Poetas contra natura, 18.01.06

Hace muy poco tiempo que el escritor Álvaro Pombo nos ha obsequiado con otra entrega novelística de las suyas, en este caso llamada Contra natura, en la que aborda un tema no demasiado novedoso, lo mismo en su propia obra literaria que en el seno de la sociedad española: me refiero, obviamente, a la homosexualidad. A mí, que soy morbosa en días alternos, lo de la homosexualidad no se me antoja sustancioso en cuanto objeto de deseo (literario, entiéndanme). Para que el tema funcione, tienes que llevarte a los gays a un entorno insospechado –un roquedo americano, verbigracia– y ponerles como poco un sombrero de ‘cowboy’, que es lo que ha hecho últimamente Ang Lee para que aquello nos sorprenda. La anacrónica expresión contra natura empleada para referirse dramáticamente a “la cosa” parece sugerir un contexto foucaltiano de castigo y vigilancia que, quién puede dudarlo a estas alturas, ya ni es tal ni tampoco nos motiva.
Pero me he enredado yo con la natura y sus contras cuando realmente estaba pensando en hablarles de otro asunto pómbico. Y es que, con motivo de un ciclo de conferencias muy recientemente organizado en la Fundación Juan March, Álvaro Pombo, seguramente al calor de su última publicación, fue invitado a inaugurarlo. Y miren ustedes por dónde que al autor santanderino, en lugar de exponernos en semejante ocasión los entresijos de su literario cocido montañés, le ha dado por despotricar contra los poetas. Según dice don Álvaro, los poetas somos “mala gente”, “chinches” e “inmorales”: o sea, contra natura. Mientras escribo esto, entonces, me doy cuenta de dos cosas: que la última novela de Pombo es en realidad una de poetas –poetas contra natura- y que, en consecuencia, todos los poetas somos homosexuales. De lo mío ahora me entero. Menudo lío.
Para acabar de confundir los términos, Pombo afirma que, en cambio, “hay algo de moral en el narrador” (no ha especificado cuánto). Lo que no deja de recordarme unas divertidas declaraciones de Caballero Bonald –seguramente más poeta que novelista– en que indicaba que todos los premios de novela están amañados, en tanto los de poesía no. A ver si se me ponen de acuerdo; ¿lo resolverá don Álvaro llamando inmoral a Caballero?, ¿o es que en ese “algo de moral” lo de los premios no cuenta? Cada vez entiendo menos. Y para colmo, nos acusa Pombo de “palabrones” (con perdón) y de haber sido expulsados por Platón de su estado ideal… En fin, que no cunda el pánico, conservemos la calma: pensándolo bien, no recuerdo que a Platón le importara un figo (Berceo dixit) el gremio de los novelistas.
Pero no acaba aquí el gazapatón. El bueno (“en el buen sentido de la palabra, bueno”) de don Álvaro pone la guinda al pastel diciendo que los poetas ¡¡vestimos mal!!, porque ya sabemos que estamos en mal lugar. Según Pombo, además, vestimos “con nostalgia boliviana”; sale aquí a relucir, imagino, el ya imprescindible, celebérrimo e internacional jersey de Evo Morales. Sufro un ataque de ansiedad y me precipito hacia el armario: dos Loewe, varios Escada (¿pasarían la prueba de Algodones Pombo?), pero no, no hay rastro de rayas cocaleras en mi vestuario. Respiro y, sin embargo, me invade la tristeza: aunque quisiera, nunca podría usar –por mi contranaturopatología– verde corbata de Carolina Herrera (alabo el gusto de la bella Carolina para la ocasión Juan March), ni mucho menos –por mi homosexo– gastar la digna barba stendhaliana de don Álvaro. Limitaciones propias de la poesía española. ¿O tal vez es que Pombo siente como suyo aquello que escribió una poeta (por cierto, una poeta) de Almería: “perfumada de Armani (o con corbata de C.H.)/ la nada es altamente soportable”?
Dice el magno novelista que quiere “vengarse” de los poetas de España. A saber por qué. Él mismo quería ser uno de ellos cuando publicaba cosas como Protocolos (1973), Variaciones (1977), Hacia una constitución poética del año en curso (1980) y Protocolos para la rehabilitación del firmamento (1992). Incluso todo esto se “remasterizó” en 2003, en el volumen Protocolos. 1973-2003 aparecido en la editorial Lumen. La novela Los delitos insignificantes –otra de homosexuales encubiertos– terminaba con uno de los versos esenciales del citado poemario Hacia una constitución poética…
En todo caso, no parece que haya que enfadarse demasiado. Álvaro Pombo siempre nos regaña a todos, por supuesto por nuestro propio bien: regañó al Ayuntamiento de Santander dos años ha por ofrecerle una medalla no de oro, sino de plata; regañó por Navidad a los homosexuales por ridículos e indignos de su esencia; regaña ahora a los poetas por malvados, cutres e inmorales. Ojalá permanezca Álvaro Pombo mucho tiempo entre nosotros, para seguir fustigando con su elevado instinto los más graves males que afligen a la España contemporánea.

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