Usos y abusos, 16.08.08

Mientras asistimos al desdoro de la cacareada barbacoa playera y sus tan extravagantes como lamentables justificaciones (que si se pretende privar de la playa a los gaditanos, que si ya no dejamos beber en paz a la gente joven, que si las playas se degradan en todo el litoral hispánico y no sólo en Cádiz, que si sólo se reserva este espacio “para los pijos y los ricos”… ¡!), mientras, en definitiva, nos autoengañamos para abusar sin contemplaciones de una pequeña pero hermosa parte del mundo y participar en su destrozo sistemático, voluntario y estulto (aunque seguramente muchos de los autores de la masacre estarán muy concienciados con las gaitas del cambio climático), hay quien, por el contrario, demuestra que la playa se puede destinar a un uso humanitario… e incluso humano (esto es, civilizado).
Todos los años, desde hace quince, la asociación Salam-Paz facilita la estancia en Cádiz de una treintena de niños saharauis durante un par de meses, que suelen coincidir con el periodo de calor más duro en su lugar de origen. Durante este tiempo estos niños tienen la oportunidad de atisbar algo que no sé si se parece a la felicidad –tal vez ellos sepan ser más felices que nosotros, aun a pesar de las privaciones– pero sí al bienestar y al disfrute más natural e inocente; algo que puede convertirse en un recuerdo maravilloso de sus vidas o quién sabe si quizá en un horizonte con el sabor acre de lo inalcanzable… El caso es que para despedir a estos niños se ha organizado en la playa de La Caleta un almuerzo a base de bocadillos, cocacolas y la más pura diversión, consistente en algo tan sencillo como gozar del mar y jugar en la arena. Una experiencia dichosa para estos chicos que, con sana visión de la vida, no vieron necesidad de envilecer la playa con carbón, cascos de botellas, colillas ni bolsas inmundas, y que, en definitiva, no requirieron la actuación de servicios especiales de limpieza. Estos niños, que no son precisamente “ricos” ni “pijos”, apreciaron un bello escenario natural en todo su valor, y usándolo con decoro y respeto, se han llevado seguramente una imagen dulce en sus retinas para siempre. Ahí, en ese gran abismo existente entre el uso y el abuso, radica la ya histórica distancia entre la dignidad y la indignidad.

4 comentarios:

Idea dijo...

Ana, el bendito estado de bienestar ha convertido en “imprescindible” una forma de apropiarse del entorno que lleva firme y decididamente a la destrucción del soporte necesario para experimentarlo. Una contradicción que no parece que se pueda resolver a corto plazo, y que temo que cuando el agua nos llegue al cuello, sea tarde para arrepentirse. Mientras tanto, tal vez algunos excluidos de él pueda todavía disfrutarlo. Cariños

Anónimo dijo...

Me temo, mi querida Idea, que en muchos casos ni siquiera se produce esa apropiación del entorno ligada al espíritu del consumo: ello supondría un proceso racional -aunque perverso- que no siempre es fácil encontrar. Y es que empiezo a detectar que el mero gusto por el destrozo y la cochambre aneuronada anima a una gran parte de los mortales supuestamente bípedos. Algo que se parece mucho a la estulticia, pero con consecuencias ciertamente graves.
Besos.

C.C.Buxter dijo...

Mira que pretender que la playa esté limpia... es que hay que ser pija y rica. Ya te veo llegando a la playa en tu Rolls y con un libro de esos que tienen versos en la mano ;P

Más veces de las que nos pensamos los "subdesarrollados" nos dan lecciones de cómo comportarse civilizadamente. Veo que tú no te olvidas de los saharauis; lástima que para el gobierno la memoria histórica se acabe en 1975...

Anónimo dijo...

No me olvido, no. Lo raro es que ellos se sigan acordando de nosotros con afecto.
Besos.