Hoy es el día de los Inocentes. Hoy es el día en que debemos creernos lo increíble. Hoy yo les aseguro que el milagro de los panes y los peces que enarbolo cada miércoles (no el de las paces y los penes, con perdón, que me decía en una ocasión el llorado maestro Pepe Hierro) va a hacerse realidad. Hoy adquiere más sentido que nunca aquella frase del amigo San Anselmo: creo para entender (o ni para entender siquiera, añado yo). Vamos, que parece que hoy nos tenemos que tragar lo que nos echen.
Para algunos el día de los inocentes ya se adelantó en una semana. Que se lo pregunten si no al flamante presidente electo de Bolivia, Evo Morales, que recibió la supuesta llamada de José Luis Rodríguez Zapatero para felicitarle por su cargo y tomarle el pelo a base de bien –aunque el boliviano sólo se mostró inocente a medias, pues en los comentarios más sangrantes no le entraba al trapo al impostor. Tal vez, de haber esperado al 28, la “broma” (de inocentes es llamarla así, sin duda, pero estamos en el día, les recuerdo) hubiera cuajado no con más éxito pero sí, quizás, con menos consecuencias: no deben alterarse las fiestas de guardar si se quiere tener las espaldas bien cubiertas.
Y si esto pasa allende los mares, qué decir de lo que ocurre en el ámbito de nuestra propia casa, y por más extensión, la Real, que nos felicita con una gráfica inocentada primeriza: inocentes desde luego han sido los que hayan dado por buena la estampa festivo-navideña de nuestro monarca sin piernas, por no hablar de la ausencia de brazos en la tierna criatura Victoria Federica, que es mutilación sin duda más penosa por precoz. Según se ha dicho, no había tiempo para tomar una fotografía “real”, y se optó por una cirugía de alto riesgo a domicilio. La Casa Real debería contar con “apañadores” gráficos más duchos en el manejo del programa Photoshop; quizá el próximo año nos lo pongan más difícil y haya que descubrir a quién pertenecen las piernas suplantadas de, por ejemplo, doña Letizia. En todo caso, patrimonio de nuestra inocencia debe ser no sólo la credulidad, sino también la complicidad con quienes, por supuesto amablemente, nos embroman.
También dentro de nuestro propio corral se cuecen otras inocentadas, al calor de la lumbre navideña, que todo lo endulza y acomoda. En este caso, de lo que se trata es de que nos creamos que la alteración de los Estatutos de la Real Academia Española para perpetuar a Víctor García de la Concha en su trono, digo sillón presidencial, obedece a causas estrictamente laborales. O sea, que los proyectos acometidos en los últimos tiempos son de tan gran envergadura y tan sin precedentes, que parece preciso saltarse el reglamento a la torera, sobre todo en cuestiones de mandatos, y otorgar imperium perpetuum al asturiano a quien tanto prestó Salamanca. Va ya para nueve años. Así que la Academia fija, vaya que si fija; limpiar y dar esplendor serán posiblemente los pasos subsiguientes en tan prolongado dominio. El interfecto ha declinado la realización de comentarios al respecto de la modificación estatutaria, que en estas materias más vale callar y actuar. A nosotros sólo nos incumbe creer.
Y prosigo. Leo el último informe acerca de los hábitos cinéfilos de los “his-pánicos”, que pánico causan ciertamente: tres millones y medio de españoles han hecho cola en este año para apreciar la máxima entre las máximas delicatessen con denominación de origen made in Spain; me refiero a la tercera –impensable, pero cierto– entrega de Torrente, el llamado “brazo tonto de la ley”. Aunque puestos a mirar, de tonto ni un pelo, que los ingresos generados se elevan a diecisiete millones y medio de euros… Quousque tandem, Segura, abutere patientia nostra? Y hasta habrá inocentes que piensen que debemos acudir al cine a consumir estos productos españoles, que así levantamos el país. Así visto, no les faltaría razón.
Con todo esto, más lo que probablemente nos aguarda en el día de hoy, hemos superado el “inocentest” con creces. Y es que en España somos buena gente. Por supuesto. A las pruebas me remito.
Para algunos el día de los inocentes ya se adelantó en una semana. Que se lo pregunten si no al flamante presidente electo de Bolivia, Evo Morales, que recibió la supuesta llamada de José Luis Rodríguez Zapatero para felicitarle por su cargo y tomarle el pelo a base de bien –aunque el boliviano sólo se mostró inocente a medias, pues en los comentarios más sangrantes no le entraba al trapo al impostor. Tal vez, de haber esperado al 28, la “broma” (de inocentes es llamarla así, sin duda, pero estamos en el día, les recuerdo) hubiera cuajado no con más éxito pero sí, quizás, con menos consecuencias: no deben alterarse las fiestas de guardar si se quiere tener las espaldas bien cubiertas.
Y si esto pasa allende los mares, qué decir de lo que ocurre en el ámbito de nuestra propia casa, y por más extensión, la Real, que nos felicita con una gráfica inocentada primeriza: inocentes desde luego han sido los que hayan dado por buena la estampa festivo-navideña de nuestro monarca sin piernas, por no hablar de la ausencia de brazos en la tierna criatura Victoria Federica, que es mutilación sin duda más penosa por precoz. Según se ha dicho, no había tiempo para tomar una fotografía “real”, y se optó por una cirugía de alto riesgo a domicilio. La Casa Real debería contar con “apañadores” gráficos más duchos en el manejo del programa Photoshop; quizá el próximo año nos lo pongan más difícil y haya que descubrir a quién pertenecen las piernas suplantadas de, por ejemplo, doña Letizia. En todo caso, patrimonio de nuestra inocencia debe ser no sólo la credulidad, sino también la complicidad con quienes, por supuesto amablemente, nos embroman.
También dentro de nuestro propio corral se cuecen otras inocentadas, al calor de la lumbre navideña, que todo lo endulza y acomoda. En este caso, de lo que se trata es de que nos creamos que la alteración de los Estatutos de la Real Academia Española para perpetuar a Víctor García de la Concha en su trono, digo sillón presidencial, obedece a causas estrictamente laborales. O sea, que los proyectos acometidos en los últimos tiempos son de tan gran envergadura y tan sin precedentes, que parece preciso saltarse el reglamento a la torera, sobre todo en cuestiones de mandatos, y otorgar imperium perpetuum al asturiano a quien tanto prestó Salamanca. Va ya para nueve años. Así que la Academia fija, vaya que si fija; limpiar y dar esplendor serán posiblemente los pasos subsiguientes en tan prolongado dominio. El interfecto ha declinado la realización de comentarios al respecto de la modificación estatutaria, que en estas materias más vale callar y actuar. A nosotros sólo nos incumbe creer.
Y prosigo. Leo el último informe acerca de los hábitos cinéfilos de los “his-pánicos”, que pánico causan ciertamente: tres millones y medio de españoles han hecho cola en este año para apreciar la máxima entre las máximas delicatessen con denominación de origen made in Spain; me refiero a la tercera –impensable, pero cierto– entrega de Torrente, el llamado “brazo tonto de la ley”. Aunque puestos a mirar, de tonto ni un pelo, que los ingresos generados se elevan a diecisiete millones y medio de euros… Quousque tandem, Segura, abutere patientia nostra? Y hasta habrá inocentes que piensen que debemos acudir al cine a consumir estos productos españoles, que así levantamos el país. Así visto, no les faltaría razón.
Con todo esto, más lo que probablemente nos aguarda en el día de hoy, hemos superado el “inocentest” con creces. Y es que en España somos buena gente. Por supuesto. A las pruebas me remito.
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