
En realidad, practicando un ejercicio de justicia histórica, la cooperación de Gottfried Benn con el nacionalsocialismo se limitó a un escaso año de publicaciones descerebradas en pro del nuevo régimen. Arte y poder (1933) fue quizá la más destacada de ellas, y con seguridad la más sarcástica para con su propio autor, si pensamos que no mucho después Benn sería incluido por los nazis en la célebre lista de “artistas degenerados”, aun con el desacuerdo de Himmler. El escritor de Mansfeld, que se había adherido al nuevo orden político ante la expectativa de acabar con el caos reinante por doquier –apesadumbrado por la lectura de Spengler y Klages, las ideas de cultura y renacimiento nacionales le resultaban fascinantes–, empezó a abominar de la cruda realidad del nazismo ya en 1934, a raíz de los hechos acaecidos en la Noche de los Cuchillos Largos; ya entonces lo ilustró con palabras contundentes: “Qué grandioso parecía el inicio, y cuán deplorable luce todo hoy”.
El fugaz contacto con el nacionalsocialismo convirtió a Benn en un intelectual despreciado por todas las facciones: la de los “buenos” y la de los “malos” por igual. Él mismo lo denunciaba asépticamente cuando, al fin, cerca ya de los setenta años y de su propia muerte, se le empezó a reconocer su indiscutible valía literaria: “Las alas de la fama no son blancas, decía Balzac. Pero si, como en mi caso durante los últimos quince años, uno ha sido públicamente referido como un marrano por los nazis, como un mentecato por los comunistas, un pervertido intelectual por los demócratas, un renegado por los emigrados, y un nihilista patológico por los religiosos, uno no tiene deseos de entrar en tratos de nuevo con esta gente, y menos si uno carece de nexos con ellos”.
En tales circunstancias, la vida literaria de Gottfried Benn fue tan intensa como sigilosa. Médico de profesión, sus poemas y ensayos fueron surgiendo sin descanso a lo largo de los sucesivos traslados a que se le iba sometiendo en el deseo de agotarle, de arrinconarle. Benn se acostumbró a la perpetua mudanza, también al silencio y a la oscuridad: “no soporto la luz, la eludo porque no puedo sumergirme en los fuertes rayos naturales; pero, también, para ocultarme de hombres y mujeres por igual”. Desde los poemarios abruptamente expresionistas de su juventud (Morgue o Carne, donde recrea la enfermedad y la muerte) a la prosa límpida, tardía y magistral de Vida doble (que incluye su indispensable “Bloque II, habitación 66”), la obra de Benn fue surgiendo mientras iba sorteando destinos, mientras pasaba privaciones, mientras atendía enfermedades venéreas en soldados y prostitutas, mientras su mujer se suicidaba con morfina y angustia. Gottfried Benn citaba siempre aquellos versos del Réquiem de Rilke como esperanzado lema de su generación, destrozada por dos guerras mundiales: “¿Quién habla de victorias?/ Sobreponerse es todo”. Para sí guardó la amargura de la Historia y la más oscura poesía: “En nombre de aquel que depara las horas,/ adivinado sólo cuando se desliza/ en una sombra que completa el año,/ un año junto a las piedras de la universal historia,/ escombros del cielo y escombros del poder,/ y entonces una hora suena, es la tuya: en el poema,/ monólogo del sufrimiento y de la noche”.
1 comentario:
Cuando duermen las princesas, cuando despiertan las tormentas,cuando duerme la ciudad...a ella le gusta pasear.
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