El peso del pasado, 23.08.06

Después de varios días en que la “polémica Grass” no sólo no cede, sino que por momentos parece arreciar, como las tormentas de novela mala, me viene a la memoria el nombre de otro de los grandes de la literatura germana, de quien además en este mismo verano acaba de cumplirse el cincuentenario de su muerte y por ende el ciento veinte aniversario de su nacimiento: me estoy refiriendo a Gottfried Benn, auténtica enseña de su generación, a quien se ha apuntado alguna vez como el mejor escritor en lengua alemana de la primera mitad del siglo XX. Traer por los pelos a Benn hasta estas líneas viene justificado no sólo por la celebración de su memoria, sino por su oportuna relación con el vigente escándalo de Günter Grass. Lo de Grass, es obvio, no hace falta explicarlo a estas alturas, pero el caso de Benn quizá duerma en un olvido que puede ser interesante despertar en estos días. Y es que tal vez no muchos recuerden que Günter Grass se opuso, hace no tantos años, a la recuperación en Alemania de la obra de Gottfried Benn por tildarlo de colaboracionista con el régimen nazi… Paradojas del destino que, es curioso, ninguno de los carroñeros del “tamborilero” de Danzig ha sacado a relucir. Cosas del tiempo y sus olvidos.
En realidad, practicando un ejercicio de justicia histórica, la cooperación de Gottfried Benn con el nacionalsocialismo se limitó a un escaso año de publicaciones descerebradas en pro del nuevo régimen. Arte y poder (1933) fue quizá la más destacada de ellas, y con seguridad la más sarcástica para con su propio autor, si pensamos que no mucho después Benn sería incluido por los nazis en la célebre lista de “artistas degenerados”, aun con el desacuerdo de Himmler. El escritor de Mansfeld, que se había adherido al nuevo orden político ante la expectativa de acabar con el caos reinante por doquier –apesadumbrado por la lectura de Spengler y Klages, las ideas de cultura y renacimiento nacionales le resultaban fascinantes–, empezó a abominar de la cruda realidad del nazismo ya en 1934, a raíz de los hechos acaecidos en la Noche de los Cuchillos Largos; ya entonces lo ilustró con palabras contundentes: “Qué grandioso parecía el inicio, y cuán deplorable luce todo hoy”.
El fugaz contacto con el nacionalsocialismo convirtió a Benn en un intelectual despreciado por todas las facciones: la de los “buenos” y la de los “malos” por igual. Él mismo lo denunciaba asépticamente cuando, al fin, cerca ya de los setenta años y de su propia muerte, se le empezó a reconocer su indiscutible valía literaria: “Las alas de la fama no son blancas, decía Balzac. Pero si, como en mi caso durante los últimos quince años, uno ha sido públicamente referido como un marrano por los nazis, como un mentecato por los comunistas, un pervertido intelectual por los demócratas, un renegado por los emigrados, y un nihilista patológico por los religiosos, uno no tiene deseos de entrar en tratos de nuevo con esta gente, y menos si uno carece de nexos con ellos”.
En tales circunstancias, la vida literaria de Gottfried Benn fue tan intensa como sigilosa. Médico de profesión, sus poemas y ensayos fueron surgiendo sin descanso a lo largo de los sucesivos traslados a que se le iba sometiendo en el deseo de agotarle, de arrinconarle. Benn se acostumbró a la perpetua mudanza, también al silencio y a la oscuridad: “no soporto la luz, la eludo porque no puedo sumergirme en los fuertes rayos naturales; pero, también, para ocultarme de hombres y mujeres por igual”. Desde los poemarios abruptamente expresionistas de su juventud (Morgue o Carne, donde recrea la enfermedad y la muerte) a la prosa límpida, tardía y magistral de Vida doble (que incluye su indispensable “Bloque II, habitación 66”), la obra de Benn fue surgiendo mientras iba sorteando destinos, mientras pasaba privaciones, mientras atendía enfermedades venéreas en soldados y prostitutas, mientras su mujer se suicidaba con morfina y angustia. Gottfried Benn citaba siempre aquellos versos del Réquiem de Rilke como esperanzado lema de su generación, destrozada por dos guerras mundiales: “¿Quién habla de victorias?/ Sobreponerse es todo”. Para sí guardó la amargura de la Historia y la más oscura poesía: “En nombre de aquel que depara las horas,/ adivinado sólo cuando se desliza/ en una sombra que completa el año,/ un año junto a las piedras de la universal historia,/ escombros del cielo y escombros del poder,/ y entonces una hora suena, es la tuya: en el poema,/ monólogo del sufrimiento y de la noche”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando duermen las princesas, cuando despiertan las tormentas,cuando duerme la ciudad...a ella le gusta pasear.