
En nuestro país hay un poco de miedo por las amenazas del viejo y culto continente; en particular, el Tribunal Europeo estipuló en octubre de 2006 que España habría de pagar una multa de 300.000 euros diarios si no accede a introducir el impuesto de marras. Es verdad que lo de los 300.000 euros diarios -¿durante cuánto tiempo, oh cielos?–, dicho así, abulta bastante. Pienso que podríamos declararnos insolventes, como Farruquito, a ver si nos reducen la pena a la mitad: al pobrecito bailaor le ha resultado. Otra opción es depositar como fianza a valiosos representantes de la cultura nacional –a Farruquito mismo, o a nuestra querida ministra, yo qué sé– en tanto el conflicto se resuelve.
El caso es que la medida encierra sus paradojas, ya que se supone que es para beneficio de los autores, para que nuestros derechos no se resientan y para que pasemos menos hambre, pero por el momento unos cuantos autores en España ya se han pronunciado –nos estamos pronunciando– contra ella. Para los del Centro Español de Derechos Reprográficos, CEDRO –de tal palo tal astilla–, que son más papistas que el Papa –o sea, que los propios autores– resulta indispensable que el que toma prestado pague, por una cuestión de principios (aunque a mí más se me antoja cuestión de fines). Estoy pensando en solicitar el impuesto revolucionario a los prestatarios de mis libros: que tiemblen todos, que voy a pedirles un canon. Y luego me compraré una ouija para quedar con Mallarmé, Browning y Cervantes y entregarles sus legítimos beneficios.
A mí esto de pagar en las bibliotecas se me parece a lo de la circulación sanguínea: vamos, que todo pasa una y otra vez por el mismo sitio. Los gobiernos, estatales o autonómicos, compran fondos bibliográficos con dinero público (de los contribuyentes) para bibliotecas pagadas con dinero público (de los contribuyentes) y ahora la UE pide que se cobre un canon a los usuarios (que por supuesto son contribuyentes) por el préstamo de los libros que previamente, como contribuyentes, pagaron. De donde se deduce que los lectores han pagado cada libro no una, sino unas cuantas veces. Y que si a los autores no nos llega más dinero es que un virus por el camino lo intercepta. Me parece que este caso no lo resuelve ni House.
Veremos cómo salimos del atolladero, no vayan a endilgarnos –de nuevo a los contribuyentes– los 300.000 del ala. De todos modos, espero que a nuestros gobernantes se les ocurra para dispensarnos del canon ante la UE una excusa mejor que la que ya han avanzado que tienen en la manga: eso del retraso cultural de hace cuarenta años. Mal asunto: por aquel entonces, como no se podía leer a Lorca, se leía poco a Dostoievski; hoy, como se puede leer a Lorca, se lee masivamente a Dan Brown. O sea que calladitos, no sea que todavía nos aticen con más fuerza. Y si la tormenta arrecia, la solución es fácil: no leer, que es malo para la salud y la cartera.
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