La arena literaria está últimamente de lo más truculenta. Parece que nuestros escritores y académicos más floridos de aquende y allende los mares han decidido dejarse de pamplinas y arrinconar la buena educación, que es recurso poco efectivo si se compara con las bravuconadas y amenazas propias de los matones de los bajos fondos. En efecto, dos de los más notables “insultadores” nacionales que en el mundo periodístico son y han sido, esto es, Francisco Umbral y Arturo Pérez-Reverte, se han tirado las polveras. Perplejos estamos por los modales, que no extrañados. En realidad, parece que ya hace cinco años ambos saurios tuvieron una pequeña “enganchada” a cuenta de Borges y su apología de El Quijote en inglés (ya se sabe, travesuras sin importancia del pérfido argentino ciego). Por aquel entonces hubo una arremetida en la que, finalmente, Umbral se retiró no sin instinto, cualquiera sabe los motivos del “maestro”. Ahora, con ocasión de la entrega del movido Premio Planeta de este año, Umbral dejó caer en la presentación del libro de Pau Janer que su novela carecía de estilo (perdona, Pau, querida, a quién se le ocurre dejar que Umbral te presente un libro), pero que no había que preocuparse, que lo mismo les ocurre a las novelas de Pérez-Reverte y nadie las critica. Prendió la mecha. El capitán Ala-airada contraatacó prometiendo un artículo demoledor de los suyos en la revista El Semanal. Dicho y hecho. Como si no se llevaran bien, Pérez-Reverte expone en su artículo que Umbral, a diferencia de sí mismo, sólo tiene estilo, pues por lo demás ni sabe nada, ni lee nada ni cuenta nada digno de mención. Reverte fantasea también con turbias escenas sexuales protagonizadas por don Paco el Estilita, y le acusa de tener “el muelle flojo”. De Umbral sabíamos que tenía la lengua floja y la pluma también, pero lo del muelle es nuevo. Y es que la edad no perdona. Termina el caballero Arturo de la redonda tabla de Flandes instando al amigo Paco a contestarle, “si tiene huevos” (sic). Pues a ver qué pasa en 2006. O antes. Aunque de lo que no cabe duda es de que nos encontramos inmersos en la Cloaca Máxima de la Literatura Comparada (es decir, la literatura con minúsculas en que unos comparan lo que escriben con lo que escriben los demás).
A la par que la buena educación, hay quienes han perdido la discreción y el buen juicio. Pienso ahora en el poeta mexicano Tomás Segovia, recentísimo galardonado con el prestigioso Premio Juan Rulfo en su XV edición, que no ha hecho ascos a recibir un premio que lleva el nombre de un “ignorante”, según sus propias palabras publicadas en prensa y no desmentidas hasta ahora. Por lo que parece, entre tontos anda el juego: tonto Pérez-Reverte, tonto Umbral, tonto Rulfo, tonto también García de la Concha (o más bien “ydiota”, según Francisco Rico). Y seguro que hasta hay más; desde luego, Segovia –por otra parte buen poeta– no ha dado muestras de aguda inteligencia. Empezamos a parecernos todos a Alberti: “yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”. En fin. El caso es que la viuda y los hijos de Juan Rulfo han optado por retirar el nombre del escritor de un premio que, tal como han declarado, “no respeta su memoria” y “se ha convertido en un botín de grupúsculos”. Sea.
Y por si alguien dudaba de que realmente estamos en lo más bajo de los bajos fondos, pues basta con leer otra noticia, en este caso procedente de Alemania: han sido profanadas dos tumbas en el Cementerio Dorotheen de Berlín, pertenecientes a los escritores Heinrich Mann y Bertolt Brecht. Acción vandálica que, idealizada en grado sumo, podría leerse como un triste símbolo, tal vez, del desprestigio progresivo de la clase intelectual (aunque resulta evidente que el minúsculo cerebro de los profanadores no perseguía tamaña sutileza). Al fin y al cabo, Heinrich Mann reflejó en El ángel azul con minuciosidad la decadencia de la literatura y su conversión en un ámbito de hampones. Con los espectáculos que estamos presenciando, nada parece imposible. Esperemos que no cunda el “desejemplo”.
A la par que la buena educación, hay quienes han perdido la discreción y el buen juicio. Pienso ahora en el poeta mexicano Tomás Segovia, recentísimo galardonado con el prestigioso Premio Juan Rulfo en su XV edición, que no ha hecho ascos a recibir un premio que lleva el nombre de un “ignorante”, según sus propias palabras publicadas en prensa y no desmentidas hasta ahora. Por lo que parece, entre tontos anda el juego: tonto Pérez-Reverte, tonto Umbral, tonto Rulfo, tonto también García de la Concha (o más bien “ydiota”, según Francisco Rico). Y seguro que hasta hay más; desde luego, Segovia –por otra parte buen poeta– no ha dado muestras de aguda inteligencia. Empezamos a parecernos todos a Alberti: “yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”. En fin. El caso es que la viuda y los hijos de Juan Rulfo han optado por retirar el nombre del escritor de un premio que, tal como han declarado, “no respeta su memoria” y “se ha convertido en un botín de grupúsculos”. Sea.
Y por si alguien dudaba de que realmente estamos en lo más bajo de los bajos fondos, pues basta con leer otra noticia, en este caso procedente de Alemania: han sido profanadas dos tumbas en el Cementerio Dorotheen de Berlín, pertenecientes a los escritores Heinrich Mann y Bertolt Brecht. Acción vandálica que, idealizada en grado sumo, podría leerse como un triste símbolo, tal vez, del desprestigio progresivo de la clase intelectual (aunque resulta evidente que el minúsculo cerebro de los profanadores no perseguía tamaña sutileza). Al fin y al cabo, Heinrich Mann reflejó en El ángel azul con minuciosidad la decadencia de la literatura y su conversión en un ámbito de hampones. Con los espectáculos que estamos presenciando, nada parece imposible. Esperemos que no cunda el “desejemplo”.
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