Feria de vanidades, 13.06.07

Pues ya ven. Resulta que la semana pasada prometí que hablaría sobre arte del bueno, sobre arte de verdad, y he aquí que en el camino se me ha cruzado algún viaje extraño junto con vivencias turbadoras que me han disuadido –sólo por el momento, por supuesto- de mis intenciones iniciales, básicamente por el peculiar estado en que se hallan mis meninges. De modo que el día de hoy se me antoja de humana banalidad –proclive a la más elevada filosofía o bien al más burdo chascarrillo, según se mire-, y nada mejor para ello que fijarse en ese magno acontecimiento de las letras españolas que es la Feria del Libro de Madrid, y en particular en algunas de sus más mediáticas manifestaciones: la firma, la anhelada y/o detestada firma de ejemplares.
Como es sabido, todo Via Crucis tiene sus estaciones, y las inevitables de la Feria son las casetas en que un autor –un autor venerado (no necesariamente venerable)– se ocupa durante horas en aquello de garabatear las páginas primeras de sus obras con dedicatorias para personas que no conoce. A mí, tímida de natural, las turbamultas en torno a los nombres sagrados de nuestras letras me infunden tanto miedo y respeto como el contacto con la divinidad, así que procuro no acercarme a los corrillos en que lectores devotos e inocentes aguardan su turno de sobacos ilustrados, con su volumen bajo el brazo en espera de la sonrisa y las palabras espirituosas del chamán de turno.
El fenómeno de la firma tiene su enjundia y su proceso, no crean ustedes otra cosa. Cuando el autor es joven –y, si tiene suerte, firma en la Feria de su pequeña ciudad– lo de la caseta y las horas de espera le parece incluso deseable. Seis ejemplares vendidos y firmados al cabo de tres horas -en un entorno un tanto desolado con un par de sillas de plástico- suponen todo un triunfo, y a lo largo de ese tiempo el autor se afana en ser amable con cada lector –aunque a alguno ya lo conoce de sobra– y en preguntarle todos los detalles posibles acerca de su vida y ocupaciones, por reintegrarle de algún modo los diez euros que el curioso acaba de invertir en su novela o poemario. En el caso de los jóvenes que llegan a saltar a la capital, puede ocurrir que les aqueje un primer impulso de rebeldía antisistema; a los que sobreviven a semejante sarampión, el propio sistema los recicla y los integra en su circuito habitual de firmas, “bolos” y demás; al que no sobrevive, la industria literaria se encarga de fagocitarlo y desaparecerlo en menos que canta un gallo. Estos ejemplares supervivientes por obra y gracia de la selección natural devienen cepas altamente resistentes a todo tipo de envites, de forma que prestos se acostumbran incluso a aquello de lo que abominan. No es extraño entonces asistir a conversaciones de escritores “consagrados” –y ya alejados de los tiernos pero arduos e ingenuos años mozos– en que los interfectos admiten que lo de la firma –ahora multitudinaria– no les gusta un figo, pero que hay que tragar, porque la hipoteca del piso caprichoso y las exigencias del mundillo cool –a los intelectuales también nos late el corazón– tienen su INRI. Específicamente su INRI.
Hace sólo un par de días leía en El País algunos pormenores acerca de la “trastienda” de la caseta de firmas de Almudena Grandes, y me quedaba un poquito estupefacta. Decía la bella que tenía una leyenda que repetía en todos sus ejemplares de El corazón helado: “con la esperanza de que te caliente el corazón”. Imprevisible… y muy, muy literario, quién lo duda. También manifestaba la doña que a los lectores que le caían gordos –la grande Almudena hasta se permite tener lectores que le caen gordos, no se lo pierdan– les escribe sólo “Afectuosamente”, como Borges hacía. Lástima que en este asunto las cosas estén invertidas: los ciegos son los lectores y la autora no es precisamente Borges. En fin.
O sea que si se acercan a Madrid y se pasean por la Feria de las Vanidades Literarias, tengan cuidado, no haya algún escritor que les dedique un libro con afecto. Vayan a lo seguro, que es comprar sin preguntar por el autor; hay pocos que valgan más que sus libros, y en este último caso… es obvio que es también mejor no conocerlos.

3 comentarios:

Javier Menéndez Llamazares dijo...

No sé cómo habrá ido la cosa, pero tengo entendido que los que más firmaban este año eran Bisbal y Buenafuente, así que eso de la feria... Cada vez se parece más a una feria, pero de las de noria y muñeca chochona.
Muy buen artículo, se nota que dominas el "punch", también en la corta distancia.
¡Abrazos, y vuelve prontooooo!!!!

Anónimo dijo...

A por ellos, que son pocos y cobardes -aunque corten el bacalao-. Glup. Besos.

. dijo...

Es curiosa la forma en la que la vanidad se filtra por cualquier resquicio. Algunas veces no me parece ver otra cosa que la vanidad y es entonces cuando pienso. ¿exitirán todavía las personas?.
Un poco de austeridad franciscana viene bien en estos casos.

saludos