que se lo monta tan bien, tal vez podría Gore dedicarse a visitar de forma altruista los consejos de administración de los grandes bancos para pedirles fondos, justamente cuando estos anuncian a bombo y platillo, como cada año, que han tenido X (X por pornográficos) miles de millones de dólares de beneficios; también podría hacer otra visita para contarles su “verdad incómoda” a los responsables de las cien empresas más contaminantes del mundo, por ejemplo, en lugar de decirnos que no usemos laca para el pelo. Mientras tanto, es muy aparente augurar, como el interfecto hizo en febrero en Madrid, que “seremos recordados como la generación que destruyó el planeta tierra”. Todavía sigo rumiando quién nos recordará cuando ya no exista nadie. Pero hay que admitir que la frase, si no la piensas, impacta.
Por si esto no era suficiente, recibo ayer en mi correo electrónico una oferta de la Casa del Libro, que me da la oportunidad de leer antes que nadie el Informe Stern: un informe que promete “la verdad sobre el cambio climático”. Es evidente que todos tienen su verdad, y que todos quieren colocárnosla a buen precio. Y mientras tanto, el planeta se nos muere. Lo malo es que, contra los pronósticos de Gore y los demás rappelles que pululan por ahí, si seguimos en estas no quedará nadie para recordarlo.

3 comentarios:

Warren/Literófilo dijo...

Que Al Gore mejor se dedique a convencer a los suyos para que firmen en protocolo de Kyoto.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Adorada, cuánta razón tienes...
No hay cosa peor que los que caen del caballo justo a tiempo y siempre de pie.
¿Cómo se puede tener tanta cara? Mientras estuvo en su mano, no hizo nada —más bien al contrario, como tu señalas— por frenar la espiral de contaminación. Y ahora que ya no pinta nada, se erige en abanderado de la causa.
Lo realmente nefasto es que, al final, acaban haciendo más daño que bien. Si es mejor que no apoyen nada, de verdad.
Un gran artículo, Ana. Claro, directo y valiente. Bravo.

Jorgewic dijo...

Querida

Toda generación necesita su "tonteria del verano", ese tema recurrente (porque siempre ha estado ahí) que conviertes en bandera cuando ya no tienes otras más importantes a las que dedicarte o con las que engañar al personal y llenar la bolsa : primero fueron las guerras (que ahora se pueden controlar más o menos), después el fascismo y el comunismo (sin comentarios), después el hambre en el mundo (bueno, éste más que recurrente es endémico, aunque ahora lo han circunscrito a Africa, porque en el resto del mundo lo han maquillado con la sobre-explotación laboral, incluída la infantil), etc.

Ahora le toca al "cambio" climático, como si desde el siglo pasado (mejor dicho, el anterior, porque ya viene la cosa de la revolución industrial y la expansión del turismo de masas) no hubiésemos hecho nada para ciscarnos en el medio ambiente. Mira tú qué gracia, se supone que estamos "destruyendo" el planeta y lo llaman "cambio", como si fuera una cosa neutra y subjetiva, de la cual nadie tiene la culpa, como cuando la serpiente muda de piel. Pues eso.

Es sabido que las "tonterias del verano", aparte de para consumo interno de las mayorías (no pensar, no sentir), tiene la finalidad de servir de cortina de humo con la que tapar otros "asuntillos". Con el rollo del calentamiento global parece que nos olvidaremos de la deconstrucción inmobiliaria de las ciudades, pueblos y costas, de la sobresaturación automovilística, de los bosques amazónicos, de las mareas de chapapote, etc. Porque, claro, ¿quién le pone el primer cascabel al gato, renunciando a su bonito Ford Focus, su apartamento en primera linea de Gandía y todos esos maravillosos complementos que venden en la esquina a 3 euros? ¿Eh?

Por otro lado, parece increíble que todavía haya gente que preste atención a los eructos de cualquiera que haya pertenecido al Departamento de Estado norteamericano.

Muchos besos