Mos maiorum, 16.12.07

Hace pocos días leíamos en las páginas del Diario de Cádiz acerca del mal estado, por falta de higiene, de los alimentos servidos a los residentes de un geriátrico de San Fernando. En esta sociedad nuestra en la que van proliferando los lugares donde aparcar todo aquello que nos estorba –desperdicios, animales, niños y viejos, que para algunos vienen a ser uno y lo mismo– ni siquiera se impone el decoro –ese sentimiento ético ya tan desdibujado– de alumbrar centros de depósito de mercancías humanas que respeten unas condiciones mínimas de dignidad y salubridad.
No me parece mal la alternativa de la residencia cuando ésta constituye una opción escogida individualmente por el residente; tampoco cuando dificultades familiares, que las hay, imposibilitan otra salida. El problema radica en los ancianos aparcados por hijos que no sólo prefieren deshacerse de sus padres para llevar una vida más cómoda, sino que son incapaces de realizar un seguimiento del estado y circunstancias de sus ascendientes, arguyendo viajes, ocupaciones y ridículas ficciones para no visitar jamás a sus progenitores. De este instinto inhumano derivan muchas de las aberraciones tácitamente admitidas –que abarcan desde la estricta indiferencia hasta el más denigrante maltrato– que se cometen con los ancianos en algunos de estos centros de aparcamiento. Las altísimas cuotas mensuales, que oscilan como media entre 1000 y 2000 euros, y que bajo ningún concepto se corresponden con el gasto real realizado por el residente, suponen en realidad un caro visado para la buena conciencia del hijo que desdeña la presencia de sus padres; un visado indecente que, por otra parte, el anciano se ve obligado a sufragar siquiera en parte, aportando íntegra su propia pensión, con lo que la ignominia del vástago –que sólo aparece en Navidad con una camisa de saldo o una colonia barata por regalo– es más flagrante aún.
Sabido es que el mos maiorum lleva tiempo abolido de nuestra “ética” de goce inmediato y egoísta. Pero no estaría de más que las instituciones correspondientes (Salud, Bienestar Social) velaran sin tregua y con mano dura por la profesionalidad de los geriátricos, si no por humanidad, al menos por vergüenza social.

11 comentarios:

Rukaegos dijo...

Acertado y lúcido escrito, que de nuevo pone la mano en la llaga sobre el egoísmo que caracteriza la sociedad en la que vivimos y nubla nuestras conciencias. Es cierto, tiramos "lo que no sirve", y en ese concepto incluimos, por horroroso que resulte, a nuestros mayores.
Recuerdo que la abuela Rosalina no quiso venir a vivir con nosotros a Reinosa y abandonar su ciudad amada de Santander. Y eligió cuando ya los años pesaban demasiado ingresar en la residencia de las Siervas de María, en Menéndez Pelayo. Las monjas eran vecinas desde siempre y mi abuela las apreciaba. Las recuerdo con auténtico cariño: Sor Nieves, Sor Concepción, la Madre Salud, Sor Elisa, Sor Pilar ... Cuidaban de las señoras a su cargo con mimo y respeto, sin ser nunca ni demasiado ausentes ni demasiado pesadas. La comida estupenda, la limpieza extrema y meticulosa. Mi madre bajaba desde Reinosa una vez por semana para acompañarla y cada quince días la visita incluía nietos, o sea mis hermanos y yo.
Mi abuela estuvo siempre atendida y se supo querida hasta el final.
Tía Chavita (tía abuela) también acabó en las Siervas. Era demasiado independiente como para vivir en casa ajena o con el control de alguien. Y de nuevo, todo excelente. No íbamos a visitarla porque no paraba en casa y todos los días pasaba por la nuestra para estar allá un rato.

El respeto por nuestros mayores es uno de los más claros síntomas de nuestra catadura moral. Y creo que muchos de los que hoy tratan a sus padres o abuelos como basura, acabarán pagándolo un día. Si es que hay algo parecido a la justicia en algún lugar.

Anónimo dijo...

mira, esta vez me has hecho pensar. Acostumbrado a ser parte del problema, ahora me veo en el momento de aportar soluciones y no tengo.
Me explico: apenas he salido de la adolescecia (apenas es un decir), cuando parecía que todos debían ocuparse de uno y no había responsabilidades, y acabaré (tampoco lo prometo) siendo un viejecillo en un asilo. Tus dos últimos post.
Pero estoy en la mitad. Cargado como Eneas. Debería tener alguna respuesta, alguna solción, pero no es así. Tengo mis límites. Tampoco encuentro consuelo en que el resto no las dé.
Lo cierto es que más allá del nivel individual, estoy perdido. Y lo peor, es que me acabo de dar cuenta.
En fin, sólo mi fe en la juventud me anima a pensar que el futuro siempre va a ser mejor de lo que ahora tenemos.
Por cierto, es llamativo que a los ancianucos no se les dedique la misma atención ni a la hora de contestar en un blog

Anónimo dijo...

Mi queridísimo Rukaegos: En el asunto de las residencias de ancianos hay, como en todo, luces y sombras. La residencia en sí misma me parece una opción necesaria para todas aquellas personas que lo deseen, que las hay. Personas que no tienen familiares, o que los tienen pero prefieren la independencia de entrar y salir a su gusto; personas, también, que encontrándose bien se alojan en una residencia para buscar compañía de gente de su edad. De estos casos he conocido varios, y todos ellos satisfactorios. La sombra viene cuando los ancianos son recluidos a la fuerza y olvidados allí, lo que constituye un caldo de cultivo para que empleados sin escrúpulos los maltraten a su gusto. Personalmente, me parece un tema muy preocupante, del mismo modo que me preocupa todo aquello que, cada vez más presente en nuestra sociedad, nos degrada desde un punto de vista ético y humano.
Gracias por tu implicación y testimonio. Un beso.

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Querido arrancacorazones: Razón tienes en que, efectivamente, el "tema mayores" ha suscitado menos interés. Tal vez un síntoma del estado de cosas que padecemos. A mí es un asunto que me toca el corazón porque he vivido muy de cerca el entorno de personas residentes, y en algunos casos sales de estos lugares con una congoja indescriptible. ¿Qué hacer? Pues muchas cosas. Creo que es uno de los asuntos más fáciles de controlar. Básicamente, inspecciones periódicas que garanticen la dignidad de los establecimientos y, sobre todo, un férreo control de los estipendios percibidos por las residencias. Del mismo modo, me parece fundamental la construcción de centros públicos que ofrezcan más plazas -también más puestos de trabajo- y por tanto una caída de los precios, que me parecen absolutamente escandalosos y diría que inmorales. A todo esto se llega... con una concienciación de que nuestros mayores se merecen un fin digno, simplemente. Algo tan sencillo como eso. Pero a la vista de los valores que priman hoy en día, la cosa se presenta chunga.
Un beso agradecido por tu visita.

Rukaegos dijo...

Bueno, tratemos de añadir alguna reflexión más. De fondo esta vez, aunque ya sabes que mis profundidades son pequeñas: mi cabeza no da para mucho más.

Desde que descubrí su existencia, cada día me gustan más los planteamientos de los filósofos llamados "personalistas", en sus diferentes planteamientos. Levinas, Mounier, Weil, Buber ...
Generalizando mucho sus aportaciones, diré que me parece brillante e interpeladora su teoría del otro, del rostro del otro. La que viene a decir que cuando nos encontramos en presencia de otro ser humano reconocemos su brutal y definitiva dignidad, lo percibimos como un ser que merece el mayor respeto, los mayores derechos y nos obliga (al menos debería obligarnos) a interpelarnos éticamente y abrirnos a un diálogo de iguales con él/ella.
Nos estamos deshumanizando. Y ante los problemas humanos reaccionamos como aliens, como máquinas, como basura. Nos cuesta enfrentarnos al rostro del anciano porque en él percibimos nuestra propia finitud, nuestra fragilidad, nuestro destino y eso nos hace tantas veces incapaces de recordar su intensa capacidad para vivir o los derechos ganados tras años de esfuerzo y camino. Una socidad como la nuestra, que evita a sus ancianos, que no los escucha, que los aparta y degrada es una sociedad condenada a su propia ruina. Porque ese desprecio acabará siendo también el que nos mire a nosotros.

Anónimo dijo...

Buen planteamiento, querido R. En efecto, esta sociedad que enaltece la juventud y el disfrute desaforado se lleva mal con ese espejo inquietante que supone el anciano. Y para no ver el espejo, se le oculta y hasta se le degrada. La lástima es que los ancianos así desdeñados no puedan en la práctica ejercer represalias, siquiera jurídicas, sobre los indecentes que los arrinconan.
Un beso.

NUNCIO TAMALLANGOS dijo...

Querida Ana,

como siempre, dices bien. En mi caso, es algo que todavía se me hace más raro, no en vano, desde que tengo uso de razón mi abuela ha vivido en casa de mis padres; no solo eso, durante los últimos años de su vida, mi tía-abuela también vivió con nosotros (ambas por la parte de familia de mi madre). Mis recuerdos de infancia están ligados inevitablemente (y afortunadamente) a ellas.

Con todo, se que la convivencia no siempre fue sencilla. Aún así, a pesar de todo (y aunque mis padres acabaran divorciados -no como causa directa de eso-), mi padre siempre ha dicho que volvería a tomar la misma decisión de que vivieran con nosotros, porque era lo correcto y ya está. Y eso que mi padre no ha oído hablar nunca del imperativo categórico ni de Kant. jejejeje

Un beso

Anónimo dijo...

Pues sí, querido Nuncio, de algún modo el acoger a nuestros mayores en casa guarda una estrecha relación con el Imperativo kantiano, aunque es verdad que no siempre es posible, y hay incluso ocasiones en que es mejor que el mayor esté en una residencia -por supuesto vigilado y bien atendido- que en una casa con dificultades. Respeto y cariño, como en todas las relaciones personales, son las claves para proporcionar a los ancianos unos años últimos satisfactorios.
En el caso de mis abuelos maternos, ellos fueron quienes eligieron la estancia en la residencia. Mi abuelo sufría una enfermedad degenerativa que precisaba de cuidados específicos, y mi abuela no quiso separarse nunca de él, hasta el punto de que cuando él murió, ella le siguió sin dilación. Íbamos todas las semanas un par de días a visitarlos, a estar con ellos la tarde entera. La verdad es que la residencia estaba realmente bien -nos encargamos de buscar la mejor- y a mis padres las monjas los querían mucho, precisamente por estar allí de continuo, y también porque mi padre las ayudaba para que tuvieran deferencias especiales con mis abuelos. Sin embargo, había allí muchas personas abandonadas, y salías aquellas tardes del lugar con el corazón en un puño. Cuando ibas, tenías que repartir cariño no sólo con los tuyos, sino también con los demás, y no puedes ni imaginar cómo lo agradecían. Una lección de humanidad a la que deberían someterse muchos desalmados.
Un beso grande.

Antonio Torralba dijo...

El asunto que tratas (como todos los de to blog, por otra parte -gracias-) me llega bastante. Es extraño el comportamiento de algunos con los viejos; y, más aún, la actitud que muestran hacia la vejez... Por suerte, hay también ejemplos que te hacen mirar hacia la sonrisa navideña de "qué bello es vivir": ejemplos de hijos que cuidan a padres de quienes sufrieron maltrato (conozco casos), incompresión y/o indiferencia, grupos de voluntariado juvenil (en mi centro educativo, sin ir más lejos) que realizan tareas con ancianos... También deberíamos incluir en nuestros proyectos vitales (tan centrados en la parte ancha de la vida) planes para esa etapa de nuestra existencia. Lo de la cigarra y la hormiga, digo.

Anónimo dijo...

Razón tienes, querido Antonio. Parece que de la vejez sólo preocupa el asunto del plan de pensiones -por supuesto, el que puede costeárselo-, cuando la dignidad del buen terminar abarca muchas más cosas que la cuantía de una pensión. Hay mucho camino por recorrer al respecto.
Un beso.

Sir John More dijo...

Querida Ana, hay otro aspecto del problema que me parece crucial: la Administración Pública está dejando en manos privadas la gestión de la mayoría de las residencias geriátricas, y luego concerta sus plazas para ingresar en ellas a los ancianos con más problemas económicos. Y sé de buena tinta que una residencia, cuando decide vivir de las plazas concertadas, sólo es rentable (económicamente, claro) si el servicio que se les presta a los ancianos es deficiente, porque cubriendo todas sus necesidades ninguna empresa se encargaría de un negocio así. Resultado: la Administración mira hacia otro lado, se contenta con tener recogidos a los ancianos, y las empresas que abren residencias juegan en todo momento a buscar los límites del maltrato mientras se lucran con el negocio. Voy todas las semanas un par de veces a pasar un buen rato entre ancianos, y basta una ojeada al lugar para saber que el cuidado de los viejitos es una labor que pide personas cuyas estatuas deberían llenar nuestras ciudades. Esto, por supuesto, también supone un alto gasto y un especial cuidado en la gestión de estas residencias. Los viejos se lo merecen, pero la Administración y casi todos nosotros miramos para otro lado. Un beso desde tierras de silencio.

Anónimo dijo...

Querido Sir: Precisamente por lo que dices insistía yo en un comentario anterior en la necesidad de que se construyan más geriátricos públicos, atendidos por personal especializado y debidamente cualificado. Con semejante medida se eliminarían muchos problemas, desde los más escuetamente crematísticos -lucrarse a costa de los ancianos, por un lado, y sangría escandalosa de estos, por otro- hasta los relativos a la intendencia: disponibilidad de plazas, gestión responsable, etc.
Por desgracia, al capítulo de los viejos no ha llegado todavía ninguno de los gobiernos que se nos han pasado por la piedra. Hay otros temas más atractivos y rentables políticamente -aborto, matrimonios homosexuales, etc.- que también necesitan de reflexión, pero que absorben su terreno y, de paso, el que les corresponde a otras realidades menos mediáticas. Cosas de nuestra ética.
Un beso.