Gato encerrado, 18.10.06

En esta semana hemos recibido una noticia esencial, una noticia ante la que todos nos hallábamos expectantes, una noticia de valor incalculable para el mundo de la literatura y la cultura, una noticia que, en consecuencia, no podía menos que ser divulgada a pombo y platillo. El premio más importante de la escena literaria española se ha fallado en estos días, y contamos con la fortuna –aunque no tanta como la que va a percibir el agraciado– de conocer ya el nombre del nuevo escritor planetario con el que ennoblecer los anaqueles de nuestras babélicas bibliotecas.
Sobre el proceso de este año bien puede decirse que ha habido gato encerrado, empezando por el título encubierto de la novela presentada a concurso –El año del gato–, sin perder de vista el absurdo pseudónimo con que la obra se presentaba, Cat Stevens. Y es que, todo hay que decirlo, el encerrado Gato Stevens estaba un poco desorientado en esta feria, dado que le atribuyeron una canción que nunca cantó. Parece ser que cuando el agraciado planetario llegó a España desde la Pérfida Albión estaba de moda una canción gatuna, que en definitiva no sabemos muy bien todavía si era El año del gato –cantada en realidad por Al Stewart, aquel artista estupendo de los 70 que gustaba de embutirse en horribles trajes blancos con pantalones de enormes campanas– o bien era una de las múltiples baladas –maulladas, mejor dicho– del bueno del Gato Stevens. El caso es que el tierno recuerdo agaterado indujo al escritor planetario a parapetarse tras tal estrambótica plica, no con otro deseo que el de pasar inadvertido. Por supuesto. Algo que, lamentable e inexplicablemente, no ocurrió, pues un día antes del fallo ya se escribía en prensa que el gato encerrado y despistado se llamaba Álvaro Pombo.
El desarrollo del proceso deductivo no lo conocemos con certeza. Puede pensarse que un encapuchado asaltó y abrió la plica y filtró el nombre del autor, puede pensarse que semejante pseudónimo tenía que pertenecer a un auténtico astracat de la escena literaria, puede pensarse incluso –malas lenguas hay que no descansan– que la gatada de Pombo estaba ya apalabrada con cierta antelación, de modo que el gato llevaba ya encerrado varios meses hasta que llegó el momento decisivo de maullar.
La elección de Pombo era una necesidad para el Planeta de este año. Tras el escándalo del año pasado, con el abandono del jurado por parte de Juan Marsé –por otro lado autor de aquella inmortal, imprescindible obra también planetizada, La muchacha de las bragas de oro–y su pública interpelación a María Pau Janer por lo cutre de su novelita, el premio tenía que levantar cabeza y garantizar que no pudiera alzarse voz crítica alguna. De hecho, a pesar de que la organización de este peculiar Planet Hollywood a la española ha propagado que se han vendido más de 50.000 ejemplares de las Pasiones romanas de doña Pau, el runrún de los libreros cuenta algo bien distinto y bien distante. Por otra parte, las páginas culturales de ciertos periódicos se rasgaron –por una vez– las vestiduras y se sumaron también a la fiesta del árbol caído, ocupándose en insinuarnos lo que no sabíamos, esto es, que el premio de marras no siempre era tan limpio como parecía. Oh, sorpresa.
Pero en la edición de este año todo ha cambiado. Se ha elegido un jurado de confianza, integrado por algunos de los mejores escritores de la Península y parte del extranjero. Se ha buscado un escritor con fama de buena pluma y mejor letra, que vende lo que le echen, que es el rey de los suplementos culturales, que gasta impecables cravates de Herrera y que, además, de gatos sabe rato largo. Para no empañar lo esmerado del escaparate, se ha buscado a una señorita gallega que acompañe a Pombo, elegante a la par que discreta, en su gloriosa singladura. A ver quién dice que en España no saben hacerse bien las cosas. Estos sí que son premios, y lo demás son cuentos.

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