El pasado martes se inauguró en la Sala Mouro del Faro de Cabo Mayor la exposición Límites, una propuesta que, con origen en el pasado otoño, congregó entonces a lo largo de varias jornadas a la poesía, la literatura y la fotografía en torno a un hilo temático común, como es el de los lindes en el territorio de la creación, y que en esta particular muestra del Faro reúne aquellos trabajos alumbrados y desarrollados en noviembre. La exposición se completa con un espléndido catálogo, diseñado con sobrio y exquisito gusto por el asimismo comisario de la exposición, Jesús Alberto Pérez Castaños. Nada de esto, en verdad, sería específicamente reseñable en un entorno en que predominaran las iniciativas culturales bien organizadas, con la debida consideración a los artistas y al público, llevadas a buen término y convenientemente arropadas en recursos y difusión. Bien al contrario, no es extraño por estos lares –también por muchos otros– que se piense que las iniciativas culturales constituyen una penosa obligación que hay que cumplir para lavar la imagen, y que por ello lo que conviene es mirar el céntimo de euro y hasta el espacio en que se celebran, porque, en definitiva, ya se sabe que la cultura es cosa de pocos y cosa, además, poco rentable. Y así piensan, en efecto, quienes no saben ver más allá de sí, quienes ignoran que la cultura en otros países está moviendo cantidades económicas apabullantes que suponen un elevado tanto por ciento de su PIB, quienes no tienen la menor idea de que la cultura es capaz de generar muchos puestos de trabajo, quienes no pueden concebir que la cultura es un regalo perdurable que requiere de cuidado a largo plazo en lugar de migajas y desplantes inmediatos, quienes ni siquiera se imaginan que hay grandes ciudades que viven de y gracias a la cultura.
De modo que cuando en nuestro Santander tiene lugar un acontecimiento cultural bien tratado, el asunto se convierte inexcusablemente en noticia. Límites ha sido una de esas ocasiones, auspiciadas, todo hay que decirlo, por la celebración de los 75 años de la Autoridad Portuaria, institución con una larga y encomiable trayectoria vinculada al patrocinio del arte, la música y la literatura; trayectoria que es de esperar, por el bien de la cultura de Cantabria, que no decaiga. Si al interés de la Autoridad Portuaria se une el entusiasmo de quienes tienen probada capacidad de proponer proyectos y sacarlos adelante, e igualmente la entrega de quienes participan y asisten, pues nos encontramos con un proyecto como Límites. Esperemos que haya más, con el fin de que la maltrecha “Atenas del Norte”, como en un tiempo quiso titularse esta ciudad, pueda mirar hacia delante con su propio nombre y el de las personas que la hacen posible. Para los descreídos, traigo hasta aquí la atinada sentencia de Plutarco: cultura es lo que permanece cuando todo lo demás se olvida. Ahí queda eso.
De modo que cuando en nuestro Santander tiene lugar un acontecimiento cultural bien tratado, el asunto se convierte inexcusablemente en noticia. Límites ha sido una de esas ocasiones, auspiciadas, todo hay que decirlo, por la celebración de los 75 años de la Autoridad Portuaria, institución con una larga y encomiable trayectoria vinculada al patrocinio del arte, la música y la literatura; trayectoria que es de esperar, por el bien de la cultura de Cantabria, que no decaiga. Si al interés de la Autoridad Portuaria se une el entusiasmo de quienes tienen probada capacidad de proponer proyectos y sacarlos adelante, e igualmente la entrega de quienes participan y asisten, pues nos encontramos con un proyecto como Límites. Esperemos que haya más, con el fin de que la maltrecha “Atenas del Norte”, como en un tiempo quiso titularse esta ciudad, pueda mirar hacia delante con su propio nombre y el de las personas que la hacen posible. Para los descreídos, traigo hasta aquí la atinada sentencia de Plutarco: cultura es lo que permanece cuando todo lo demás se olvida. Ahí queda eso.
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