Las mujeres de Klimt, 28.06.06

Acaba de inaugurarse en la Fundación Mapfre de Madrid una de las exposiciones en verdad referenciales del presente año: la titulada “Mujeres”, integrada en su totalidad por dibujos de Gustav Klimt que toman, obviamente, a la mujer como motivo central. La muestra exhibe, contra unas paredes de un intensísimo rojo provocador y exultante, en torno a un centenar de dibujos de todas las épocas del artista, desde carboncillos de su periodo más académico –no por ello menos atractivo–, pasando por trabajos preparatorios de algunos de sus grandes lienzos, hasta la parte más nutrida de dibujos específicos (no bocetos) de desnudos.
Ni siquiera para los amantes de las exposiciones atentas en su mayor parte al óleo puede esta muestra resultar decepcionante. Es cierto que en muchos artistas los dibujos constituyen meros elementos de trabajo personal, que presentan interés casi en exclusiva para los investigadores de la Historia del Arte. En cambio, en el caso de Klimt el dibujo es un estadio fundamental de su obra, hasta el punto de que en muchas ocasiones la obra en sí misma era en realidad el dibujo primorosamente trabajado, que entonces trasladaba al lienzo para darle los toques finales –esos tan apreciados por sus devotos: los fondos coloristas, abigarrados y geometrizantes que tanto le distinguen. En otras ocasiones, los dibujos constituyen en sí mismos el formato perseguido por el propio artista.
De Gustav Klimt se conservan aproximadamente unos tres mil dibujos, de los que un altísimo porcentaje está dedicado a la figura femenina. En realidad, lo mismo en sus dibujos que en sus óleos, la mujer es la protagonista indiscutible del universo creativo del pintor austriaco. Él mismo lo manifestaba sin ambages: “No me interesa la propia persona como objeto del cuadro, sólo otras personas, especialmente femeninas”. Por ello, no es extraño que haya sido Klimt precisamente uno de los artistas que mejor ha perfilado las múltiples facetas del carácter de la mujer, pero no desde un ángulo de visión masculino, sino estrictamente femíneo. Las mujeres de Klimt no son objetos de contemplación, ni siquiera son protagonistas de sus cuadros; son mucho más: son el alma que transpira a través de ellos, son la propia existencia intensamente degustada con independencia del espectador y del mundo. Por ello, no sería exagerado afirmar que Klimt ha sido uno de los mayores artífices de la “liberación” de la mujer en el ámbito del arte. Por ello, también, han sido mujeres las máximas admiradoras de la obra klimtiana.
Con frecuencia se ha acusado al artista de Baumgarten, en especial por la naturaleza de sus dibujos, de voyeurismo e incluso de pornografía –así lo hizo explícitamente Adolf Loos en su artículo “Ornamento y delito”, donde atacaba la obra de los miembros de los Wiener Werkstätten, y en especial la “sucia” obra de Klimt (que respondió al arquitecto con la caricatura Autorretrato con genitales). Parece que, en efecto, el austriaco solía trabajar en su estudio con dos o tres modelos que no tenían inconveniente en desnudarse y adoptar las poses más indiscretas. Sin embargo, si se observan con detenimiento los dibujos de esas mujeres, no hay rastro en ellas de lujuria, aunque sí de una sensualidad ensimismada y elegante, casi privada, si no fuera por nuestra presencia inconveniente. En las escenas de Klimt, los inoportunos, los invasores, somos nosotros, que nos adentramos sin permiso en la intimidad preciosa de unas mujeres inmersas en su ciclo vital con apasionada serenidad.
Platón distinguió en el Banquete dos clases de Venus: la celeste y la vulgar. Las mujeres de Klimt son celestes y vulgares a la vez, inalcanzables y prosaicas, recoletas y temibles, refinadas e irónicas, distantes y dulces, silenciosas pero activas. Son la puerta trasera del Infierno y la entrada triunfal al Paraíso. Renoir reincidió en la diferencia, acotándola magistralmente: “la mujer desnuda sale o del mar o de la cama”. El nacimiento y la sexualidad: dos formas óptimas de decir la creación, y de decirla en femenino. Klimt añadió sabiamente un tercer elemento: la muerte, que todo lo renueva. Las mujeres de Klimt no son mujeres: son la carne limpia en mitad del exceso del mundo, son la esperanza, la génesis, la vida perpetuamente renacida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha encantado su visión de Klimt, al que desde hace años sigo coin cierta fruición.
Estoy plenamente de acuerdo en su visión sobre el desnudo fememino y en el modo en el que pinta al austriaco. Lo que no evita que sus cuadros me trasladen a un espacio de ebriedad lujurioso y oscuro, avecindado muy cerca de la muerte.

Siga escribiendo como lo hace. Sepa que es leída con atención.
Con afecto.
JJP