Eterno femenino, 21.02.07

Autores como Lipovetsky o Gil Calvo han escrito, y mucho, sobre ello: el eterno femenino, ese ectoplasma que todavía hoy obsesiona a los hombres y que ha condicionado secularmente la vida de las mujeres, sigue vivo. En esta semana, desde los ámbitos de la historia, la música y la moda vienen noticias que debieran hacer que muchos se replantearan los tópicos más cavernarios del eterno femenino… pero lo cierto es que “muchos son los llamados y pocos los elegidos” en la loto de la inteligencia.
La primera que ha bajado el banderín es la mismísima Cleopatra, de quien hemos descubierto un dato trascendental: que era más fea que Picio. Al parecer, de la efigie presente en una moneda del año 32 a.C., expuesta recientemente por la Universidad de Newcastle, cabe deducirse que Cleopatra tenía cara de bruja, con el mentón y la nariz bien afilados; Marco Antonio, a su vera, encaja en la tipología del hombre sapo –ojos saltones y cuello más que grueso–, pero esto nos importa menos. En realidad, se me ocurre que los dos reyes fugacérrimos de Egipto no tenían bien controlado al personal de su ceca, o les debían sueldos atrasados, porque de otro modo tanta mala leche no se explica. También es cierto que precisamente en este año 32 es cuando a Octavio –el futuro emperador Augusto– se le mete en la cabeza declarar la guerra a ambos, y tal vez el funcionario de turno, que se olía la derrota de Actium del 31, quiso quedar bien por adelantado y ganarse un ascenso. No sería la primera vez: la ilustre figura del tránsfuga existe ab illo tempore. De Cleopatra, incestuosa a los 16 por razón de Estado y muerta por idéntico motivo a los 39, la Historia nos transmite que hablaba egipcio, sirio, griego, latín y arameo, y que le interesaban las ciencias, la música y la literatura; talentos ciertamente irrelevantes frente a los ojos de color violeta de Liz Taylor y su glamurosísimo Cruzado Mágico de talla 100.
La siguiente en dar la campanada ha sido la Madama par excellence, la vaporosa Butterfly, que ahora se ha visto envuelta en un escándalo de racismo y deconstrucción a partes iguales: un profe del King’s College de Londres ha descubierto que la delicada japonesita sumisa con la que muchos hombres de bien aún hoy sueñan está “pasada de moda”, y que protagoniza una historia xenófoba poco edificante que, según el profesor Parker –defensor del pueblo en ratos libres–, debería censurarse y retocarse para hacerla políticamente correcta. Qué bien. Menos mal que Parker se desvela por nosotras: no vayamos a caer en el maltrato y el racismo por escuchar óperas de Puccini, sobre todo si los malos y los tontos son los americanos y los japoneses respectivamente. Con las brillantes ideas de Parker, aparte de cargarnos la mayor parte de la producción artística de Occidente desde ni se sabe cuándo, seguro que nuestra sociedad avanza de lo lindo en la postulación del matriarcado. Tiempo al tiempo: “cosas veredes, amigo Sancho”.
Pero no en la historia ni en la música: es en la moda, jóvenes y jóvenas, donde con más virulencia se mascan los instintos atávicos del macho. Esto, que así formulado le encantaría a cualquier feminista de pro, es lo que parece sugerir el último y polémico anuncio de Dolce&Gabbana. En la escena se exalta la figura femenina en sus estereotipos más habituales: labios muy rojos, ojos muy maquillados, pelo muy largo, tacones tan altos que dan miedo. La moza, con su agresivo look Tamara de Lempicka, se encuentra en el suelo, aparentemente sujeta por un mozo un poco grasiento que promete escasa dotación; alrededor, cuatro pandilleros un tanto anacrónicos contemplan la escena como salidos de una película de James Dean: sólo les faltan los calcetines blancos. Los múltiples vigilantes de nuestro bienestar ya se han rasgado las vestiduras –de otro modista, suponemos– y han pedido la retirada del anuncio. En nuestra sociedad bienpensante se tolera matar a una o dos señoras todas las semanas sin que pase nada, pero una foto provocadora -¿qué es la publicidad sino provocación?– nos revoluciona las meninges. Retirando el anuncio de D&G no morirán menos mujeres, pero el gesto es el gesto, sobre todo si es mediático.
Visto lo visto… la pervivencia del apolillado eterno femenino está más que asegurada.

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