Al fin. Ya era hora de que la Real Academia Española se pronunciara con explicitud sobre el engendro. No sé ustedes, pero yo –mujer y filóloga– me fatigo enormemente cuando escucho a nuestros políticos dirigirse a nosotros a diario con el doblete “ciudadanos y ciudadanas”, “todos y todas”, etcétero y etcétera. Algunos medios de comunicación se han hecho eco de la consigna oficial y también nos cuentan lo que dicen los diputados y las diputadas, o que los parlamentarios y las parlamentarias del PSOE no han logrado llegar a un acuerdo con los parlamentarios y las parlamentarias del PP. Uff. La razón de este modismo agotador es supuestamente igualitaria –“paritaria”, si hemos de secundar de nuevo la abstrusa terminología política (será por semejanza con paritorio). Aunque puestos a igualar, no acabo de entender por qué se dice “todos y todas” y no “todas y todos”, que lo de poner por delante el masculino, aun mediando conjunción copulativa (con perdón), parece sugerir una preeminencia subterránea del macho, ¿o no?
Realmente, es difícil rastrear cuál fue el origen abominable de “la cosa”: tal vez aquel célebre “jóvenes y jóvenas”, llamado a hacer historia en los usos idiomáticos de nuestro país, o quizá el creciente auge de asesores áulicos (donde áulico no quiere decir precisamente que hayan pasado por las aulas) sobre materias inverosímiles. Es evidente que estos asesores desconocen el principio de la navaja de Ockham (aquello de no multiplicar los entes lingüísticos innecesariamente). Es evidente que estos asesores no han oído la existencia del principio délfico “conócete a ti mismo” (por fortuna, porque de saberlo ya habrían ido con escoplo y martillo a añadir “y a ti misma”). Es evidente que estos asesores no se manejan con el castellano más elemental.
Así que la RAE se lo ha tenido que explicar a un miembro (quizá miembra) de la Comisión Parlamentaria andaluza: que no, que tanto doblete es improcedente, que no hay que confundir el sexo con el género. Y es que la culpa va a ser de la Academia, que dice ahora “no confundamos sexo con género” cuando antes (con motivo de la ley de violencia “de género”) les dijo a nuestros indocumentados legisladores “no confundamos género con sexo”; a lo mejor por eso no hicieron ni caso entonces, ni creo que lo hagan ahora. Los académicos se han esforzado en explicarlo a los políticos. Les han dicho que cuando hablamos de “gatos” es como hablar de gatos y gatas, que cuando hablamos del “hombre prehistórico” es como hablar del hombre y la mujer prehistóricos, que el masculino gramatical genérico no tiene nada que ver con el machismo y sí con la economía lingüística. Pero la corrección de la lengua naufraga en aras de lo políticamente correcto: porque es obvio que la abolición del masculino genérico traerá la equiparación de derechos del varón y la mujer, la supresión de las diferencias salariales, el término del terrorismo doméstico, la implantación del respeto social hacia el sexo femenino. Que se enteren las jóvenas de que, por serlo con ‘a’, se acabaron de un plumazo sus problemas. Y por si alguien tiene dudas, ya lo ha expresado con meridiana precisión María del Mar Moreno, presidenta de la cámara parlamentaria andaluza: hay que eliminar el sexismo en la lengua “en el marco de las políticas más generales de transversalidad de género de exigencia comunitaria”. Ahora sí que nos ha quedado claro. Ya sólo nos cabe esperar que quienes nos mandan manden mejor que hablan.
Realmente, es difícil rastrear cuál fue el origen abominable de “la cosa”: tal vez aquel célebre “jóvenes y jóvenas”, llamado a hacer historia en los usos idiomáticos de nuestro país, o quizá el creciente auge de asesores áulicos (donde áulico no quiere decir precisamente que hayan pasado por las aulas) sobre materias inverosímiles. Es evidente que estos asesores desconocen el principio de la navaja de Ockham (aquello de no multiplicar los entes lingüísticos innecesariamente). Es evidente que estos asesores no han oído la existencia del principio délfico “conócete a ti mismo” (por fortuna, porque de saberlo ya habrían ido con escoplo y martillo a añadir “y a ti misma”). Es evidente que estos asesores no se manejan con el castellano más elemental.
Así que la RAE se lo ha tenido que explicar a un miembro (quizá miembra) de la Comisión Parlamentaria andaluza: que no, que tanto doblete es improcedente, que no hay que confundir el sexo con el género. Y es que la culpa va a ser de la Academia, que dice ahora “no confundamos sexo con género” cuando antes (con motivo de la ley de violencia “de género”) les dijo a nuestros indocumentados legisladores “no confundamos género con sexo”; a lo mejor por eso no hicieron ni caso entonces, ni creo que lo hagan ahora. Los académicos se han esforzado en explicarlo a los políticos. Les han dicho que cuando hablamos de “gatos” es como hablar de gatos y gatas, que cuando hablamos del “hombre prehistórico” es como hablar del hombre y la mujer prehistóricos, que el masculino gramatical genérico no tiene nada que ver con el machismo y sí con la economía lingüística. Pero la corrección de la lengua naufraga en aras de lo políticamente correcto: porque es obvio que la abolición del masculino genérico traerá la equiparación de derechos del varón y la mujer, la supresión de las diferencias salariales, el término del terrorismo doméstico, la implantación del respeto social hacia el sexo femenino. Que se enteren las jóvenas de que, por serlo con ‘a’, se acabaron de un plumazo sus problemas. Y por si alguien tiene dudas, ya lo ha expresado con meridiana precisión María del Mar Moreno, presidenta de la cámara parlamentaria andaluza: hay que eliminar el sexismo en la lengua “en el marco de las políticas más generales de transversalidad de género de exigencia comunitaria”. Ahora sí que nos ha quedado claro. Ya sólo nos cabe esperar que quienes nos mandan manden mejor que hablan.
2 comentarios:
Quizá habría que explicar también que el masculino engloba al antiguo neutro.
uerba uana aut risui apta non loqui
London, British Library, Cotton Claudius D III, f50a - f138a, IV, v53
Gracias por tu observación. De todos modos, mi texto pretende ser más una pataleta desesperada que un artículo erudito.
Encantada pr la posibilidad de tecum loqui. Cura ut valeas.
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