
Pero todo es susceptible de empeorar. La plaga que denuncia el novelista se ha extendido por diferentes ámbitos, en los que proliferan los nuevos aspirantes a académicos, y además a académicos activos, de una Academia Paralela. Es el caso de algunas asociaciones de gitanos, judíos, homosexuales y mujeres, y también de algún partido político –específicamente, el Bloque Nacionalista Gallego–, que la han emprendido con el Diccionario de la Real Academia, con decidida intención de revolverlo de arriba abajo. Todos ellos, indiscutibles maestros del idioma, filólogos en potencia y déspotas en acto, exigen que se eliminen acepciones o que se pongan a pie de página notas políticamente correctas como “este es un uso sexista”. Si es necesario, se llega a afirmar –como ha hecho el BNG– que Costa Rica o El Salvador son países “intrascendentes” (¡!) porque el uso que en ellos se hace del vocablo ‘gallego’ no es –supuestamente- del agrado del pueblo idem. Increíble pero cierto.
Sin poner en duda que exista alguna acepción discutible en el Diccionario de la Real Academia, causa auténtico pavor pensar en un diccionario confeccionado a la medida de las expectativas de ciertos colectivos: un diccionario empobrecido, encorsetado y amordazado, ajeno a los usos reales, por las pretensiones de unos pocos. Lo que, por otra parte, es una completa utopía, pues no hay que echarle mucha imaginación para pensar que a los mencionados grupos pronto se añadirían –por ejemplo– los actores, los policías, las amas de casa, los catalanes, las canguros, los farmacéuticos, los deportistas, los funcionarios, los profesores, los periodistas, los sacerdotes y hasta los ladrones –que también tienen su corazoncito y el diccionario no les trata demasiado bien–, con las correspondientes modificaciones impuestas por cada cual. El DRAE se convertiría entonces en un Diccionario de Babel, y el español en una lengua muerta, asesinada por y “en el marco” de la multidisciplinariedad –otra de las palabras aborrecidas por Marías–, la sostenibilidad o la transversalidad. Corren malos tiempos para el español, en efecto. Y no parece que la Academia Paralela, con sus nuevos académicos profetas, vaya a sacarnos de esta ciénaga.
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