En uno de estos días se dejaba constancia en las páginas del Diario de Cádiz, con alarmante titular, de un drama latente en el centro mismo de nuestra ciudad: “El botellódromo se degrada”, rezaba la noticia. Las pintadas en la Punta de San Felipe, además de la suciedad y los destrozos en el, por lo demás, precario mobiliario de la zona –esencialmente unas mamparas protectoras– no sólo van en progresivo aumento, sino que parecen ajenos a los cuidados municipales.
No reincidiré en las implicaciones del término botellódromo, sobre el que ya me explayé a gusto en este espacio hace algunos meses, aparte de que en este momento lo que parece suponer auténtica gravedad es el desastroso estado del lugar en cuestión. Hay quien se preocupa de que el escenario no resulta lo suficientemente higiénico para las antihigiénicas actividades que allí se desarrollan: bolsas de plástico, cascos de botellas y porquerías varias directamente relacionadas con las inocentes reuniones juveniles noctámbulas y noctívagas –que decía el poeta– proliferan por doquier. Asimismo, las mamparas de protección ya han debido reponerse, dado que habían sido previamente dañadas. Penoso decorado para una actitud igualmente lamentable. Hay quien se preocupa, pues, de que quienes ensuciaron y despedazaron con anterioridad no tengan la oportunidad de volver a ensuciar o despedazar impunemente: una preocupación tan legítima como otra cualquiera, claro está, aunque a mí se me antojan más acuciantes otras carencias de género bien diferente, más relacionadas con problemas sociales de evidente urgencia que no parece necesario enumerar.
En todo caso, lo que sí parece necesario es subrayar que en este país la diversión precisa del destrozo y el alcohol para ser tenida como tal. Los jovenzuelos del botellón participan no sólo de la vergonzante permisividad de sus papás, amparada en un progresismo mal entendido, sino incluso del ejemplo de los adultos que deterioran las playas en malolientes y masificadas barbacoas o envilecen con vómitos y desperdicios las calles gaditanas con la excusa de cualquier concentración festiva, llámese Semana Santa o Carnaval. Lo que aquí se degrada no es el botellódromo, sino la dignidad.
No reincidiré en las implicaciones del término botellódromo, sobre el que ya me explayé a gusto en este espacio hace algunos meses, aparte de que en este momento lo que parece suponer auténtica gravedad es el desastroso estado del lugar en cuestión. Hay quien se preocupa de que el escenario no resulta lo suficientemente higiénico para las antihigiénicas actividades que allí se desarrollan: bolsas de plástico, cascos de botellas y porquerías varias directamente relacionadas con las inocentes reuniones juveniles noctámbulas y noctívagas –que decía el poeta– proliferan por doquier. Asimismo, las mamparas de protección ya han debido reponerse, dado que habían sido previamente dañadas. Penoso decorado para una actitud igualmente lamentable. Hay quien se preocupa, pues, de que quienes ensuciaron y despedazaron con anterioridad no tengan la oportunidad de volver a ensuciar o despedazar impunemente: una preocupación tan legítima como otra cualquiera, claro está, aunque a mí se me antojan más acuciantes otras carencias de género bien diferente, más relacionadas con problemas sociales de evidente urgencia que no parece necesario enumerar.
En todo caso, lo que sí parece necesario es subrayar que en este país la diversión precisa del destrozo y el alcohol para ser tenida como tal. Los jovenzuelos del botellón participan no sólo de la vergonzante permisividad de sus papás, amparada en un progresismo mal entendido, sino incluso del ejemplo de los adultos que deterioran las playas en malolientes y masificadas barbacoas o envilecen con vómitos y desperdicios las calles gaditanas con la excusa de cualquier concentración festiva, llámese Semana Santa o Carnaval. Lo que aquí se degrada no es el botellódromo, sino la dignidad.
13 comentarios:
Si al personal le pones a disposición un botellódromo (qúe palabro¡¡) lo normal es que no se dedique a rezar el rosario.
Mal asunto este de tener que acotar botellódromos para que el personal se distraiga.
Sí, el palabro es tan ridículo como la actividad que supuestamente designa.
Beso.
"Botellódromo degradado" es pleonasmo. Es como decir que la basura huele mal: no aporta nada nuevo.
Sí, pero ya ves que a algunos ese pleonasmo les parece alarmante :-)
Me encanta beber, lo admito, pero a mi ritmo, sin hacer el indio. Parece que la juventud molesta, así que les dejas una reserva en la que hacer lo que les dé la gana, pero lejos, para que no se vea. Fácil, ¿no? Lo que pasa es que al final huele.
¿El problema? Bufff... Todos nosotros, supongo; pero que se reivindique la calle para ejercer un pretendido derecho a beber.. ¡¿Y que te lo concedan?!
Me paso a tu otro blog a ver cuadros, que se me está removiendo algo
El problema de la bebida es complejo, cuánto más en relación con la gente joven, incluso muy joven, que tiene una capacidad de discernimiento aún menor que la de un borracho vulgar y común. El botellón es una lacra social me da lo mismo donde se practique: en la calle es abominable, pero atestarse de alcohol en un bar no es precisamente encomiable. En España se bebe demasiado, cada vez más, y a nadie parece importarle. A mí me escandalizan esos padres que saben que sus retoños de 14 van a ponerse curdas perdidos el viernes por la noche y no hacen nada para evitarlo. También es verdad que muchos de estos "adultos" se comportan como vándalos si la ocasión se lo permite.
La conversación o cualquier tipo de distracción cultural se ven hoy día absolutamente relegadas, incapaces de competir con el pernicioso influjo de la botella sin tasa. Así estamos...
Triste fue que institucionalizaran el botellón, pero más triste es que no rectifiquen el error. Y me uno al coro: "botellón que se degrada" suena a reiteración.
Ah, y si me permites Bardamu, en mi opinión, lo que molesta no es la juventud. Las actitudes lamentables trascienden la anécdota de la edad. En esos casos, la corta edad sólo entristece más la noticia. En mi opinión, repito.
Un beso Ana
De acuerdo estoy con Nuncio en que no existe una sensación de molestia hacia la juventud, antes bien, se es demasiado permisivo con ella, y por eso ocurre lo que ocurre. Cada vez son más los casos no ya de jóvenes adictos al alcohol, sino incluso de chicos con serios trastornos de conducta, esencialmente encauzados hacia la violencia. Hay luces rojas que se encienden por doquier, pero dado que nos encontramos en el mejor de los estados posibles, nadie parece percatarse... Y entre tanto seguimos alentando este tipo de actitudes. Los años venideros no pintan bien, no...
Penosa situación que comprendo perfectamente, pues conozco Cádiz casi como la palma de mi mano, y sus gentes.
Si España tiene un sociedad enferma, que la tiene, la enfermedad se manifiesta aún más en provincias como Cádiz, Sevilla, Huelva...
Es un problema de educación individual y social que parece intensificarse sin que podamos hacer nada, como si fuésemos testigos mudos de una decadencia social sin solución.
Creo que sólo nos queda la lucha en los ámbitos en los que podemos enseñar a todos cómo convivir mejor respetando lo público como si propio fuera.
Y de fondo, una causa: falta de valores y hedonismo como guía de vida.
Falta de valores y hedonismo como guía de vida... Cierto, Morgenrot, aunque se trata un hedonismo bastante peculiar, por no decir bastante estúpido, ¿no?
Besos.
El hedonismo primigenio,cuasi animal.
Ahora recuerdo Odisea 2001, el principio y el fin evolutivo...debe ser la noche ...
Creo que te refieres a esto:
http://www.youtube.com/watch?v=sdoA3AJ6zGE
¿Me equivoco? :-DD
Justamente a esas escenas, de la "Aurora del hombre", con ese ser culminando mediante el destrozo y la violencia por la violencia.
Gracias por el video. Quien lo haya visto una sóla , no puede olvidarlo.
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