Brines y la no Universidad, 17.10.07

La semana pasada se falló en Granada el IV Premio García Lorca de Poesía, uno de los premios más importantes del ámbito andaluz, aunque su alcance sea internacional. Ángel González, Blanca Varela y José Emilio Pacheco constan en la nómina de autores ya premiados, a los que viene a sumarse la designación en este año del levantino Francisco Brines, poeta de larga trayectoria (en una de sus expresiones grandilocuentes habituales afirmó García de la Concha que Brines estaba “en el canon de la poesía española contemporánea”, aunque no sepamos muy bien cuál es ese canon) y miembro de la Real Academia Española de la Lengua (ocupa el sillón X que a su muerte dejó vacante Buero Vallejo).
De Brines se ha dicho repetidamente –de nuevo en estos días– que es integrante y hasta representante de la Generación de los 50, algo que no es ni estricta ni laxamente cierto. La propia heterogeneidad de la “Generación” (discutida etiqueta) de los 50 y la propia cronología de la producción de Brines desmienten ese supuesto. Los poetas de los 50 únicamente guardan en común ser alumbrados a un panorama agitado por una vieja disputa de rescoldos reavivados, cual era la contienda entre la poesía de la comunicación y la poesía del conocimiento. A partir de ahí cada uno siguió su propio camino. Y, en todo caso, el primer libro de poemas de Francisco Brines es galardonado con el Adonais en 1959 y aparece en 1960.
La obra de Francisco Brines se atrinchera en la memoria como estrategia de supervivencia contra el tiempo, y también contra la vida que se escapa dejando incertidumbre como único rastro perceptible entre las manos. Una memoria que se abastece de palabras usadas no tanto con amor (“No tuve amor a las palabras”) como con desnudez; una impudicia formal que ilumina ese existir fugaz que a todos abandona irremediablemente. El caudal de la memoria en Brines funciona como hilo que entreteje su obra entera, como algo que le permite incluso despedirse del lector (Ensayo de una Despedida es de hecho el título de su poesía completa publicada por Tusquets en 1997) con sentido de unidad, con conciencia de ofrecer algo cerrado y coherente, perfecto. Sin embargo, no por ello es la obra del poeta de Oliva ajena a una serena evolución, ya desde la prístina lucidez de Las Brasas (1960), pasando por la crónica distante de Materia narrativa inexacta (1965), el meditabundo oficio de Palabras a la oscuridad (1966, Premio de la Crítica), el pesimismo reflexivo de Aún no (1971) o Insistencias en Luzbel (1976), el recuerdo obsesivo del viaje y el amor en El otoño de las rosas (1986, Premio Nacional de Poesía), hasta llegar al fin a la percepción crepuscular de La Última Costa (1995). Evolución presidida siempre por un concepto que Francisco Brines mismo admite como fundamental: el de Revelación, que abarca el descubrimiento de la intimidad, de la existencia y del tiempo (primero histórico, luego más sabio y eterno), todo ello hecho poema a través de la memoria. Es precisamente mediante esa luz reveladora como puede ir el poema construyéndose, a pesar del olvido que todo lo devora. La Revelación actúa en cierto modo como el Lazarillo que conduce al Poeta Ciego, aunque éste sepa perfectamente el camino que quiere tomar: el Lazarillo no marca la senda, sólo los pasos para transitarla sin tropiezos. Todo ello impregnado de un hedonismo decadente que llena de tiempo y de tersura el verso.
En la
prensa granadina se lee que un amplio sector de los estudiantes de Filología Hispánica desconoce la obra de Francisco Brines. Algo que resulta desconcertante, dada la notable tradición poética de Granada dentro de la Península. Las excusas resultan de lo más rocambolesco: unos no tienen tiempo para leer –natural en estudiantes de Filología–, a otros los absorbe el Siglo de Oro y no quieren salir de él (¿?), otros ni siquiera conocían al poeta; una estudiante afirma que el premio tendrían que habérselo otorgado a alguien con suficiente edad (sin duda los 75 son señal de inmadurez). El reportaje, escandaloso y vergonzante por igual (para colmo, los interfectos dan su curso, nombre y apellidos, no fueran a perderse en el anonimato sus rebuznos), es claro ejemplo del precario estado de la enseñanza universitaria en España. Por mi parte, me atrevo a sugerir que la Junta debería no tanto subvencionar a algunos para que sigan estudiando como a otros para que dejen de hacerlo. No se demoren, que es urgente.

8 comentarios:

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Si me permites un despendole ligeramente irreverente, te diré que lo que de verdad une a la generación del 50 es que a sus miembros difuntos los enterraban y no los incineraban, por miedo a que, de acercarles una cerilla, lo mismo se pasaban tres días ardiendo...
Y después de esta maldad, estoy contigo: hay que ver qué poquito se aprende en la facultad. A rebuznar con métrica, como mucho.

Sir John More dijo...

Calla, calla, que a ver si te toman la palabra y de las logses y las loes y las leches pasan directamente a subvencionar los coches tuneados y los festivales de hip hop. Que la universidad no sirve para nada, eso lo sabe cualquiera, pero ahí, aun rebosante de inutilidad, cumple una función estética, ¿no? Besos de un poético ignorante.

Anónimo dijo...

Javier: Buenísimo tu comentario. Sí, la verdad es que para un flambeado no tenían desperdicio... Aunque no creas que los posteriores les van a la zaga, que aquí a la botella le dan todos. La letra con whisky entra, ¿no?

Sir: Hip-hop a la Universidad, ¿por qué no? Ya entró el flamenco... ¿De verdad piensas que la Universidad es estética? Para mí únicamente estétrica. Beso salmantico.

Anónimo dijo...

Pensar que un día, en el último año de carrera,me aplicaron el Reglamento de disciplina académica, me expedientaron y me expulsaron de la Universidad por rojo. Cómo ha cambiado el mundo, el mío al menos.
Escéptico

Anónimo dijo...

Razón tienes, querido Escéptico. La Universidad española ha crecido en libertades pero está muy deteriorada en lo que se refiere al conocimiento. Todo tiene su precio, pero hay facturas elevadas... Un beso.

zeta dijo...

Me gustan los comentarios de aquí,muy buenos y agudos...Me doy cuenta, con tristeza,de la diferencia de conocimientos entre las tierras donde nos encontramos...Supongo que lo mejor que puedo hacer ahora es celebrar por la premiación del señor Brines,aunque no he leído nada de él...Espero que no sea una constante...

Anónimo dijo...

Anímate con algún libro de Brines, que vale la pena. Tienes una antología total en editorial Tusquets.
Me alegra que te guste el contenido del blog. Un abrazo y gracias por compartir tus opiniones.

zeta dijo...

He pasado la gran parte de mi vida sin leer un libro...Ahora,mayor y atrasado con todo, trato de ponerme al día...A ver si algún día me cruzo con un libro de él...Nada,opiniones casi de niño...Gracias a usted...Por considerarlas...