En esta semana ha tenido lugar en Santander una muy interesante iniciativa cultural que, desgraciadamente, ha pasado bastante inadvertida. Me refiero a la retransmisión en directo vía satélite en las salas de Cinesa y desde el Liceu barcelonés de la ópera Elektra, de Richard Strauss. Hablar de Elektra es hablar de uno de los momentos más importantes de la historia de la ópera, lo mismo por su extraordinario libreto, firmado por Hugo de Hofmannsthal, que por la música en sí. Richard Strauss se jugó su nombre en 1909 al proponer una obra que rozaba lo atonal, con una orquestación de más de cien instrumentos (las críticas del momento bromearon con la posibilidad de incluir una horda de animales salvajes en el foso) que apabullaba a los cantantes más bragados. Hoy, noventa y nueve años más tarde, sabemos que Strauss se jugó su nombre, sí, y salió más que victorioso de la apuesta.
La retransmisión de la ópera fue impecable, y eso que asistí con serias reservas al respecto. La calidad visual, la sincronización entre imagen y sonido, la coherencia de los subtítulos… todo ello inmejorable. En lo que se refiere al espectáculo en sí, cabe resaltar la buena concepción del montaje de Guy Joosten y la espléndida interpretación, lo mismo vocal que dramática, del elenco, con especial brillo de una inconmensurable Deborah Polaski (Elektra), seguida de cerca por Ann-Marie Backlund (Crisótemis) y por la ya veterana Eva Marton (Clitemnestra). El precio de las butacas, absolutamente irrisorio (14 euros), dio oportunidad de contemplar un espectáculo de primera categoría desde una perspectiva privilegiada, eludiendo los 180 euros que suponen el precio de las entradas “first-class” en el Liceu.
La parte triste del cuento vino cuando pude constatar que en la correspondiente sala de Cinesa donde aquella maravilla ocurría, una sala con capacidad para 200 personas, apenas estábamos presentes unas 25. ¿Dónde estaban los aficionados a la ópera que se baten en duelo por una entrada para un espectáculo muchas veces mediocre en el FIS? ¿Dónde estaban quienes este verano pagarán 150 euros por una butaca para ver al correoso José Cura disfrazado de Sansón –o tal vez de Dalila– y que además, como nos descuidemos, quizá nos llame malolientes, insulto que dedicó a los espectadores del Teatro Real que en su Il Trovatore de 2000 le recriminaron su mal hacer?
Es verdad que el evento Elektra no se publicitó de forma apabullante, en lo que parece un imperdonable fallo de la organización. Pero la noticia como tal apareció, y estoy segura de que la leyeron al menos 200 personas. Una lástima que una iniciativa tan magnífica haya quedado sepultada entre las sombras, y probablemente en tal penumbra haya lastrado su continuidad.
La retransmisión de la ópera fue impecable, y eso que asistí con serias reservas al respecto. La calidad visual, la sincronización entre imagen y sonido, la coherencia de los subtítulos… todo ello inmejorable. En lo que se refiere al espectáculo en sí, cabe resaltar la buena concepción del montaje de Guy Joosten y la espléndida interpretación, lo mismo vocal que dramática, del elenco, con especial brillo de una inconmensurable Deborah Polaski (Elektra), seguida de cerca por Ann-Marie Backlund (Crisótemis) y por la ya veterana Eva Marton (Clitemnestra). El precio de las butacas, absolutamente irrisorio (14 euros), dio oportunidad de contemplar un espectáculo de primera categoría desde una perspectiva privilegiada, eludiendo los 180 euros que suponen el precio de las entradas “first-class” en el Liceu.
La parte triste del cuento vino cuando pude constatar que en la correspondiente sala de Cinesa donde aquella maravilla ocurría, una sala con capacidad para 200 personas, apenas estábamos presentes unas 25. ¿Dónde estaban los aficionados a la ópera que se baten en duelo por una entrada para un espectáculo muchas veces mediocre en el FIS? ¿Dónde estaban quienes este verano pagarán 150 euros por una butaca para ver al correoso José Cura disfrazado de Sansón –o tal vez de Dalila– y que además, como nos descuidemos, quizá nos llame malolientes, insulto que dedicó a los espectadores del Teatro Real que en su Il Trovatore de 2000 le recriminaron su mal hacer?
Es verdad que el evento Elektra no se publicitó de forma apabullante, en lo que parece un imperdonable fallo de la organización. Pero la noticia como tal apareció, y estoy segura de que la leyeron al menos 200 personas. Una lástima que una iniciativa tan magnífica haya quedado sepultada entre las sombras, y probablemente en tal penumbra haya lastrado su continuidad.