Equívoco sabor de la nostalgia, 03.11.07

Este fin de semana ha tenido lugar en el Palacio de Festivales de Cantabria la representación de una obra no exenta de polémica: el brillante Marat-Sade del dramaturgo alemán Peter Weiss, subtitulado “Persecución y asesinato de Marat representado por el grupo teatral de la casa de salud de Charenton bajo la dirección del señor de Sade”. El montaje, dirigido por Andrés Lima y llevado a las tablas por Animalario, ha supuesto el relativo rescate de la versión que en su día hiciera Alfonso Sastre para la puesta en escena que dirigió en 1968 Adolfo Marsillach, si bien con bastantes inclusiones de guiños y referencias a penosos titulares y protagonistas de nuestros periódicos contemporáneos.
Me parece oportuno señalar que la obra reproduce no sólo la vivencia real de un Marqués de Sade retirado en sus últimos años de vida en el “elitista” sanatorio de Charenton, lugar en que solía organizar representaciones interpretadas por los propios internos para los familiares aristócratas y burgueses que allí los habían recluido por su carácter “asocial”, sino también la dilatada trayectoria que la tradición de este artificio teatral viene recorriendo ya desde hace varios siglos, en particular desde el XV. Por aquel entonces, era frecuente que quienes regentaban los manicomios disfrazaran a los internos con ropajes y máscaras y los sacasen a las calles para obtener monedas para la institución; así lo reflejó después Lope de Vega en Los locos de Valencia, que pasa por ser la primera obra europea ambientada en un frenopático, y en la que los avatares de Floriano y Erifila son guías de una situación carnavalesca y esperpéntica. Posteriormente, las representaciones teatrales en los manicomios fueron adquiriendo un carácter terapéutico de (improbable) reinserción, como en el caso del centro de Charenton. Ahora bien, ¿hasta qué punto es posible realizar una simulación de la realidad con enajenados para reintegrarlos en un sistema cuyas normas desconocen o rechazan? De esa insostenible paradoja brota el Marat-Sade, y brota también, obviamente, de la recreación de un enfrentamiento dialéctico entre ambos personajes históricos. Por tanto, en la obra se plantean dos temas: el retorno forzado de los locos al mundo de los dudosamente cuerdos –y lo que eso significa: emprender una auténtica y desmesurada Revolución– y el diálogo entre dos modos de entender el mundo, que pasa por dos posturas desgraciadamente muy actuales –la elitista ensimismada del intelectual solipsista y la demagógica del político falazmente populista–.
Estas conexiones del Marat-Sade con los tiempos que corren hacen que la obra conserve toda su vigencia, aunque en la práctica el texto cuente con más de cuarenta años a las espaldas, por no hablar de su ambientación histórica en la Francia Revolucionaria del Terror. La traducción escénica que ha realizado Animalario pasa por una mirada a la citada versión de Sastre, aunque se me antoja que de un modo bastante más lúdico. Con los ojos del juego –del juego un tanto espantado, de una mueca de carcajada siniestra, si se quiere– debe afrontarse este montaje audaz que incorpora la música, una estética de retransmisión intencionalmente degradada de reality show y unas notas actualizadas al margen del texto original, elementos todos ellos conducentes a la provocación más incómoda y brutal. La muerte, el sexo, la violencia, las convicciones, la política, la idea de Estado y su defensa… todo ello se cuestiona de manera descarnada sobre el escenario, en boca de unos personajes desvencijados por la vida, unos personajes descamisados que se revuelcan entre unas ropas viejas que tan pronto se transforman en sangre o en bandera, unos personajes atroz e insoportablemente lúcidos en su desvarío.
El contraste entre las irreverencias acometidas por los locos en escena (ausencia total de decoro, negación de los poderes tradicionales) y las barbaridades que simultáneamente cometen los cuerdos en el mundo exterior (los centenares de cabezas cercenadas por políticos y verdugos en uso de sus facultades mentales) suscita inmediatamente la pregunta: ¿en qué lado de la verja están los locos? Que uno se halle más o menos de acuerdo con las aserciones sostenidas por la desenfrenada turba de dementes no excluye el horror ante los salvajes hechos refrendados por la Historia.
En estos días se ha insistido en la comparación entre los montajes del 68 y el actual. El equívoco sabor de la nostalgia, como los cantos de sirena, engancha a los viejos navegantes que se recrean en las viejas batallas al calor de la hoguera (aunque muchos ni navegaron ni batallaron), y así he oído ya varias veces que la versión de Marsillach era mejor, y que el ambientillo de aquellos días –represión y tal– era insuperable. Cosas del romanticismo. ¿Acaso es necesario enfrentar dos montajes que distan cuatro décadas entre sí y, sobre todo, el “ambientillo” reinante con cuarenta años de diferencia? Tal vez sea hora de “resetearse” las meninges y percatarnos de que vivimos también hoy en una España convulsa, presa de desórdenes distintos y no menos problemáticos que los que conmocionaban a nuestro país hace cuarenta años, y que los lenguajes y las soluciones pasan por alternativas diferentes. Tal vez sea hora de ir cambiando el disco de la lucha contra el antiguo régimen, indudablemente ominoso, e ir pensando que el gastado merchandaising del 68 ya no nos motiva, que hay que inventarse otro porque ahora son otros los conflictos. Tal vez sea hora de necesitar una nueva horda de desquiciados que nos escupan a la cara que hay unas cuantas cosas que hoy no van bien, no señor… y que el sueño de la razón produce monstruos, siempre
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13 comentarios:

Rukaegos dijo...

Insuperable tu mirada, como de costumbre, mi querida y deliciosa Ana.
Coincidimos el viernes en la representación del Marat/Sade y por lo poco que pudimos comentar durante el descanso, creo que también coincidimos en nuestras miradas.
Es cierto que algunos insistían en que al montaje le faltaba fuerza con relación al del 68 (no sabía que tanta gente de Santander se pasara por los teatros de Madrid en aquellas fechas). Pero desde quien no vio aquel mito ni vivió la represión franquista en las propias carnes para ambientar el sarao cultural, reconozco que salí de la representación impresionado.
Me gustó el juego de la verja y los locos, no sólo por cómo se plantea en el texto sino por la habilidad de Animalario para generarte una duda personal a través de la hábil puesta en escena. En algunos momentos yo ya no era capaz de discernir quién era el loco/actor y quién el loco/público. Ni suiquiera estaba muy seguro de qué pintaba por allí el loco/yo.
El texto, con todos los añadidos modernos, seguía siendo turbador y violento. Según los actores disparaban palabras sin piedad, tratabas de retener, de analizar, y te quedabas con una bofetada de realidad tras otra que dejaban tu mundo sin asideros lógicos o morales.
De hecho, en la representación del viernes, con muchos de los "abonados clásicos", fueron muchos los que sintiéndose agredidos prefirieron abandonar la sala durante el descanso (eso sí, de manera respetuosa, dato que me parece que hay que resaltar, visto lo que se vio con Bassi).
Que el arte es todavía capaz de mover y conmover es una lección reaprendida durante el 2007. Algunas lecturas fascinantes, Anselm Kiefer, y ahora Animalario y Marat/Sade. Tal vez todavía haya salvación.
Un beso.

Anónimo dijo...

Qué buena tu observación de tanto santanderino en Madrid... Pienso exactamente lo mismo. Aquella representación madrileña debió de verse saturada por los cienes y cienes de asistentes de todas partes de España... En fin, medallas que nadie se cree.
Por lo demás, coincido contigo en todo lo que afirmas. La "simplicidad" de la denuncia era tan brutal que no podías permanecer indiferente. Y aquellas telas como un cerebro torturado, reblandecido y caótico a la vez. El cuestionamiento de valores y principios tradicionalmente aceptados era tan descarnado que por eso muchos no pudieron resistirlo. A mí tal vez me sobró la parte final del espectáculo; con veinte minutos menos hubiera quedado perfecto.
Sí: el arte debe conmover, en cualquier modo. Quién duda que esa es su auténtica función. Y citas buenos ejemplos, como siempre.
Beso grande.

Anónimo dijo...

Querida Ana: No es fácil administrar determinadas nostalgias, cuando se tienen. No es bueno guardar nostalgias de un pasado gris, casposo y cutre. Personalmente no guardo esas nostalgias. Solamente guardo algunos recuerdos.
Quizá la única nostalgia es no ver hoy el entusiasmo que hace algún tiempo se vivía (por algunos) para tratar de cambiar determinadas realidades que nos ahogaban. Ese entusiasmo hoy, debiera tener otros objetivos. Pero no se si existe.
Es cierto que tener la posibilidad de ver una nueva representación del Marat- Sade, me hizo recordar aquel estreno de 1968, como lo recordé cuando falleció Weiss en mayo de 1982 y publiqué un pequeño comentario en la Hoja del Lunes de entonces.
Más allá del momento “histórico” en que la obra se estrenó en Madrid (tres representaciones), lo que me importaba y me importa es el valor hoy del texto dramático. La obra se escribió en 1964, cuando el horizonte del 68 estaba por descubrirse.
La puesta en escena de Marsillach con las colaboraciones de Nieva, Malonda y Miralles es de los tres o cuatro grandes montajes que he visto sobre un escenario. He visto algunos en mi vida, consecuencia de mi afición farandulera de juventud, aunque no tantos como hubiera querido. El texto de Weiss y la fiel versión de Sastre tenía valor y fuerza en si mismo, con independencia de que al hacerlo en un determinado momento alcanzara otras repercusiones muy significativas. El arte, en esa ocasión, dejaba de ser neutral.
Aquel montaje de Marsillach era muy superior al de Animalario y hasta mucho más potente en su provocación formal y en su discurso ideológico. Incluso era un montaje más lúdico, más atractivo y bastante más enloquecido. No me gustó en la versión de Animalario que se introdujeran “morcillas” facilonas, aunque acepto que se introdujeran en el texto algunas referencias que trataban de actualizar el contenido de los discursos obra. Pero apenas añadían algo a la fuerza de los discursos de Marat, Sade, Roux y compañía. Actualizar el manicomio de Charenton tenía muchos riesgos y, desde mi punto de vista, Animalario no superó ese riesgo. La Sra. Coulmier simple y patética. En todo caso, si la nueva puesta en escena ha servido para algún debate, para alguna conversación y para otras cosas mayores o menores, bienvenida sea. La puesta en escena de los clásicos, incluidos los del siglo XX, siempre es un tema interesante.
La revolución en la España de 1968 no era la que se puede esperar o desear hoy. Entonces el objetivo era algo más elemental en su planteamiento, pero no en su importancia. Se trataba de conquistar las libertades frente a una Dictadura. Es cierto que el Dictador murió en la cama, pero ese es otro debate que forma parte de las frustraciones y no de las nostalgias. Pero los esfuerzos por conseguir esas libertades no fueron inútiles. Si hoy se hacen referencias al 68 y a todo lo que significó, no es porque exista un afán de regodeo en las nostalgias; no es un “merchandaising” de viejos roqueros venidos a menos. El 68 no fue igual en París, que en Madrid, que en la Plaza de las Tres Culturas en México o en Estocolmo. Más allá de la foto, hay historias personales y colectivas. Hoy, afortunadamente, las cosas no son exactamente iguales, aunque se nos amontonen las asignaturas pendientes.
Un beso.

Anónimo dijo...

Querido escéptico: Conocer es recordar, decía Platón. Claro que no podemos, ni debemos, prescindir de los recuerdos, del pasado. Otra cosa es solazarse en ello de manera enfermiza. Y hay quien vive el presente mirando hacia atrás, exacerbando la intensidad de unas vivencias que, en su momento, tampoco dieron para tanto. Y esto lo afirmo en virtud de mi propia experiencia, sin ir más lejos y sin elevar dedo acusador alguno.
El 68… no me niegues lo del merchandaising, que es escandaloso. No deja de divertirme –en los momento bajos me causa lástima- la cantidad de personas que estuvieron protagonizando las mayores proezas en aquellos tiempos. Todos corrían delante de los grises, todos estuvieron en París, todos estaban en protestas hoy sí y mañana también, todos vivían en Madrid. Es un prototipo de progre que, personalmente, me repele, máxime cuando aprecias que nada de lo que dice es cierto, que se está colgando medallas que no son suyas. Y encima el colega ocupa su tiempo en la especulación inmobiliaria o en la cara menos grata de la política. Por citar un par de ejemplos. Pienso que este lamentable fenómeno se produce porque la mitología ha fomentado la imagen limpia e idílica de aquellos hechos como argumento de autoridad ante quienes no los protagonizaron. Bien estaría… si no fuese que la farsa ya dura demasiado. Para los que hoy tenemos 36 años o incluso más, y ya no somos imberbes ni indigentes intelectuales ni experienciales, sino ciudadanos de pleno derecho que peinamos alguna que otra cana, esa milonga nos suena a eso: a milonga, a historia para no dormir. Después de 40 años repitiendo la monserga, la monserga cansa. Dices que en esta evocación sesentayochista hay “historias personales y colectivas” (¿y dónde no, te añado?): claro, eso es la nostalgia. Y su equívoco sabor.
Todo esto significa que hoy no necesitamos un 68, sino un 68 al cuadrado. No quiero ponerme pesimista, que es de mala educación (decía Ory), pero la España de hoy está muy malita. Y quien no lo vea está ciego o empanado. La democracia nos sacó de un berenjenal muy feo pero nos ha metido en otro que pinta mal, muy mal. Y lo peor es que el objetivo es mucho más difuso: el monstruo tiene demasiadas cabezas. Seguir presentando como problema trascendente asuntos como la memoria histérica, perdón, histórica, es hacernos luz de gas, darnos caramelos como a niños bobos. Es pretender seguir viviendo en 1975, explotando la muletilla facilota de los buenos y los malos, de los polis y los cacos; pero de esa fecha ya hace treinta años. Sólo falta que también vengan los judíos a pedirnos indemnización porque los echamos a patadas de España en 1492. Éramos pocos y parió la abuela.
La economía española sí que es un problema. Y gordo. El paro demencial que tenemos, que es escandaloso. El trabajo infame y precario. La subida desquiciada de los precios en los últimos cinco años. Los desequilibrios cada vez más acusados entre los de arriba y los de abajo. La regresión en determinadas conquistas sociales que poco a poco vamos perdiendo. En cuanto a la educación en España, su nivel es tan ínfimo que causa vergüenza; y este es un tema capital. Y diría más cosas pero me las callo. Menos matraca con el 68 y la república y la memoria histérica y a ver si nos ponemos con lo que nos tenemos que poner.
Del Marat-Sade de 1968 no puedo opinar porque, a diferencia del resto del mundo, yo no estuve allí. Sé que tú sí estuviste y eso te permite comparar. Algunas de las cosas que apuntas me parecen razonables. Creo que al espectáculo le sobraron unos veinte minutos (esencialmente, los finales: una vuelta de tuerca innecesaria), pero al mismo tiempo encontré hallazgos muy buenos. La provocación siempre es sana, sobre todo en estos tiempos de molicie, y además pienso que se dijeron y se vieron cosas importantes. En todo caso, me parece que el espectáculo estaba concebido más como eso, como espectáculo, que como obra estrictamente teatral, con las virtudes y defectos que ello conlleva.
Un beso y gracias por tu interesante intervención.

Sir John More dijo...

Sin menospreciar algunas dignas historias personales, ni siquiera algunos de los sentimientos colectivos que correrían en aquellos tiempos del 68 en París, en Madrid o en San Juan de Aznalfarache, sobre todo porque yo en el 68 tenía apenas 6 añitos y ningún conocimiento sobre la necesidad de una revolución, he de reconocer que en todos los fregados más o menos revolucionarios en los que me he visto envuelto sólo he conocido a dos tipos fundamentales de personas: por un lado la gente que luchaba sinceramente por cambiar la realidad, y que acabó protagonizando esas historias personales dignas de nostalgia, y, por otro, esos individuos que, por lo común liderando desde jovencitos los movimientos revolucionarios, acabaron apegados al poder y dirigiendo todos los frentes de este país de pena en el que vivimos. Los señores de la derecha se adaptaron a las modas democráticas del mercado, y los señores de la izquierda nos vendieron bibliotecas y parques, y nos entregaron marketing político y una férrea normalidad descerebrada, la extensión cuidada de una moderna unidimensionalidad donde cualquier miserable puede sentirse un triunfador. Algo me dice que ninguno de los logros del 68 ni de cualquier otro acto revolucionario fue posible sin el convencimiento del Poder de que adquiría formas nuevas y más eficaces de afianzarse. No nos diferenciamos tanto de las hormigas…

En cuanto al Marat/Sade, le leí a Cortázar elogios tan encendidos a la puesta en escena de Peter Brook en Londres, en 1964, que vuestros comentarios, tanto los de nuestro amigo anónimo como los de Ana, me obligan a estar muy atento por si su representación me quedara algún día a tiro. Abrazos y besos agradecidos.

Anónimo dijo...

Querido Sir: Me alegra encontrarte por estos pagos. No puedo sino suscribir línea por línea tu equilibrado comentario. Agradecida yo, siempre, por tu visita y tus palabras.

Anónimo dijo...

Sir John More: mis respetos.
Que en el 68 tuvieras 6 años no pone ni quita nada a lo que sucedió ese año. Menos años teníamos cuando la Revolución Francesa y no por eso frivolizamos sobre lo que allí ocurrió
En el 68 hubo de todo, como en el 98, en el 14 o en el 82
Ya no será posible ver el Marat de Brook. Intenta localizar la película.
Peter Brook es uno de los grandes directores de teatro. Vi hace su Mahabharata: 12 horas de teatro puro y lo recuerdo como un gran espectáculo.
Escéptico
Gracias Ana por dejarnos tu espacio

Sir John More dijo...

Bueno, quizás no me expresé del todo bien. Cuando dije lo de los 6 años, expresando previamente mis respetos a lo bueno que pudo tener ese movimiento del 68, lo que pretendía decir era que yo no pude vivir ese movimiento. Por supuesto, he leído sobre el asunto, pero como digo en mi mensaje, por mi experiencia en otras pequeñas revoluciones y por lo leído, me da la impresión de que existen esos dos tipos de personajes: los que actúan con buena fe, que suelen hacer el trabajo sucio de las revoluciones, y que merecen todo mi respeto, y esos otros que dirigen el cotarro, que nunca se manchan las manos, y que acaban colocándose al frente de las ganancias políticas del asunto. A éstos, con muy contadas excepciones, los desprecio muchísimo, y no creo estar trivializando demasiado. Aun así, amigo Excéptico, me da que estamos bastante de acuerdo, incluso en esto del excepticismo... Un abrazo, y beso para la anfitriona.

Filisteum dijo...

Permitidme un breve inciso:

Siempre me maravilla que al hablar del 68 todo el mundo se olvide de Praga.

Para mí, aquello fue lo único real. Lo demás fueron pantallas para ocultarlo.

saludos

Antonio Torralba dijo...

Anoche estuve en la obra aquí en Córdoba. Hubo cosas que me gustaron (escenografía, algunos actores), sobre todo al comienzo, pero las que no me gustaron acabaron ganando la batalla: poco curradas las alusiones al presente (vulgares), la música (circense sin conseguirlo del todo), las incursiones al patio de butacas (sosas:¡podrían aprender tanto de la revista!)... No conozco la obra original, aunque intuyo por la idea de que parte que ha de ser muy sugerente. Quizás ayer tuvieron un mal día, pero ¿no te parecía todo tremendamente antiguo? Yo sentí nostalgia de un montaje del 2020.

Anónimo dijo...

Querido Antonio: Como en cualquier montaje, sobre todo si es tan tremendamente largo como este, hay luces y sombras. Por lo demás, me consta que en cada lugar varían las alusiones, con lo que en unos lugares serán más ingeniosas -o menos ingeniosas, según se mire :-) - que en otros. A mí el hecho de que renunciaran a una linealidad narrativa en la exposición de los hechos me pareció interesante. Y hubo momentos realmente deslumbrantes, estética y conceptualmente, además de que el trabajo de actores fue muy bueno. Es cierto que la parte final, la resolución del planteamiento, no me gustó demasiado; se me hizo larga e improcedente, y no me pareció que fuera al grano, se dispersó en relación con el ritmo precedente.
Un beso y gracias por compartir tu parecer.

Antonio Torralba dijo...

¡Es verdad! Fundamentalmente era eso: me inquietaba ¿cómo van a acabar esto? Es lo malo que tienen las cosas que empiezan muy fuerte

Anónimo dijo...

Jajaja... como todas las pasiones :-)
Un beso.