El Gato de Schrödinger, 07.02.07

El Gato de Schrödinger, como sabrán, es la paradoja científica que traduce el dilema literario del ser o no ser. Un gato encerrado en una caja con un veneno letal, que puede estar vivo o muerto mientras la caja no se abre, y que al abrirse implica una transformación por cuanto el escenario previo de la prueba se modifica. Aunque en origen la cosa va de mecánica cuántica, creo que bien puede aplicarse a todo aquello que admite varias posibilidades de existencia al mismo tiempo, y más aún, a aquello que puede variar su estado según quién ejerza la facultad de la mirada.
Si me marco este galimatías no es por otra cosa que por hablarles de un cuadro excepcional, un cuadro que forma parte de la experiencia estética de todos nosotros, y que por este tiempo cumple cien años de vida: me refiero a las celebérrimas Demoiselles d’Avignon, que nacieron a la luz del arte occidental en 1907 y que, con el tiempo, han pasado a encarnar uno de los iconos indispensables de nuestro ideario cultural. Cien años más tarde, ese carácter persiste, y las peculiares “señoritas” representan, si no el cuadro más logrado de Picasso, sí uno de los más revolucionarios e influyentes en la Historia del Arte Universal. Pues bien, el caso es que las Demoiselles d’Avignon atravesaron varias etapas en que bien pudieron ser otra cosa, desde su concepción hasta su propio nombre, pasando por su propia presencia: como el Gato de Schrödinger, las “señoritas” pudieron ser señoritas y señores, su espacio vital cambió de modo insospechado y además su lugar de nacimiento osciló entre París, Barcelona y Avignon, por no hablar de que el título del cuadro no fue propuesto por Picasso en absoluto, por lo que toda la parafernalia habida en torno a la tela bien pudiera quedarse en agua de borrajas; igual que el propio experimento gatuno, del que el pobre Schrödinger quedó tan harto que amenazaba con sacarle una pistola –literalmente– a todo aquel que se lo mentara. Pero volvamos a las enigmáticas damas de Picasso.
Como todos sabemos, cinco son las féminas que Picasso inmortalizó en su polémico cuadro –pues polémico fue, ya que hubo de esperar nueve años hasta que el pintor se decidió a exponerlo, y aún así la crítica lo recibió con desagrado–, cinco féminas bien distintas entre sí. Dos de ellas son absolutamente blancas, dos parecen llevar una máscara africana –los críticos insisten en el influjo del arte africano, aunque Picasso siempre lo negó– y la quinta aparece en un escorzo absolutamente imposible, de espaldas y con el rostro vuelto hacia el espectador. Del desorden de sábanas y de la insinuante disposición de las frutas presentes en el cuadro cabe inferir que es una escena de burdel, aunque también podría no serlo. En todo caso, a Apollinaire eso le pareció, pues fue él quien primero bautizó a la tela con el estrambótico nombre de El burdel filosófico. André Salmon, otro amigo de Picasso, reparó en que en Barcelona existían varios prostíbulos en la calle de Avinyó, y propuso entonces como título Las señoritas de Avinyó. Pero de Avinyó a Avignon mediaba poco, y de hecho, cuando las descocadas damas fueron expuestas por Picasso en 1916, su dni ya rezaba Avignon y no Avinyó; eso sí, a Picasso lo de demoiselles no le gustaba un pelo. Tal vez porque, en su inicio, Picasso había previsto que en el cuadro las mujeres aparecieran acompañadas de un marinero y un joven con una calavera (¿un estudiante de medicina?), con lo que el costumbrismo de la escena se hubiera reforzado y a la vez enrarecido: más paradojas e hipótesis más bien propias de Schrödinger y su afamado gato. Así lo atestiguan los bocetos conservados, que son varios y que se encuentran convenientemente explicados y diseccionados por los conservadores del MOMA, museo que actualmente posee Las señoritas de Avignon, tras su venta sucesiva por varios coleccionistas particulares.
El cuadro, que gozó de escaso éxito en su primera exposición en el Salon D’Antin, se vendió muy barato. Pero el reinado de la pintura estrictamente representativa había terminado. A cambio de un precario puñado de monedas en su bolsillo, Picasso había iniciado el arte contemporáneo.

No hay comentarios: