Hace escasamente una semana cumplió Santander una de las muchas deudas pendientes que mantenía con nuestro poeta más querido. A propósito empleo esta etiqueta, porque si ha habido en esta tierra un poeta apreciado, un poeta conocido, un poeta que no ha dudado en hablar sin protocolos con la gente en cualquier parte, un poeta accesible para los escritores jóvenes, un poeta incansable a la hora de firmar e ilustrar libros, ese ha sido José Hierro. Por si esto fuera poco, por si no le bastara siquiera haber elevado la poesía a género frecuentado (no olvidemos su best-seller, Cuaderno de Nueva York) ni haber recibido todos los premios que recibió en su fecunda trayectoria ni haber emocionado sistemáticamente a auditorios enteros en sus generosos recitales, por si todo esto fuera poco, digo, Pepe hizo siempre tan suyo el nombre de Santander que pocas personas tienen conciencia de que el poeta nació en realidad en Madrid.
Hace escasamente una semana, pues, se decidió al fin Santander a testimoniar su homenaje al poeta mediante una escultura a él dedicada, obra de Gema Soldevilla; un proyecto que llevaba durmiendo largo tiempo y que finalmente ha visto la luz… y el mar. El cubo diseñado por Soldevilla, con una plasticidad e inteligencia muy poco habituales en la escultura urbana no sólo de nuestra ciudad, sino de tantas otras en nuestro país, reproduce en el vacío –y ya es difícil esto– una de las dos señas de identidad de Pepe Hierro: su peculiar, rotundísima cabeza (su otro elemento identificativo lo constituían, sin dudar, sus manos), perfilada en y a través de siete paneles de acero con lograda textura de madera. La cabeza de Pepe, modelada así en el aire, se llena de lírico mar por su situación concreta, en el tramo final del paseo marítimo, ya junto a Puertochico. De este modo se ha querido respetar el deseo del poeta de permanecer junto a las olas, si bien ya se han elevado voces de protesta contra la localización del monumento, que para muchos entorpece la limpia visión que hasta el momento se disfrutaba de esta zona; a mí, por el contrario, la ubicación me genera una sensación de fin de viaje, dado que la escultura se ha situado al término mismo del paseo, casi como si no restara más espacio para colocarla… pero por lo demás no me molesta mirar a través de la cabeza de un poeta; será que yo soy rara.
Más extraño, sin duda, pareció el propio acto de inauguración, en que, por motivos inexplicables –mejor no entrar en semejante tesitura–, apenas hubo presencia de personas del mundo de la cultura, menos aún del mundo de las letras. Lástima. Algo que forma parte del peculiar anecdotario santanderino y de lo que cada quien, en su nivel, debiera extraer su moraleja.
Han pasado ya más de cinco años desde la muerte del añorado Pepe Hierro, y este es uno de los primeros aldabonazos materiales del recuerdo desde entonces. Pepe Hierro no cuenta siquiera con una calle o plaza en esta ciudad que tanto quiso, reconocimiento que en cambio se ha otorgado a personajes infinitamente más irrelevantes. Del asunto de la estancada Fundación Hierro mejor no hablar, que ya lo he hecho en otras ocasiones y no me gusta repetirme; por ende, ya sabemos que hay prioridades “infinitas” en la cultura regional. Así que por el momento conformémonos con el acto poético de soñar Hierro a través, que más gestos no hay en lontananza.
Hace escasamente una semana, pues, se decidió al fin Santander a testimoniar su homenaje al poeta mediante una escultura a él dedicada, obra de Gema Soldevilla; un proyecto que llevaba durmiendo largo tiempo y que finalmente ha visto la luz… y el mar. El cubo diseñado por Soldevilla, con una plasticidad e inteligencia muy poco habituales en la escultura urbana no sólo de nuestra ciudad, sino de tantas otras en nuestro país, reproduce en el vacío –y ya es difícil esto– una de las dos señas de identidad de Pepe Hierro: su peculiar, rotundísima cabeza (su otro elemento identificativo lo constituían, sin dudar, sus manos), perfilada en y a través de siete paneles de acero con lograda textura de madera. La cabeza de Pepe, modelada así en el aire, se llena de lírico mar por su situación concreta, en el tramo final del paseo marítimo, ya junto a Puertochico. De este modo se ha querido respetar el deseo del poeta de permanecer junto a las olas, si bien ya se han elevado voces de protesta contra la localización del monumento, que para muchos entorpece la limpia visión que hasta el momento se disfrutaba de esta zona; a mí, por el contrario, la ubicación me genera una sensación de fin de viaje, dado que la escultura se ha situado al término mismo del paseo, casi como si no restara más espacio para colocarla… pero por lo demás no me molesta mirar a través de la cabeza de un poeta; será que yo soy rara.
Más extraño, sin duda, pareció el propio acto de inauguración, en que, por motivos inexplicables –mejor no entrar en semejante tesitura–, apenas hubo presencia de personas del mundo de la cultura, menos aún del mundo de las letras. Lástima. Algo que forma parte del peculiar anecdotario santanderino y de lo que cada quien, en su nivel, debiera extraer su moraleja.
Han pasado ya más de cinco años desde la muerte del añorado Pepe Hierro, y este es uno de los primeros aldabonazos materiales del recuerdo desde entonces. Pepe Hierro no cuenta siquiera con una calle o plaza en esta ciudad que tanto quiso, reconocimiento que en cambio se ha otorgado a personajes infinitamente más irrelevantes. Del asunto de la estancada Fundación Hierro mejor no hablar, que ya lo he hecho en otras ocasiones y no me gusta repetirme; por ende, ya sabemos que hay prioridades “infinitas” en la cultura regional. Así que por el momento conformémonos con el acto poético de soñar Hierro a través, que más gestos no hay en lontananza.
6 comentarios:
Completamente de acuerdo, salvo en lo de la ubicación. Nadie le negará a Hierro su derecho al reconocimiento,y es una escultura buena y original, pero necesita distancia para apreciarla bien, sobre todo de frente, y en ese espacio no la tiene; quizá si fuera más alta...A mí me gustaba la limpieza de ese lugar, su vacio. Además, no seas perezosa, el paseo acaba en el espigón, que pudiera haber sido otra opción. No diré que la escultura estorba, pero creo que no encaja, que no está diseñada para ese espacio. No basta que la obra sea buena, ha de poder verse como es debido.
Besos de vocales
No es sencillo ubicar una escultura de esas características. Yo creo que la visibilidad sí es buena: hay espacio suficiente para distanciarse. Pero sí que me da esa sensación como de estar en un espacio prestado, que es lo que comentaba en mi texto. Es cierto que, a pesar de lo que dicta mi pereza :-), no se encuentra estrictamente al final del paseo, pero sí en un tramo que lo parece por el recodo que ahí se forma; y mi pobre Hierro pasa inadvertido en ese lugar, como si le fuera ajeno... Pero nada mejor que nuestra insigne quesera.
Besos.
No conozco exactamente la ubicación,pero por lo que cuentas seguro que a Pepe le gusta.
DESPEDIDA DEL MAR
Por más que intente al despedirme
llevar tu imagen, mar, conmigo;
por más que quiera traspasarte,
fijarte, exacto, en mis sentidos;
por más que busque tus cadenas
para negarme a mi destino,
yo sé que pronto estará rota
tu malla gris de tenues hilos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.
Sí, a Pepe le gustaba el mar. Por eso cuando venía aquí pasaba tiempo en la playa, y le gustaba dejarse zarandear por las olas del Cantábrico, como un madero a la deriva...
Besos, Doctor.
Hace tiempo que no voy por Santander, ya tengo un pequeño motivo para volver.
El poema que nos ha insertado el Doctor es maravilloso ¡ cómo me ha gustado !
Saludos a todos y besos para mi Ana.
A ver si es verdad, Morgenrot.
Un beso en espera.
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