Perros de Paulov, 24.12.07

Después de años y años –ni sabemos cuándo empezó todo– atendiendo, cual perros de Paulov, al soniquete de la primaria campanilla de los fastos navideños, por vez primera no acudimos al llamado. Tan fea está la cosa que es probable que ya no vuelva a casa en estos días ni el Almendro, colapsado en alguna huelga de transporte o simplemente deprimido por el inabordable aumento en la hipoteca. Los exiguos sueldos se someten al tormento de Procusto, a ver si a fuerza de estirarlos y desollarlos en el potro se logra que alcancen para sobrevivir con dignidad en esta Europa nuestra de las desigualdades, que se ha convertido en referente sólo para lo que nos esquilma la cartera, dejando de lado los salarios y las prestaciones sociales y algunas otras cosas.
Lejanos están aquellos tiempos en que era costumbre sentar a un pobre en la mesa navideña para compartir el pavo o el besugo y, de paso, lavar un poco la conciencia que, aunque muy maltrecha, se tenía. Aquella película genial llamada Plácido, otra más de las muestras corrosivas del Berlanga que retrató como nadie en el cine la durísima posguerra española, resultaría en estos tiempos un ejercicio de estilo, una entelequia. A día de hoy –como se dice en torpe y redundante retórica política, la única viable en estos tiempos– el sentimiento navideño, incluyendo el más hipócrita, no existe apenas; los pobres son demasiados como para invitarlos a cenar, y muchos de ellos ni siquiera hablan nuestro idioma; las angulas están a más de mil euros el kilo y, por otra parte, es fácil que en muchas casas se coma o se cene pizza y coca-cola en tales días. Los comerciantes de Cádiz manifestaban recientemente que las navidades de este año marchan mal porque la gente no compra: una curiosa ecuación en que el mero consumo parece haber fagocitado otro género de consideraciones.
Así que los perros de Paulov ya no acuden cuando suena la campana: jingle bells, jingle bells, jingle all the way. Esperemos que el responsable del laboratorio del estímulo-respuesta no se haya enterado de la invención de la electricidad, mucho más eficaz para meternos en cintura…
Por cierto, casi lo olvidaba: feliz navidad.

6 comentarios:

Antonio Torralba dijo...

Pues sí: tienes mucha razón.
Oye, ¿tú que estás en Santander o en Cádiz? Es que yo creía que tú escribes desde Santander, pero últimamente hablas mucho de la sin par Gades, que dirán en breve los coros de allí...
Bueno, estés donde estés, te deseo una feliz Navidad. Y te mando un beso.

Anónimo dijo...

Mi preciado Antonio: Estoy en Santander, pero viví durante un año en Cádiz y publico todas las semanas un articulito en el Diario de Cádiz (básicamente, son los textos que se leen en esta bitácora); antes mi columna era bastante más amplia (constituía el original Los Panes y los Peces), pero la remodelación de espacios y estética del periódico me han supuesto este nuevo formato.
Un gran beso y felices fiestas. Gracias por tu compañía.

NUNCIO TAMALLANGOS dijo...

Realmente, es un poco descorazonador que las navidades hayan pasado a ser un mero ejercicio consumista. Tal vez siempre lo fueron y sea mi memoria infantil la que me las dibuja llenas de sentimiento. No se.

Sea como fuere, que pases unas muy felices fiestas, Ana. Un gran beso con adornos.

Anónimo dijo...

Mi querido Nuncio: Tu visita es un regalo.
Un abrazo y un beso con todo el sentimiento.

C.C.Buxter dijo...

Siempre queda el consuelo de poder ver "¡Qué bello es vivir!" acurrucado en el sofá, al calor de una manta... y comiendo la típica pizza navideña.

Anónimo dijo...

Querido C.C. Buxter: La pizza pronto tendrá su merchandaising navideño, ya verás, en cuanto se percaten del negocio :-)
Besote.